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El 29 de mayo, con Laura y sus compañeros en Tucumán

El 29 de mayo, con Laura y sus compañeros en Tucumán

El jueves vamos a recordar una vez más a Laura Carlotto y a sus compañeros, en una sala que lleva el nombre de Paco Urondo. Ahí estaremos, en la librería El Griego, con Mariano Pacheco, autor de Montoneros Silvestres, presentando los libros. A las 21 en Muñecas 287, San Miguel de Tucumán. Los espero!

Nuevo libro: Laura, vida y militancia de Laura Carlotto (Editorial Planeta Argentina)

Está llegando a las librerías en los primeros días de septiembre. Es el fruto de un trabajo de años, que empezó con un intercambio de ideas en una nota que le hice a Estela de Carlotto a fines de 2009. En 2010 empecé con las primeras entrevistas. Y finalmente, acá está, mi primera criatura de no-ficción.

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Facebook: Página de Laura, vida y militancia de Laura Carlotto

Revista ELLE: minientrevista Felipe Pigna

«Armé el rompecabezas de una historia borrada». Felipe Pigna y la Historia de las mujeres, por María Eugenia Ludueña en Elle Argentina, febrero de 2012.-

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LIBROS: febrero 2012

LIBROS: febrero 2012

Publicado por María Eugenia Ludueña en Actuelle Libros, revista ELLE Argentina, febrero 2012.

«Los padres encimones se han puesto de moda», Elvira Lindo en Revista ELLE.

Por María Eugenia Ludueña, publicado en Elle Argentina, noviembre de 2011.

Libros: noviembre 2011

Publicado por María Eugenia Ludueña en Actuelle Libros, revista ELLE Argentina, noviembre 2011.

Libros recomendados: para el Día del Niñ@

Publicado en ActuELLE LIBROS, agosto 2011.

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina.

Entrevista Inés Estévez

 

Novela de Pueblo, por María Eugenia Ludueña.Revista ELLE, julio de 2011.

 

Libros recomendados: Schlink, James y Powerpaola.

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina.

 

 

 

 

 

 

 

 

En los medios: Taller de Periodismo Digital para niños y adolescentes

Esta vez tocó estar del otro lado. El suplemento Educación del diario Clarín se interesó en el Taller de Periodismo Digital que coordino en la Casa de Cultura y Oficios de Parque Patricios (Ciudad de Buenos Aires) con los activistas de la Asociación Miguel Bru. La nota formó parte del artículo de tapa sobre «Educar con redes sociales». Esa sección del diario no se puede leer on line pero lo escaneamos y subimos a este link de la Casa de Cultura y Oficios.

http://casadeculturayoficios.blogspot.com/2011/07/en-los-medios-taller-de-periodismo.html

 

Sofi Oksanen: «El poder crea violencia»

En la novela Purga una de las protagonistas es una víctima de trata de personas. La  finlandesa Sofi Oksanen lleva ganados muchos premios -incluido el de Mejor Novela Europea 2010- con este libro que además es best-seller mundial. La entrevisté en esta nota para ELLE. 

Por María Eugenia Ludueña para Elle Argentina, junio de 2011.

LIBROS recomendados: Tres luces, Emaús, Wakolda y Transformaciones.

 

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina, junio de 2011.

«No hay que enseñar ortografía, hay que leer», entrevista: Guillermo Martínez

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina, mayo de 2011.

ELLE libros: recomendados de mayo

Solar de Ian McEwan (Anagrama), Al margen de las noches de Jean-Bertrand Pontalis (Paidós), El velo pintado de Maugham Somerset (Zeta) y Vista al río de Máximo Chehin (Bajo la luna).

Por María Eugenia Ludueña para Revista ELLE Argentina, mayo de 2011.

Entrevista: Lucía Gálvez


Por María Eugenia Ludueña,publicada en revista ELLE Argentina en abril de 2011.-

ELLE libros: recomendados de abril

Relatos reunidos de Hebe Uhart (Alfaguara), Demasiada felicidad de Alice Munro (Lumen) y Contra el viento del norte de Daniel Glattauer (Alfaguara).

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, abril de 2011.

Entrevista: Sylvia Iparraguirre


DE MONJAS, PRESOS Y OTROS SUSTOS

Foto: Gentileza Edgardo Gómez
Por María Eugenia Ludueña para Revista ELLE Argentina, marzo de 2011.

ELLE Libros: Recomendados de marzo

El abanico de seda (Lisa See), El mar que nos trajo (Griselda Gambaro) y Bajo influencia (María Sonia Cristoff).
 

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, marzo de 2011.

«La boda gay multiplica votos, el aborto los resta», Matilde Sánchez.

Por María Eugenia Ludueña, entrevista publicada en revista ELLE Argentina en febrero 2011.

Doble click en la imagen de página para leerla.

ELLE libros/ Recomendados de febrero

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, enero 2011.

«La historia oficial es machista, elitista y antipopular», Pacho O´Donnell.

Por María Eugenia Ludueña, publicada en Elle Argentina en enero de 2011.

Sigue leyendo

ELLE libros/ Recomendados de enero

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, enero 2011.


Revista ELLE: minientrevista Martín Caparrós



Publicada en revista ELLE, diciembre 2010.

Libros para el arbolito

Documental Los Carapintadas

A 20 años del último alzamiento carapintada en Argentina, hicimos este documental para televisión con Anima Films.
Estreno: próximo viernes 10/12 a las 10pm (hora Buenos Aires)
por The History Channel.
Documental History Channel

Seminario de Libertad de prensa en San Pablo, Brasil

Agradezco al canal TV Cultura de San Pablo, que me invitó a participar del Seminario de Liberdade de Imprensa. Junto con Pablo Mendelevich, contamos nuestras visiones acerca de la situación de los medios de comunicación en la Argentina. A propósito del debate que tiene lugar en Brasil sobre una Ley de Medios. Más información, acá.

Edición especial Aguilas Humanas: despedida a Néstor Kirchner

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El blog Águilas Humanas hizo una edición especial de crónicas con motivo de la muerte de Néstor Kirchner. Son nueve modos de decirle adiós.

Escribí mi versión libre y está acá

Monje urbano del siglo xxi, Hecho en Bs As

Entrevista a Miguel Grinberg, HBA, septiembre 2010.

HBA, agosto 2010.

UN MONJE URBANO DEL SIGLO XXI

Ensayista, periodista, imaginador, ecologista empedernido, un poeta.

La entrevista empieza al revés. No vamos a ninguna parte. Miguel Grinberg, viene una tarde a la redacción de HBA. Llega acompañado de un joven, (el hijo de su mujer), y con un bolso de canillita con los diarios que editan por su cuenta los trabajadores de Crítica- donde Miguel escribía excelentes contratapas-. Mientras tomamos café él “edita” en el aire los ejes de la entrevista. Anotamos. “música, espiritualidad y poesía”. Los tres ejes de su vida. Más simple y perfecto, imposible. Hete aquí un tipo imposible de clasificar. Ha estado en demasiados sitios. En La Perla del Once, en las entrañas de la poesía beat americana y en las universidades de meditación oriental, militando con hippies, rockers, monjes, militantes ecologistas, futuristas, escritores antológicos. “A través de las décadas, no porque me lo haya propuesto sino porque la realidad me lo fue proponiendo, he recorrido andariveles distintos temáticamente, siempre con un espíritu fundacional. ¿Qué quiere decir? Fundando redes, alianzas, revistas, centros de estudios. Tratando de contextualizar lo teórico y bajarlo a la gente”. Con el tiempo, Grinberg desplegó muchas de esas mismas pasiones. Es columnista de ecología, traduce y escribe libros sobre espiritualidad. Lleva cuatro años en la trasnoche de Radio Nacional con “Rock que me hiciste bien”.

Se nota cuando habla: desde aquella vez que hizo una meditación tibetana en Colorado, con su amigo el poeta beat Allen Ginsberg, algo que no se ve pero que se siente despertó y evolucionó en él.  Su presencia irradia humildad, produce cierta reverencia y deja en el aire una estela de sabiduría. Un monje urbano del siglo xxi ha venido a Hecho en Buenos Aires a envolvernos en su vibración.

En los años ´60 fundaste el movimiento de poetas Nueva Solidaridad. ¿Cómo se veía la solidaridad entonces?

La solidaridad tuvo, antes de que existieran los hippies, un diálogo que llegó a ser muy fuerte entre católicos y marxistas. Hoy parece una pavada, era significativo. Los poetas de las Américas, incluyendo los de Estados Unidos, confluimos bajo el mismo lema. Era un momento donde la utopía de la violencia, el foquismo, la revolución armada surgía también con enorme fuerza; algo que después acá retomó el “bronca sin fusiles y sin bombas” de La Marcha de la Bronca. Pero la solidaridad se entendía como el diálogo de las diferencias. En la única reunión que llegamos a hacer en México en 1964 había guerrilleros, sacerdotes, ateos. Solidaridad significaba trabajar a partir de los puntos donde coincidíamos, en vez de neutralizarnos unos a otros negándonos. Hoy en día la solidaridad requiere, además,  una evolución personal, un trabajo no sólo sobre el entorno sino en lo interno, como seres evolutivos.

¿Cuándo se te despertó el interés por la meditación y el misticismo?

Experiencias místicas tuve siempre. Pero la técnica meditativa me permitió sintonizar latitudes personales que tenían que ver con ese don. Así como otros tienen el don para la ideología y se hacen marxistas o anarquistas, a mí, pese a que leí lo que había que leer, la ideología y la filosofía no me cautivaron tanto. La práctica espiritual me nutrió inmensamente.

¿Y cómo recordás esa tendencia hacia lo místico?

Ahora ya no es una tendencia, es una convicción irrenunciable.  De chico iba a un casamiento, sonaba el primer golpe del órgano con la marcha nupcial y me corrían lágrimas. Debo haber sido un monje medieval en otra vida. ¡Lágrimas! Yo escuchaba a Bach y me atravesaba el alma, me movía las neuronas, me hacía parpadear. En algún lugar recóndito del ser, que posteriormente gracias a las técnicas de la meditación encontré y cito persistentemente, estaba eso.

¿Meditás a diario?

Tengo muchas formas distintas de meditar. Si estoy en medio de un barullo infernal, me meto quince minutos en una Iglesia y medito. Medito cuando puedo. La técnica tibetana que aprendí, enseño y practico se basa en la respiración. No es devocional ni de rituales. No tengo un altar en mi casa, ni necesito mantras. A los mantras los tengo porque recorrí todas las escuelas desde Meditación Trascendental hasta Raja Yoga.

¿Y con cual te quedás?

Con la tibetana, que es laica. El hecho de que sea espiritual no quiere decir que sea ascético. No me impone desde afuera, nmás que ser transparente. No me piden que crea en la reencarnación. No piden nada. Cuando estuvo por tercera vez el Dalai Lama, tuve el privilegio de estar entre los panelistas en Salud y Espiritualidad. Estoy en contacto con ellos. Hice una versión poética del libro tibetano de los muertos, y cuando tengo una oportunidad de escribir sobre eso, escribo.

¿Hay algún rockero argentino con el que te haya sucedido eso que te pasaba con Bach?

(Duda) Ehh, para el caso: Spinetta. En todas sus formaciones a través de la historia, porque no tiene una uniformidad musical, pero ya desde los tiempos de Almendra. Temas como Los elefantes. En Spinetta Jade, Pescado Rabioso, hay ráfagas de esa intensidad profunda. Para mí una de las cumbres de la obra de Spinetta es Artaud, pero Artaud no es la locura de Artaud, sino que es la visión que hay al mismo tiempo que se produce la locura. La locura en un tipo, son visiones o energías que no llega su naturaleza a terminar de procesar porque el universo es más grande que nuestra cabeza. Y la vida a mí me deparó el privilegio de, en ese momento de proximidad con Spinetta, de haber sido el coproductor de los recitales de presentación de Artaud en el Teatro Astral, en ese momento particular. Pero otro que tiene conexiones con el infinito, que ha tenido conexiones con el infinito, lo cual le quemó los fusiles ha sido Charly García. La banda sonora de Pubis Angelical, un trabajo de encargo, es una obra imponderable, no hay adjetivos calificativos para ella. Desde un punto de vista energético eso lo encontrás de manera distinta, en Los Redondos.

¿Por qué creés que eso enciende algo en la gente?

Porque es un mensaje de libertad. No es el jingle sobre la libertad, es la libertad en estado crudo. Hacés con eso lo que tu naturaleza te permite hacer. Y te puede permitir la elevación o la autodestrucción, pero eso no lo gobierna el músico. Eso es una decisión – si es que alguna vez decidimos algo – es una decisión de cada cual.

¿Por qué decís que a Charly esa conexión le quemó los fusibles?

Por soledad. No hay una tribu. Los que más padecen ese tipo de soledades son los visionarios. No hay tribus de miles de visionarios que puedan construir una nueva sociedad. Todavía. Yo creo que en el mundo algún día la vida cotidiana va a ser una obra de arte, no solamente en los espacios que te deja el mercado. Cuando no tenés nada que hacer, entonces sos creativo, sos poético, sos romántico, pero el resto del tiempo estás reproduciendo el sistema que te victimiza. Alguna vez esa continuidad se tiene que cortar.

¿Cuándo?

Trabajo para eso. Tengo una anécdota: en los años ´50 iba todos los días al cine.  Estaba de moda Ingmar Bergman. Un día un periodista le dice: “en confianza, díganos la verdad: ¿para quién trabaja usted?, ¿para dios o para el diablo?”.  Bergman dice: “Vea, le voy a dar una imagen de católico: Se está construyendo una catedral. Estoy esculpiendo una figura, por momentos da la impresión de que será un diablo, un demonio, por momentos pienso que va a ser un ángel, no sé lo que va a ser. Pero lo que sé es que, independientemente de lo que sea, yo quiero ser parte de la construcción colectiva de esta Catedral. Punto. Suscribo abajo del nombre de Bergman mi DNI. No sé cuando.

¿Qué ves hoy en el rock?

Dos cosas. Primero una cantidad de mercachifles que se han subido en el tren del rock para vender una mercadería llamada rock nacional, que no tiene nada que ver con el rock ni con lo nacional, sino que es una oportunidad de negocios. Hay una cantidad de pequeñas corporaciones de producción con un estereotipo que no es precisamente cambiar la sociedad, sino reproducir esta sociedad. Esta es una sociedad es un cónclave de consumidores y contribuyentes. La idea es que durante 50 años hagas lo mismo, te jubiles y dejes tu lugar para la otra camada, que viene a hacer exactamente lo mismo. Lo quiero muchísimo a Charly García. No sé si los patrones de Charly, la corporación que al mismo tiempo que vende Charly vende Shakira y Ricardo Arjona, está interesada en transformar algo. En una sociedad donde están Antonito de la Rúa y Darío Loperfido no veo que se quiera cambiar el mundo. A esa gente ya la traté. Fui entre el 93 y el 2000, prosecretario de redacción de Télam, me tocó la última época de Menem y la primera de De la Rúa. Conozco los pasillos del poder desde adentro y afuera.

¿Quiénes te parece que sí pueden aportar algo nuevo?

Hay toda una nueva generación que se ha nutrido del rock, eran chicos cuando estas cosas que ahora nos parecen bárbaras sucedían. Están construyendo una nueva música, una nueva actitud, no sólo con el “soy músico”, sino con en combinación con diseñadores, cineastas, vestuaristas, artistas plásticos que están. Son el nuevo underground, no tan underground. Cada fin de semana hay una cantidad descomunal de propuestas creativas en esta ciudad. Estoy poniendo mi programa en radio nacional al servicio de esa gente. Pat Coria, Pablo Dacal, Pablo Grinjot, nombres que me acuerdo ahora al azar, gente que no hace solamente rock, que menaje diseño electrónico, por ejemplo. No podemos hacer ahora lo mismo que hacían los Rolling Stone. Un ejemplo: hace un año vino a mi programa de rock un poeta de los ´70 que estaba en San Miguel  haciendo una revista alternativa de poesía, Daniel Serra. Me dice: “¿che, no podríamos hacer una vez por mes una reunión de poetas en tu programa?”. El último sábado de cada mes, ahora hacemos reuniones de poetas en la primera parte del programa. Leímos con Spinetta, Guercio, Pipo Lernoud, la tribu. Eso se ha convertido en un libro con los poetas que participaron. Y Luis Alberto propuso, como falleció el papa hace poco, “en vez de publicar poemas míos publicar poemas de Santiago, mi padre”. Palabra va, palabra viene, como cuando estuvimos en la casa para combinar la entrevista nos estuvo mostrando en la computadora una cantidad de arte que está haciendo hace mucho tiempo, unos mandalas descomunales, él está haciendo la tapa del libro. Esa es la fecundidad sumatoria de los que estamos en esto hace muchos años.

¿Tenés fe en el cambio social?

Aunque venga la bomba atómica y mueran dos tercios de la humanidad. Somos el vector de un proceso evolutivo en esa dirección. Todo lo que aporto, hago, disemino, capturo en internet, traduzco, edito, publico, digo va en esa dirección. En esta sociedad durante los últimos 25 años se ha ido consolidando a nivel de personas, situaciones, realizaciones, la materia prima para un punto de partida diferente en la Argentina. Sus protagonistas aun no se dan cuenta de que esto está. Hay que aprender a hacer algo que los argentinos no sabemos hacer: sumar y multiplicar. Y es ahí, en este momento, donde siento que estamos. En medio de una revolución cultural.

¿Qué se aprende con el paso del tiempo?

Mirá si yo te diría una cosa fundamental que aprendí es que dentro del  pensamiento de Buda hay un concepto fundamental que es el concepto de percepción del estado de impermanencia en el cual todos nosotros existimos. Somos transitorios y fugaces. De tanto tratar de aferrarse a la vida y de ir contra la naturaleza, porque la N va en una sola dirección, no retrocede, la gente se olvida de vivir. Si tomamos la cosa al revés, sabiendo que en cualquier momento puede truncarse la vida, sabemos que somos fugaces. Cuando uno se prepara para vivir no vive realmente. Acumula conocimiento, seguridad, guita. Vinimos desnudos y desnudos nos vamos. En la medida en que parás de correr hacia lo imposible y le sacás el mayor goce a lo positivo, cambia. No es una consigna partidaria para conseguir votos: es que para eso hemos nacido. Para tratar de captar los momentos de suprema armonía. Están al alcance de cualquiera, en cualquier lado. En la medida en que uno vive a favor de la vida, la vida vive a favor tuyo. En la medida en que vivís contra la vida, la vida te hace pelota, no conoce la compasión. La vida es una ceremonia bastante cruda.

¿Querés agregar algo?
Voy a parafrasear a Neil Young, un cantante canadiense. Dice: “No dejes que esto te desanime, son solo castillos lo que está ardiendo”. Se está derrumbando un castillo de naipes llamado Argentina. Y lo que tenemos que tratar de hacer es ver que tenemos cada uno de nosotros para aportar. Lo que no queremos lo sabemos muy bien. Lo que queremos no va a ser resultado de la casualidad sino de una tarea común, afirmativa, que tiene gran poder de contagio.

 

Ser gitano, La Nación

Hice esta nota hace varios años para La Nación Revista. Y me sorprende (gratamente) que me sigan preguntando sobre ellos.

 

Ser gitano

Son 16 millones en el mundo y 300 mil en la Argentina. A pesar de las persecuciones, lograron mantener su cultura e identidad. Un teleteatro con más de 20 puntos de rating habla sobre su vida. Pero sólo ellos, afirman, son capaces de explicar qué es ser gitano en el siglo XXI

Domingo 25 de enero de 2004 | Publicado en edición impresa

Siempre le pasa lo mismo cuando sale a la ruta. Baja las ventanillas, las manos al volante se quedan mudas, los ojos vibran con la línea recta de la llanura pampeana, mitad cielo y mitad campo verde. Entonces Mario Castillo, andariego desde antes de nacer, respira hondo, sonríe con ganas. Asoman seis dientes de oro que besa el sol . «Cuando paso Zárate, se me abre el corazón. Siento el país», comenta ahora bajo el techo de su carpa, en Rafael Castillo. En realidad, las carpas son tres, en las que habita una familia de 15 personas.

Estén donde estén, los gitanos necesitan un gran living: la vida de una familia gitana es intensa y extensa. Con espíritu trotamundo, son más de 16 millones en el planeta. Quedan pocos nómadas, pero todos comparten una lengua, una ley, una cultura transmitida oralmente.

Pero ser gitano no se parece a lo que muestra la tele. Su vida está lejos de la ficción que acapara rating en una novela, Soy gitano (Canal 13), que para ellos potencia prejuicios. De eso se quejan. Y abren la puerta para mostrar qué significa ser gitano en el siglo XXI.

El castillo de los Castillo Mario Castillo y su mujer, Carmen, santafecinos, no pasaron toda la vida en una tienda. Hubo tiempos de departamento alquilado, en Haedo.

«Nos sentíamos asfixiados. Hacíamos el asado en la vereda, la gente se reía», recuerdan ahora los Castillo en su hogar de Rafael Castillo, La Matanza. Instalaron sus tiendas en un baldío respetable, gente trabajadora, sin asfalto. Acomodaron sillones de cuero negro, un fogón donde se cuecen guisos y se calienta la pava para los mates. Al lado, una carpa similar, con un equipo de música. Las nietas de Mario, princesitas adolescentes, la transforman en pista de baile al atardecer, cuando sacuden las polleras floreadas y dibujan espirales con el ombligo. Aprendieron mirando la tele.

Los Castillo, cuentan, son compadres del presidente. Carmen trae un sobre de papel membretado de Presidencia de la Nación. Lo entrega y pide que alguien lea: ella no sabe, y su marido tampoco. El séptimo hijo varón, explican, nació el 15 de febrero de 1980. Se llama Jorge Rafael, como el presidente de la dictadura. Sólo en 1983 se le dio la distinción de ahijado presidencial. La entregó en nombre de Raúl Alfonsín el intendente de Maciá (Entre Ríos), donde vivían. El título consiste en medalla, diploma y beca de estudios. No crea otros beneficios, pero los Castillo se quejan de que no recibieron nada. Le enviaron una carta a Eduardo Duhalde y la Dirección de Ceremonial acusó recibo del pedido: «Le pedí una casa y nada… ni un Plan Trabajar», sonríe Mario.

El ahijado presidencial y su familia hoy no almorzaron. No hubo con qué. Cuando el sol es una pelota roja llega Graciela, una de las nueras. Vendedora ambulante de agujas, ballenitas y enchufes, de 10 a 17, patea Laferrère, San Justo. «Hago 5 o 7 pesos por día», aclara.

Alguien parte raudo a comprar fideos para la cena. Hacen cuentas: viven con 10 o 40 pesos diarios. Gastan de 1000 a 1500 por mes. Venden y compran autos. Pero el negocio, sintetiza Mario y mira los cinco autos estacionados, ya no es lo que era. «Antes comprabas a 3000 o 4000 pesos y vendías a 5000. Hoy comprás a 1000 y vendés a 1500.»

La tele está clavada en Los Simpson. Anochece y encienden la luz en la carpa. «Pagamos 36 pesos de electricidad y 18 de cable por mes.» Lo peor es cuando llueve. Por eso arrimaron al campamento un colectivo sin motor. «Cuatrocientos pesos me costó esa porquería. Pero a los nietitos hay que cuidarlos de la tormenta», comenta Mario, señalando el refugio. Las mujeres hablan poco y fuman en silencio. Graciela pasa del mate al cigarrillo. Es criolla y se casó a los 14. Tiene cinco hijos.

«Con las chicas somos delicados. No van solas ni a comprar cigarrillos», se ríe Castillo.

Las nietas mayores son muñecas: María, de 16, y Yessica, de 14. «Ya las miran, pero no se arriman. A los 17 se las llevará el novio», explica el abuelo, y tira el número de la dote: «25.000 pesos. Siempre pedimos mucho».

Los nietos no van a la escuela. «No se puede. Una o dos veces al año hay que juntar todo, comprar un camión y salir para Entre Ríos. Allá entramos en algún predio, vendemos herramientas, arreglamos máquinas. Anduvimos por La Plata, Santa Fe, Jujuy. Pasamos miseria. No te compran nada, todo boliviano. Somos humildes. Ya veníamos pobres de viejo, pero somos todos sanos, gracia´a Dio.»

A la Argentina Se estima que 300.000 gitanos viven aquí. En los años 50, una ley prohibió el nomadismo. Se instalaron en ciudades. Allí ejercen oficios: venden autos, metales. Las mujeres leen el tarot.

Desde Alaska hasta Tierra del Fuego, existen unos 4 millones de gitanos. En Europa representan la primera minoría, con 12 millones: el 80% vive en Europa del Este. Diseminados por el planeta, han logrado mantener durante más de 1000 años (desde que dejaron la India) su identidad y su lengua: el romaní.

Es la lengua que aprendió antes que el castellano Jorge Lolya Bernal, argentino y presidente de la Asociación Identidad Cultural Romaní en la Argentina (Aicra). Es un gitano atípico. Trabaja todos los días en una oficina pública, vive en un departamento, habla seis idiomas. Vivió en Estados Unidos y Europa, escribe papers sobre su pueblo. Presentó quejas contra la telenovela Soy gitano ante el Instituto Nacional contra la Discriminación (Inadi) y la Defensoría del Pueblo.

«Nos pintan con los peores estereotipos: mafiosos, ladrones, promiscuos, hechiceros, estafadores, prostitutas, conspiradores, asesinos. La ley gitana, Kris, es clara: prohíbe la portación de armas. Y la comunidad sanciona por medio de sus miembros al que comete un delito.»

Su pueblo ha soportado persecuciones. Más de 500.000 gitanos murieron en el Holocausto. Miles tuvieron que escapar de la Guerra Civil Española. En la Guerra de los Balcanes fueron una de las principales víctimas.

En la Argentina, la discriminación existe. En su casa de Saavedra, Mara Ivanovich cuenta un clásico: cuando camina por la calle, la gente aprieta la mano de sus hijos. «Creen que las gitanas secuestran niños. Mentira. Además los gitanos tenemos muchos hijos, y son ellos los discriminados.» Miguel, uno de los suyos, tiene 11 años. Hizo hasta cuarto grado: «En la escuela los pibitos me decían: Salí de acá, gitano sucio». Su hermana, Sabrina (de 15), agrega: «Hice hasta segundo grado. Los chicos no se querían juntar conmigo». Mara recuerda que le mandaron una asistente social: «Por más que vuelva, ya le dije, a mis hijos no los mando a la escuela». Sin embargo, muchos gitanos argentinos sí los mandan. Este año, Karina Miguel (de 29), una gitana de Neuquén, fue la primera en la Argentina que se recibió de abogada.

De Grecia a Floresta Difícil de creer: en casa de los Papadopulos, todos los días se sirve la mesa para 18 comensales. Entre pechugas de pollo, albóndigas y fideos, Ricardo Papadopulos (de 58) lleva la voz cantante. Sus hijos se mantienen silenciosos en sus camisas impecables. Hablan por celular. «Esa novela está equivocada. Muy mal lo que hacen. Es ciencia ficción. ¿Por qué dicen que son gitanos? ¡¿Mi familia es así?! ¡Nooo!» Se ríen los Papadopulos. Hablan entre ellos en otra lengua. «Somos cristianos. Mis hijos se levantan todas las mañanas para ir a trabajar. Votamos. Y practicamos el Evangelio», enfatiza Ricardo, hijo de griegos y nieto de nómadas. Sus padres llegaron a Brasil en 1928 y después se instalaron en Rosario, donde nació él. Cuando tenía 5 años, su familia juntó todo y se vino al barrio porteño donde Floresta coquetea con Mataderos. Es el pastor pentecostal de la iglesia que convoca a 300 gitanos. Los domingos a la tarde, la vereda es un festín de polleras de colores, ojos preciosos, cabellos recién lavados y bebes regordetes. El pastor Ricardo tiene programa de televisión y de radio, y cada año hace dos viajes internacionales predicando en romaní.

«Somos un pueblo decente. No van a ver una gitana prostituta. Nuestras costumbres son bíblicas. Un estudio dice que descendemos de Abraham y su tercera mujer, Cetura. La raza gitana es de origen israelita», asegura el pastor. Y sigue: «La novela está equivocada. Para verle las piernas a una gitana hay que sufrir».

Antes de ser su esposa, Sonia (de 60) ya formaba parte de la familia de Ricardo. El padre de ella y el abuelo de él eran hermanos. «Esta es para mí», se anticipó el padre de Ricardo cuando Sonia tenía 7 años y él 5. Años después se comprometieron, pero los novios ni siquiera se hablaban. «Antes nos daba vergüenza. Ahora la juventud cuando se compromete ya se habla», acota Sonia, la mujer por la que los Papadopulos pagaron 55 pesos. Los nietos, Princesa (de 16), David (de 17), Michelle (de 14) y Yuliana (de 12) ríen fascinados. La puerta se abre y llega una nuera. La señora está muy triste. Se hace un silencio sepulcral. El hijo del pastor falleció hace pocos meses. Cuando un gitano está enfermo o fallece, todos se acercan para dar consuelo a la familia. El respeto a los muertos es una ley gitana sagrada, como su solidaridad.

En su rueda de la vida, la familia es una institución sagrada. Los ancianos gozan de un status diferente del que la sociedad occidental otorga a los suyos. No hay gitanos en los geriátricos. Los mayores revisten, por sobre todo, sabiduría. Y tienen el rol social de hacer justicia por medio del Consejo de Ancianos de la Kris (ley gitana). Los grandes cuidan a los chicos, que al crecer cuidarán a los grandes. El país gitano no tiene fronteras, pero sí una bandera, mitad celeste cielo, mitad verde pasto y una rueda en medio. Porque el territorio gitano está hecho de tierra, sol, estrellas. Y de familia, la fuerza viva de su identidad, su verdadera patria.

Para saber más
www.geocites.com/elenakali/jorgito-rom-en-argentina.html
www.unionromani.org/union_es.htm

Por María Eugenia Ludueña

Entre mujeres Parecen dóciles, son polvorita. Una charla con gitanas sólo puede transcurrir cuando los hombres están trabajando. A pedido de las interesadas, no se mencionan sus nombres.

-¿Todas las gitanas se casan?

-Sí. Sin excepción. No sé cómo, pero que se casan… se casan.

-¿Y todas vírgenes, como manda la tradición?

-Un ritual es que la novia, después de pasar la primera noche con su prometido, muestre a las mujeres mayores una enagua con una manchita. Ellas le ponen una gota de alcohol y se dice que, si es virgen, en la tela se dibuja una flor. Pero tampoco es que hasta que no te casás no pasa nada… ¿eh? No somos santas…

-¿Y se mantiene la elección del novio de parte de los padres?

-Ya no es tan así. Eso sí: tiene que ser gitano. A los varones se les permite más casarse con criollas. A nosotras no.

-¿Cuánto es hoy una dote?

-Desde 200 hasta 15.000 pesos. A veces se paga en oro.

-¿Y si tu novio no te puede comprar?

-Algunas se escapan a la casa de él. Y después de unos días la unión está reconocida. A veces es un escándalo. Y no hay fiesta.

-¿Les pesa tener que acatar la opinión del marido en todo?

-Es así, y nos gusta. Llevamos el pañuelo en la cabeza (símbolo de casadas) con gran orgullo. Los gitanos somos unidos como pocos.

Ciudadanos del mundo

  • Originarios de la India, se cree que tras la invasión musulmana en el siglo IX, los gitanos debieron emigrar. Pasaron por Persia, Grecia, Armenia, Palestina y el sur de Turquía. Llegaron a Europa en el siglo XIV. Soportaron prohibiciones, castigos y matanzas. Hoy son más de 16 millones en el mundo. En la Argentina viven unos 300.000, de origen ruso, rumano y español.
  • Los gitanos no piden tierras, pero sí que se les reconozca su derecho a la autodeterminación. Que se eliminen las fronteras que frenan su espíritu nómada, las nuevas formas de racismo y discriminación. Lo piden por medio de más de 300 instituciones, como la Unión Romaní, con representación en la ONU y el Parlamento Europeo. En la Argentina los reúne la Asociación Identidad Cultural Romaní.
  • Amaro Glaso (Nuestra Voz) es el único programa de radio sobre la cultura gitana en América latina. Conducido por Jorge Bernal, se emite en español y romaní por Radio del Pueblo (750 AM), y se escucha a través de Internet: http://www.750am.com.ar , los viernes, a las 20.

¿Por qué nos odian tanto?

Recién salido del horno, ¿Por qué nos odian tanto? es un libro sobre Estado y Medios de Comunicación en América Latina. Compilado por Omar Rincón desde el Centro de Competencia en Comunicación de la Fundación Friedrich Ebert, dedica cada capítulo a contar cómo se da esa relación en estos países, a partir de diferentes experiencias. Me tocó escribir sobre la complejísima situación en Argentina.

El libro completo se puede bajar en pdf haciendo click acá.

Entrevista: Deepak Chopra, La Nación

DE MÉDICO A GURÚ

Impulsor de la medicina india en Occidente, es consejero de grandes celebridades y vende millones de libros. En esta charla con la Revista, acerca sus ideas sobre la medicina y la justicia social (su nueva preocupación), y afirma que el mayor cambio en su vida fue aprender a no enojarse.

Publicada en diciembre de 2005. Para leerla on-line, click acá.

Las madres sean unidas, de Hecho en Buenos Aires a Cronopio

Gracias a la revista Cronopio (Medellín) por publicar esta nota que salió originalmente en Hecho en Buenos Aires. Para ver la nota, click acá.

La vida expuesta, Suplemento Las Doce, Página/12

Para ver la nota on-line click acá.

Viernes, 10 de febrero de 2006

NOTA DE TAPA

La calle es su lugar

En Buenos Aires existe un planeta que parece orbitar en una
dimensión ajena. Aunque su territorio son las mismas veredas
bordadas de tilos y jacarandás por donde pululan ejecutivos,
turistas y cartoneros. Es el cosmos de las personas sin techo, un territorio donde no existen direcciones, agua potable ni baño. Y donde las mujeres son una minoría, la más vulnerable. Para ellas las alternativas dignas de supervivencia son mínimas y la oferta de programas, casi nula.

Por María Eugenia Ludueña

9 am, Hogar San José, México y Rincón

Victoria“¿Vos te creés que yo tenía en mente hace cinco años que me podía pasar esto?”, dispara Victoria detrás de una remera negra que anuncia “Intel: innovación en educación”. Tiene la nariz ancha, el pelo canoso recién lavado y la coquetería concentrada en las uñas, bien limadas y pintadas de rosa oscuro. Vicky toma mate cocido en un ambiente amplio y soleado de la Obra San José, como cada mañana. Acaba de bañarse y va y viene entre el patio y ese salón, como las otras mujeres que pellizcan pan recién salido del horno, sentadas a las mesas que los sacerdotes jesuitas disponen para quienes están en situación de calle. La coordenada en la calle Rincón al 600 es una de las pocas donde las mujeres pueden desayunar, ducharse, buscar ropa y alimento, encontrar un médico o un psicólogo, y participar de talleres de expresión y capacitación. Vicky habla rápido y no para de hacer cosas, como el fantasma de una mujer ocupada. Tiene que irse a mediodía, cuando la Obra San José cierra, y cruzar estas puertas otra vez hacia su hogar: las veredas del centro de la ciudad. Según el último censo del gobierno porteño en noviembre de 2005, las personas que como Vicky duermen bajo las estrellas son 1100. El 20 por ciento, mujeres.

Con un estentóreo vozarrón ella aclara que no siempre estuvo en la calle, ¿eh?; ella, explica, tuvo un problema con su vivienda. “No me drogo, no me prostituyo. Vengo acá a bañarme, y a los talleres de pintura y de música, para ocupar mi cerebro y no dar lugar a nada fuera de lugar”, dice con un tono a la defensiva.

Entre Vicky y la decena de mujeres que la rodean nace una charla. Ella lleva la voz cantante: “¿Qué podemos encontrar las mujeres cuando estamos en la calle y no tenemos amor? No somos culpables de lo que nos pasa. Quizás el único error, si se le puede decir así, es no haber manejado mejor el dinero. La gente mayor es la que nos trata de peor manera. Una no está así porque lo desea sino porque la sociedad lo quiere”. Todas asienten enérgicas.

–Una de las peores cosas de vivir en la calle es que no se puede dormir profundo.

–A las mujeres nos maltratan mucho.

–Nunca falta un borracho que se te acerca, el que te pide un pucho.

–El que se quiere propasar.

–O alguien que se quiere quedar con tus cosas.

Más tarde, Julio Fernández, director de la Obra San José, corrobora cada frase. Dice que las mujeres en situación de calle “son quienes más sufren el tema de la violencia física y sexual. Si bien demuestran mayor capacidad que los varones para atravesar los problemas, la mayoría de las que duermen a la intemperie son mujeres que han roto con todos los lazos. Pero no es que estén locas: para ellas no existe una alternativa intermedia de contención entre un comedor y el Hospital Moyano. De acá a un año y medio pareciera que son cada vez más”.

–A mí ya me robaron cinco veces –se queja Vicky.

No le gusta contar demasiado y en eso todas se le parecen. Apenas dirá que nació en Tucumán y vino a Buenos Aires a los 18. Tiene un vicio: la pintura. Y una carpeta negra con sus trabajos. Paisajes caribeños, islas paradisíacas, cielos tormentosos, láminas coloreadas con creatividad por manos ágiles en esos talleres de San José.

Durante la tarde se instala en una vereda, al costado de una farmacia. A la noche duerme en el umbral de una empresa del microcentro. Si llueve, se cobija en el hall del edificio. “Me costó lograrlo. Pero lo gané con buena conducta, buen trato. Los de seguridad te quieren sacar, pero yo conseguí el permiso de los dueños.”

11 am, Suipacha y Juncal

Marisa

Si la cruzaran por la calle no sospecharían que esta dama rechoncha, de cutis de porcelana, pelo corto, vincha de carey y flequillo recto sobre los ojos bien delineados en negro gasta madrugadas en la guardia de un hospital de Ramos Mejía. Tiene 54 años, una infancia de San Juan y Boedo, un pasado de administrativa y tanta vergüenza que pide le cambien el nombre. Por la vereda de la calle Suipacha al 1200, frente a la puerta de la iglesia del Socorro, empuña su carrito de metal, de esos que la gente usa cuando sale de viaje para cargar las valijas. Blusa naranja, saco negro, pollera al tono debajo de las rodillas. Lleva vendadas las piernas ulcerosas, lentas sobre las sandalias.

“Acá es el único lugar donde se consiguen talles grandes, como para mí que soy gordita”, ríe como una nena. Tiene dientes perfectos pero le falta uno de los delanteros. Hace 6 años que deambula por la ciudad, los trenes, los hospitales donde le curan las piernas. “Soy sola y me hipotecaron el departamento. Ya no pude pagar”, se excusa, tímida. Muestra una de las bolsas donde lleva la mercadería que vende en los bares cada tarde: gomitas para el pelo al crochet en rosa, celeste o blanco. Con lo que gana a veces se da el lujo de sentarse a tomar un café mientras lee. Es una apasionada de la lectura, confiesa, y muestra los libros que la tienen entusiasmada por estos días: El pobre de Nazaret y Máximas cristianas.

Marisa tiene que apurarse. Le queda el tiempo justo para llegar a la hora del guiso, luego se dará una vuelta a la tarde por la Iglesia Metodista de Corrientes y Maipú, donde sirven la merienda, para después subir al tren y, cuando llegue la noche, acomodar su equipaje y su cuerpo en la guardia del hospital.

4 pm, Plaza Vicente LópezSara Ayala

Duerme la siesta en un territorio de lujo y amanece en una vereda poderosa. En los alrededores de la Plaza Vicente López la propiedad está entre los valores más altos de la ciudad, pero Sara Ayala anda por ahí por otras razones: en ese sector hay un puñado de servicios parroquiales para las personas sin techo, como el comedor de las Esclavas del Sagrado Corazón. Según el censo del gobierno porteño, las personas en situación de calle se concentran en las zonas donde se ofrecen los pocos servicios para ellos: Barrio Norte, Retiro, Recoleta, San Cristóbal, Balvanera y el microcentro, barrios que conocen como si fueran las habitaciones de una casa.

“Antes los que vivían en la calle eran pobres estructurales con necesidades básicas insatisfechas. Las cifras se mantienen estables, pero no son las mismas historias las que llevan a vivir a la intemperie. Se ve más gente que quedó en la calle por no poder pagar un alquiler, sufrir un desalojo o quedarse sin trabajo. Son los nuevos pobres. Y en el caso de las mujeres, por cuestiones de violencia”, señala Ana Maiorkevich, al frente de la Dirección General Sistema de Atención Inmediata de la ciudad de Buenos Aires. Esta área atiende a personas en situación de calle a través de los programas Buenos Aires Presente (BAP), Paradores Nocturnos y Asistencia a los Sin Techo. El BAP funciona las 24 horas todos los días del año, dispone de móviles y equipos que relevan a personas afectadas y articulan recursos sociales, reparten comida y abrigo. Los paradores ofrecen lugar eventual donde dormir pero son sólo para varones. La Asistencia a los Sin Techo busca “trabajar a mediano plazo la recuperación de los que llegan de la calle para que puedan incluirse e integrarse. Las mujeres tienen más voluntad que los varones para salir adelante y trabajar el proceso de exclusión o autoexclusión que significa estar en situación de calle”, señala Maiorkevich. El gobierno porteño cuenta con cuatro hogares donde se inicia un proceso de admisión y recuperación. Sólo uno de ellos, el 26 de Julio, está abierto al público femenino.

Sara Ayala pertenece a las filas de los nuevos pobres y dice que nunca se le ocurrió pedir ayuda social. Se acurruca en un banco de madera verde. Encoge los pies para que en uno de los extremos entren las dos bolsas de plástico donde lleva su casa. Aunque no hace frío, cubre su melena canosa y la piel curtida con una frazada gastada. En otro rincón se agrupa una docena de varones, que armó su comedor diario en el área de las mesas de cemento. Pero Sara no pertenece a la tribu de los que construyen asentamientos. Ella es una deambulante solitaria, como lo son las mujeres que atraviesan una situación similar a la suya.

Al despertar se frota los ojos con las manos, como si todavía no pudiera creer que hace más de un año que transforma cualquier superficie dura en una cama. Se sienta en el banco y se nota que es delgada, el pelo lacio y blanco le cae hasta la cintura.

Nació en Misiones hace 44 años y hace 22 que vino a Buenos Aires a trabajar de empleada doméstica. “Antes –dice y subraya el antes como quien habla de un país de fantasía– te traían las patronas.” Durante años trabajó para una familia italiana en San Isidro. Cuando ellos volvieron a su país, Sara regresó a Misiones y se instaló con su mamá. Hasta que ella falleció.

De nuevo en Buenos Aires visitó gente. Sus conocidas se habían vuelto a sus provincias. Consiguió algún trabajo por horas. En tiempos mejores, con lo que sacaba pagaba una pensión. “Ya ni la señoras tienen plata para pagar. Mucha carencia”, explica con esos ojos marrones y chiquitos que piden disculpas. No, ella ya no trabaja por horas y tampoco quiere pedir plata. Junta cartón y botellas y un día de suerte reúne 10 pesos. Dice que le alcanzan. “Además, el tocar mucha basura te saca el hambre”, suelta.

A veces le sacan las cosas: la ropa, el mate, el calentador con el que se hace una sopa debajo del puente de la autopista en los días de lluvia. “Al principio lloraba mucho. Salía a buscar trabajo y me desalentaba. Si no tenés formación, aunque sea la primaria, no hay nada”, desliza.

“Lo más difícil es la higiene”, confiesa. Una joven que pasa por la plaza se acerca a ofrecerle un billete de dos pesos. Ella lo rechaza: “No, guárdelo, lo puede necesitar”, dice. “La gente es solidaria, siempre aparece alguien que te ayuda. Te ofrece ropa. Tengo que dar algunas cosas porque no puedo andar con tanto equipaje. Algunos si te ven mal llaman a una ambulancia. Otros dicen que tienen una casaquinta para que vayas a dormir. No los conozco, prefiero quedarme acá.”

A Sara también le regalan comida. No es fácil comer cualquier cosa: “la mente de uno no sabe quién lo preparó”. Al anochecer arrastra esos pies hinchados hasta “el mejor lugar que encontré para dormir: una vereda frente a la Plaza del Congreso, en la entrada de la Biblioteca del Senado, cerca de la bandera”.

7 pm, Corrientes y Florida

María del Carmen Monti

El peinado le hace juego con la voz: esos pelos grises, duros, compactos, emergen del cuero cabelludo con ganas y dibujan una melena eléctrica. Con ese tono estridente María del Carmen grita Hecho en Buenos Aires (HBA), la revista mensual de interés general que venden más de 200 personas que se quedaron sin empleo o están en situación de calle. Carmen sostiene un ejemplar en cada mano y los agita con ímpetu. Hace dos años, cuando un auto la atropelló en La Tablada y le dejó de recuerdo un codo reconstruido con alambres quirúrgicos, movía mejor los dedos. Lo de la pierna derecha es más reciente y lo disimula peor: está gruesa y envuelta en vendas que le cambian y desinfectan en una sala sanitaria de San Telmo.

“A mis problemas los tiro a un lado cuando salgo a laburar. Vendo HBA con optimismo y alegría. La gente que me compra o no me compra la revista no tiene la culpa de que yo viva en la calle”, cuenta. Hace un año que vende la revista a 1,50 y de su pecho cuelga una credencial: es la vendedora número 1704. De ese dinero, $1 queda para ella.

Carmen ya sabía bastante de ventas: durante años se trepó como busca a cada colectivo, la boca presta para gritar la mercadería del momento. En esos tiempos vivía en la provincia de Buenos Aires, en Lomas del Mirador. Antes, mucho antes, Carmen vivía en Chajarí (Entre Ríos). Ahí cursó la escuela Normal y se recibió de maestra. Su mamá había llegado a ser directora y su padre fabricaba herramientas para el campo. El aula no le gustaba. “La escuela tenía demasiadas exigencias: que los pibes, que los padres, que los docentes, que los directivos. Al final prefería preparar a los alumnos en mi casa.”

Cuando los padres fallecieron se vino a la ciudad. Tenía 35 años y un plan A: “conseguir empleo en una oficina”. Por más que hizo el mejor curso de la Pitman, no logró pasar la prueba de velocidad en dactilografía. “Alguien me explicó que necesitaba un talento que yo no tenía. Me pregunté ¿para qué luchar contra los molinos de viento? Y conseguí trabajo como corredora de alimentos de un mayorista.” Después llegó la época de las changas en los colectivos y así se pasó una década. Tras el accidente, en el 2002, ya no pudo subir y bajar con el bolso lleno. “Ni siquiera podía comer con dos cubiertos, el brazo derecho quedó muy malo, sí puedo sostener las revistas”, muestra mientras las hace flamear como banderas.

Con la indemnización por el accidente, alquiló una pieza por el barrio de Monserrat. Cuando la plata se terminó, se tuvo que ir. Dejó una deuda de 49 pesos y algunas pertenencias como garantía, entre ellas su plancha eléctrica, que sigue ahí. Las primeras noches durmió en la Plaza Miserere, pegada al altar de la Virgen. Le pidió a un barrendero si le prestaba la escoba para limpiar el suelo. El tipo se sorprendió.

“En la calle hay dos vidas: la decente y la otra. Al principio anduve por el Once. No me gustó el ambiente. Viene cualquier tipo y pretende acostarse al lado tuyo. El que quiere tener una vida digna, aunque no tenga techo, no puede vivir ahí”, dice con la voz firme y didáctica, resabios de maestra. Está convencida de que una vida sin techo es como todo: tiene pros y contras. Cita ventajas: “No tenés que pensar cómo capear la situación”. Las desventajas parecen más: “Si alguien te regala una frazada, después no tenés adónde guardarla hasta el próximo invierno. No se puede andar con demasiadas cosas. Llevo una bolsita con remedios y debería donar algunos porque ya no los uso. Hoy un tipo me regaló una vela que pesaba como un kilo, ¿qué hago con una vela? La tuve que regalar”.

Con la ropa es lo mismo. Recibe, usa, lava, a veces la entrega a otro porque no la puede llevar. Es que su único brazo sano carga una sola bolsa. Tiene unos jeans gastados que le dieron en HBA. La polera de hilo color mostaza es de Cáritas. Dice que va por la calle así, como corre el viento. “Es cuestión de saber para dónde sopla y encontrar un lugar reparado.” No duerme seguido en el mismo lugar, pero siempre es en una vereda céntrica. Advierte: en la calle es preferible vivir un poco aislado. No se le puede dirigir la palabra a todo el mundo. Ella hubiera imaginado que la gente que vive puertas afuera, dice, era más solidaria. Se queja. A veces hay quien maneja la información acerca de dónde comer o dormir con exceso de discreción. “Por suerte, como fui corredora, algunas cosas de la calle sabía. Lo que no, lo aprendí con el tiempo, como a comprar el café o el té en los carritos, a 50 centavos.”

La revista que vende, Hecho en Buenos Aires, es más que una mercancía para ganarse el pan. En este emprendimiento funciona Puerto XXI, un centro social y cultural donde Carmen, otras personas en situación de calle y vendedores de HBA, pueden darse una ducha o participar de un espacio de encuentro, charlas informativas, talleres artísticos y recreativos. La directora del proyecto y la revista, Patricia Merkin, asegura que el trabajo con gente en situación de calle tiene un enfoque diferente al oficial. “En HBA no trabajamos para las personas sino con ellas. Escuchamos la problemática. Ahí es cuando descubrimos las capacidades”, señala Merkin. Y habla del concepto de resiliencia, que toma el conflicto como la base del desarrollo y la oportunidad de desplegar el potencial humano de cada persona ante las situaciones más adversas.

Merkin afirma que tanto en HBA como entre las publicaciones de la gente de la calle a nivel mundial, las mujeres representan más del 30 % de los vendedores. “Ellas suelen tener mayor continuidad y polenta frente a problemas económicos o sociales. Las que trabajan con HBA venden muy bien, se atienen a las reglas y participan mucho de los talleres. Son más sociabilizables y recuperables que los varones. Pero creo que no es una cuestión de género: es un problema de exclusión y de sistema, que a las mujeres nos afecta de una forma determinada porque somos distintas”, explica Merkin.

En una de esas reuniones de HBA, Carmen dice que aprendió una frase clave: “No es lo mismo llenar el estómago que alimentarse. Nadie puede vivir comiendo guisos. Si bien aún con la venta de revistas no me alcanza para mantenerme, con ese dinero me puedo comprar un huevo duro, una hamburguesa, frutas”.

Los ojos profundos como el carbón se abren con el sol, sin horario: a las 6 de la mañana o a las 2 de la tarde. Cuando se cierran, bajo la luna, entre cartones que tratan de protegerla, piensa que el suyo quizá sea un precio por haber trabajado en negro. “Pero no estoy dispuesta a salir de la situación de calle a cualquier precio. Si así fuera, me hubiera ido con esos señores que dicen ‘vamos a pasar la noche que te pago el hotel’. ¿Buscar refugio en un hogar? Ni loca, no puedo estar en un sitio donde hay que entrar antes de la siete de la tarde. Yo termino de trabajar, me voy a la plaza, doy una vuelta.” Antes soñaba con alquilar un departamento. Ya no: “Por la inseguridad, veo las cosas que salen en el diario, está lleno de señoras mayores que viven solas y ¿qué les hacen? Les roban y las matan. Ahora sueño con alquilar una habitación en una pensión. Una nunca sabe lo que puede pasar”.

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Iguales y diferentes, Suplemento Las Doce, Página/12

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Viernes, 3 de agosto de 2007

NOTA DE TAPA

Iguales y diferentes

Hace ya un cuarto de siglo que se acuñó la palabra sida y más de 20 años desde que se conocieron los primeros casos de vih en recién nacidos, niños y niñas. Médicos, organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales reconocen que las reper-cusiones del virus sobre la infancia no se han tenido lo suficientemente en cuenta. Los tratamientos que reciben son iguales a los destinados a adultos y eso dificulta la adherencia. En las escuelas este diagnóstico suele ocultarse para proteger de un mal peor que el virus: la discriminación. Niños y niñas, sin embargo, prefieren la verdad para así ser vistos y también tenidos en cuenta en sus particulares necesidades.

Por María Eugenia Ludueña

Debería tratarse de un error: los pañales descartables apilados junto al frasco de la Zidovudina (AZT) y el sonajero. Ese frasco no debería estar ahí. Ese nene de un año y cuatro meses no debería estar ahí; la boca de frambuesa que tienen los bebés, quieta en la cama número once de la sala de internación; la nariz de avellana que tienen los bebés conectada a una sonda. Este pabellón pediátrico de vih/sida del Hospital Muñiz, con sus patos y muñecos de goma-eva en las paredes, su cartel de “juguemos en silencio mientras el doctor cura a nuestros amiguitos”, debería ser un error. Tal como están las cosas es un acierto.

Los papás del bebé de la cama once le acomodan las almohadas. Tienen la espalda encorvada de preocupación. Son nuevos. Los padres de otros chicos se mueven en la sala con gestos precisos, tranquilos. Sus hijos vienen cada tres meses a una internación de medio día, programada por un seguimiento multidisciplinario. Este tratamiento pediátrico contra el vih –que ofrece apoyo médico, psicológico, nutricional, psicopedagógico, social y jurídico– es uno de los orgullos del equipo que lidera en el Muñiz el Dr. Roberto Hirsch, pediatra infectólogo y profesor de la UBA.

El doctor Hirsch vive para su record: desde el 19 de diciembre del 2000, cuando arrancó este tratamiento integral en la sala para niños, la 29 del Hospital Muñiz registra mortalidad cero. El bebé de la cama once no estaba en ese tratamiento, estaba en una casa humilde en un barrio humilde del conurbano. El bebé se enfermó y hasta que sus padres supieron que tenía vih –después de idas y vueltas, de hospital en hospital– pasó tiempo. Y acá está, muy grave, peleando para no convertirse en un número.

Lo triste de las cifras es que, hasta que se le ve la cara al bebé, nunca parecen ser lo suficientemente tristes. A fines de 2006 había 2.300.000 chicos viviendo con vih/sida en el mundo, 48.000 de ellos en América Latina y el Caribe, según estima la Organización Mundial de la Salud. Una sexta parte de las muertes relacionadas con el sida en el mundo son de niñas y niños que no llegaron a cumplir los 15, pero pocas veces se los menciona en las encuestas. Todos los años 300.000 niñas y niños menores de cinco años mueren por enfermedades relacionadas con el sida, señala Unicef, y alerta sobre la epidemia de vih en los niños como “El rostro oculto del sida”. Hasta hace poco ni siquiera se contaban las niñas y niños afectados por las consecuencias de la enfermedad, por ejemplo, quedarse sin padres por el virus. O quedarse con el virus.

La mayoría de los chicos con vih se infectaron de sus madres, durante el embarazo, el parto o la lactancia. La buena noticia es que existen tratamientos que reducen al 2% el riesgo de esa transmisión vertical, y la pésima –demencial– es que 1500 chicos por día se siguen infectando de vih en el mundo porque sus madres no acceden al diagnóstico o al tratamiento. Solo en el 2006 se infectaron con vih 540.000 chicos menores de 15 años.

Ilustraciones de los testimonios del libro Ynisiquierallore, editado por ICW y UNICEF.

Las chicas no lloran

Es una mañana de invierno, cielo gris y llovizna persistente, perfecta para dormir. Pero estas dos chicas se levantaron temprano y son las visitantes más jóvenes del IV Foro Latinoamericano y del Caribe en vih/sida e ITS (Infecciones de Transmisión Sexual) que se realizó en Buenos Aires en abril de este año. Keren (11 años, hondureña) y Victoria (13 años, uruguaya) pasean sus zapatillas último modelo y sus melenas alegres entre los científicos y militantes. Atraviesan los stands desbordantes de folletos, preservativos y slogans. Sonrientes, se acomodan en un salón en la mesa de panelistas, al lado de los vasos de agua y del señor Nils Kastberg, director de Unicef para América Latina y el Caribe, y de Patricia Pérez, secretaria regional de la Comunidad Internacional de Mujeres viviendo con vih/sida (ICW, según la sigla en inglés).

Lo dijo Patricia Pérez en el 1er. Congreso de Mujeres, Niñas y Adolescentes de Latinoamérica y el Caribe organizado por ICW en Panamá de octubre del 2006: “No queremos nada para nosotras sin nosotras”. En esa oportunidad el señor Kastberg reconoció que hasta Unicef se había demorado en atender a las demandas de las niñas y niños afectados por el sida. Sus palabras fueron cruciales para que entre ICW y Unicef naciera un libro que les pone voces a los números, sentimientos a los rostros anónimos. Se llama Ynisiquieralloré (Dunken), y Keren y Victoria están en este salón y en esta ciudad para presentarlo.

Las páginas reflejan sus testimonios –recogidos por la periodista María Mansilla– y los de otras chicas de América Latina y el Caribe que conviven con la infección. Candela, Lizzie, Angelical, Fernanda, Estrella, Agustina, Nicolle, Rosario, Cecilia, Morena y Ouka son los nombres que ellas eligieron para hablar de cómo es vivir con el virus.

El nombre del libro, comenta Patricia Pérez, alude a algo en lo que coincidieron las entrevistadas: ninguna lloró al enterarse de su diagnóstico. A excepción de una que sí lo hizo, cuando una amiga le contó que también había recibido un resultado positivo.

Que no me toque

En el Hospital Muñiz el primer diagnóstico de vih en un niño desconcertó a los médicos en 1987. “Era un chico hemofílico, derivado por la Academia de Medicina, infectado por una transfusión de sangre”, hace memoria el Dr. Hirsch. Recién en 1990 empezó a ver a las primeras mujeres; pero después del nacimiento de uno de los primeros bebés con vih tuvieron que intervenir funcionarios para que la madre y el niño fueran asistidos. Casi nadie quería tocar al bebé.

En el Hospital Garrahan, el primer caso de vih pediátrico se conoció en 1988. “Era un adolescente y fue un caso comentado porque concurría a una escuela de la Boca. Los padres de los alumnos pidieron a las autoridades que prohibieran el ingreso del chico. Hubo un trabajo importante del equipo de Promoción de la Salud y Prevención del sida del gobierno de la ciudad para aclarar que no existía riesgo de transmisión por jugar, compartir el aula, el asiento, los baños, vasos o cubiertos”, recuerda la Dra. Rosa Bologna. El nombre de esta médica, a cargo del Departamento de Vih-Sida del Hospital Garrahan e investigadora de Helios Salud, saltó hace dos años a las publicaciones del mundo. Con dos científicas argentinas, participó en una investigación de la Universidad de Texas que identificó un gen crucial en la vulnerabilidad de la infección y el desarrollo del sida.

Según datos del Ministerio de Salud, se estima que más de 6000 menores de 19 años viven hoy con el virus en la Argentina y han sido diagnosticados. Sumando a los que aún desconocen su infección, serían más de 10.000. El Dr. Daniel Fontana, director del Programa Nacional de Lucha contra los Retrovirus del Humano, Sida y ETS calcula que “entre 2800 y 3000 niños menores de 14 años están en tratamiento y reciben una terapia antirretroviral. De 500 a 700 fueron diagnosticados y están bajo monitoreo. Serían de 3500 a 4000 los niños infectados en nuestro país”.

Los chicos crecen

El Dr. Hirsch dice que “al principio parecía que lo único que podíamos hacer era acompañar a los chicos a morirse en su casa”. Después empezó la época en que “algo” se podía hacer. Aparecieron los protocolos para el tratamiento. Y en el 2000, cambió una perspectiva de trabajo con los pacientes en su sala: “Empezamos a trabajar desde el enfoque multidisciplinario y la Convención de los Derechos del Niño. En la Argentina el vih/sida pediátrico representa el 7,7 % de la población afectada, con fuerte tendencia a la feminización y pauperización. Este contexto genera dificultades en el seguimiento clínico y el tratamiento. Para fortalecer la adherencia hay que trabajar con los chicos y sus familias en el desarrollo de la confianza”.

En el Muñiz los chicos con vih se internan de manera programada, cada tres meses, durante medio día. El equipo del Muñiz ofrece sostén emocional y un espacio de contención psicológica abierto a padres e hijos, desde una perspectiva que rompe con lo tradicional del “paciente desvalido” frente al “profesional todopoderoso”. Y trata de ayudarlos a tejer su propia historia, su testimonio de la vida, la enfermedad y la muerte.

En el plan de internación abreviada hay 260 chicos en seguimiento y más del doble ya pasaron por el programa.

En uno de los bancos de la única plaza que se instaló al lado del pabellón pediátrico, un paciente avezado, de 18 años, fuma un cigarrillo y mira los sube y baja vacíos. Es un morocho argentino, ojos negros y labios bien dibujados, en un cuerpo esbelto debajo del rutilante equipo de gimnasia. Cuenta que tiene una banda de cumbia. Se llama Adrián y vive con sus abuelos en Barrio Norte. “De chiquito estaba enfermo. Cuando supe que tenía vih no sufrí un shock. Fue un paso en la vida, nada más. La única diferencia que tengo con otros pibes es tomar la medicación o internarme para controles. No siento que me discriminen, pero la gente me tiene un poco de lástima.” Hoy Adrián no vino por él sino para acompañar a su hermano Gastón, que estuvo internado por una complicación respiratoria y prepara el bolso para irse a casa de sus tíos, con quienes vive.

Adrián y Gastón perdieron a sus padres hace muchos años, cuando los tratamientos que cambiaron el curso del vih no existían. Como ellos, más de 15 millones de niños y niñas están huérfanos por el sida en el mundo.

Gastón tiene unos años menos que su hermano, buzo negro, jeans, reloj deportivo, es más menudo. Dice que sí se siente diferente a otros chicos: “Tengo que tomar cinco pastillas todos los días. A la mañana y a la noche me inyecto T20, una medicación que me deja huevitos debajo de la piel. Tengo que pensar lo que estoy haciendo, porque pasé un montón de cosas feas. Estuve internado, cableado, con suero. Como el bebé que está en la cama once: yo lo veo y pienso que ahí estoy yo. De chiquito estuve varios meses en el Muñiz. Acá conocí a mi mejor amigo. Tratamos de consolar a la mamá del bebé, le decimos que va a estar bien”, comenta.

Lo que dice Gastón hubiera sido impensable hace 20 años. “Antes no hablábamos de futuro, ni nosotros ni los padres de nuestros pacientes. Ahora tenemos medicamentos de alta eficacia”, apunta Bologna.

El factor vertical

Patricia Trinidad, pediatra infectóloga de la Fundación Centro de Estudios Infectológicos (Funcei) y Helios Salud tiene a su cargo el tratamiento de las mujeres embarazadas con vih. Dice que se ha avanzado tanto que chicos y adultos “conviven con el vih como una enfermedad crónica. Hoy se puede hacer mucho. Por eso es crucial que la mamá sepa que es importante saber el diagnóstico, antes o durante el embarazo, para tratar a su bebé”.

El vih afecta el cuerpo de los chicos de manera diferente que a los adultos. “En los primeros años, el sistema inmunológico y el sistema nervioso central están en desarrollo. Si el niño no recibe tratamiento aparecen infecciones graves y retardo madurativo. Esto se revierte con las medicaciones. En los adultos es raro que aparezcan los problemas neurológicos en los primeros años de la infección y las complicaciones aparecen después de muchos años de evolución”, explica la Dra. Bologna.

Según la OMS, Onusida y el Programa Nacional de Lucha contra el Sida, el total de casos de vih/sida en menores de 13 años era de 2961 en el año 2005. La transmisión vertical representaba entonces el 94,8% de los casos de sida notificados y el 92% de los casos de vih en menores de 13 años. Los casos de vih/sida por tranmisión vertical tuvieron un pico entre los años 1991-1996.

Hoy la ley obliga a los médicos a ofrecer a las embarazadas un test diagnóstico del vih como parte de los análisis de sangre de rutina de los cuidados prenatales. “En nuestro país existen recomendaciones para la prevención de la transmisión vertical desde 1997. El método se perfeccionó. Vemos la cuarta parte de los niños que veíamos con nuevo diagnóstico de infección vih. Esperamos llegar a cero. Pero el sistema aún no es perfecto y hay dificultades con el ofrecimiento del estudio de vih en el embarazo. Si la mamá está infectada y hace tratamiento, el riesgo de infección es menor del 5%, si no lo hace es del 25-30% (o sea, podría nacer 1 chico infectado por cada 4)”, explica la Dra. Rosa Bologna.

“En el Hospital Fernandez, desde el año 1999 hasta la fecha no registramos infecciones por transmisión materna: todos los niños nacidos de madres vih + fueron negativos”, dice el Dr. Jorge Lattner, pediatra infectólogo del Fernández y del Centro Médico Huésped, y miembro del Subcomité de Sida de la Sociedad Argentina de Pediatría. Si bien en todos los hospitales de la ciudad de Buenos Aires hubo avances importantes en bajar la transmisión vertical aproximándola a 0%, “no se ha llegado a un control de las embarazadas en todos los lugares del país, que permita disminuir la tasa de transmisión materno-infantil, la forma más frecuente de contagio infantil, y es prevenible”, enfatiza Lattner.

dibujos de pacientes de la Sala 29 del Hospital Muñiz, recopilados por el médico Roberto Hirsch

La verdad

–Supe mi diagnóstico cuando tenía 9 años, hace poquito. Ya tengo tres años de tomar la medicina. Tomo pastillas. La de las 7 es bien pequeñita, la de las 8 es grande, las tomo con agua. Me lo dijo una doctora. Yo no me asusté. Y ni siquiera lloré, cuenta Candela, una salvadoreña, la más chica entre los testimonios del libro de ICW.

“El momento de contar el diagnóstico a los chicos es uno de los momentos más estresantes para los padres o cuidadores. No todo el mundo comprende que vih no significa sida y la gente está más acostumbrada a esta palabra”, dice la doctora Alejandra Bordato, especialista en psiquiatría y psicología infanto-juvenil, miembro del equipo de Helios Salud y del Servicio de Salud Mental del Hospital Garrahan.

En las familias, afirma la doctora, muchas veces se vive un clima de secretos ligado al vih, difícil de sostener. “Suele ser un tema del que no se habla porque es muy doloroso. Puede ocurrir que el diagnóstico lo sepan la mamá y el hermano mayor, mientras que el más chico tiene el virus y el del medio lo ignora”, ejemplifica.

“Al dar a conocer el diagnóstico a los chicos, la mayoría de las veces la familia se tranquiliza, se relaja, puede empezar a hablar del tema. Los hijos lo toman diferente que los padres. Nacieron y crecieron con la medicación. Notan que si la toman andan bien. Saben, aunque no sepan exactamente qué, que algo sucede con sus defensas. Al conocer que tiene vih la mayoría no se ha deprimido ni agravado. Pero algunos padres sienten culpa, o miedo de que se enojen con ellos. El vih trae el pasado al presente”, explica Bordato. Está convencida de que conocer el diagnóstico es un hecho trascendente que le da sentido a lo que vienen viviendo y les permite completar su historia personal y familiar. Y dice que lo deseable es que conozcan su diagnóstico antes de que sean adolescentes o inicien su vida sexual. Pero muchos llegan a los 12 años sin saberlo.

¿Silencio en la escuela?

Hay mamás que guardan las medicaciones en el rincón más oscuro de la alacena, otras que arrancan las etiquetas de cada frasquito que diga “vih” para que ni las tías ni las vecinas se enteren. Hay un tío que hacía dormir a su sobrino con dos pijamas y en otra habitación que sus primos. Hay un chico que no sabía su diagnóstico y se enteró por rumores. Hay alumnos que tuvieron que cambiar de escuela cada vez que el rumor inundaba las aulas. Hay un profesor que reunió a los compañeros de un chico con vih y les dijo que no tenían que jugar con él juegos donde pudieran lastimarse, así filtró el diagnóstico a toda la comunidad. Hay una maestra que se puso guantes para dar clases. Hay postales de tanta ignorancia que hacen que decidir a quién contárselo no sea una cuestión menor.

Rosario, una mexicana de 13 años, contó en Ynisiquieralloré:

“Yo dejé de ir tres años a la escuela. La primera vez, mi mamá me inscribió sin decir nada, pero cuando empecé con molestias los maestros se dieron cuenta. Los padres (…) habían sacado a sus hijos de la escuela, a más de 40 niños me dijo mi mamá (…). Decían para qué quería yo estudiar, si de todas formas me iba a morir. Otros dijeron que estaban dispuestos a pagar un maestro particular, pero no me querían en la escuela. Entonces el director me expulsó (…).”

¿Hay que informar el diagnóstico en la escuela? Patricia Pérez, candidata a Premio Nobel de la Paz por su militancia por el vih/sida, dice que “si nos guiamos por las chicas que participan de ICW, dar a conocer la verdad casi siempre reafirma, fortalece. Tal como se ve en el libro, ellas se lo toman como algo natural, no como algo traumático ni que haya que ocultar”.

“Un chico no representa ningún riesgo en un colegio. Si se estima que el 60% de la población está infectada y no lo sabe, ¿por qué obligar?”, se pregunta la Dra. Trinidad.

“Todavía hay gente que nos pregunta por qué se debe mantener la confidencialidad del diagnóstico en la escuela. La situación es comparable a la de los adultos, nadie va y comenta en su trabajo si está infectado por el virus hiv, hepatitis B o C. No existe riesgo de transmisión por compartir los lugares de trabajo o estudio o en la convivencia familiar”, remata la Dra. Bologna.

La Fundación Huésped, a través del Proyecto Escuelas, ofrece charlas informativas en las aulas. Y lleva repartidos los cd educativos Preventoons en 3000 escuelas de la ciudad y el Gran Buenos Aires. La iniciativa fue declarada de interés educativo con el Ministerio de Educación de la Nación. Huésped también organizó el Primer Modelo de Naciones Unidas en Argentina sobre vih/sida para chicos de escuelas secundarias de la ciudad.

Desde el Programa Nacional contra el Sida, el Dr. Fontana cuenta que se está conformando una comisión intergubernamental para trabajar en conjunto con las áreas de Justicia, Educación y Salud. Y que se está haciendo una consulta con los programas provinciales de lucha contra el sida y las redes de escuela. “El hecho de cambiar las actitudes con respecto a la educación sexual es muy importante”, advierte Fontana. Y da cuenta de que en nuestro país los datos epidemiológicos replican al resto del mundo. La epidemia se extiende cada vez más entre las mujeres, y se concentra en edades sexualmente activas. Esto impacta sobre nuevas infecciones en niños. “La epidemia se ha pauperizado, se ha feminizado, se ha empobrecido y se ha hecho más joven”, explica Fontana.

Mientras los pacientes del pabellón pediátrico almuerzan, Hirsch afirma:

–El VIH sigue siendo una enfermedad de estigmatización, que afecta en su mayoría a gente de clase baja.

–¿Se siguen muriendo chicos de vih en este pabellón?

–Sí, pero no de los que están en tratamiento. Hace quince días fallecieron dos. Las madres siguen teniendo chicos con vih y no se les brindan las herramientas para encarar esto desde una perspectiva de género. Es muy difícil establecer un diagnóstico de vih en la pobreza.

Es difícil tomar la medicación cuando no se accede a agua potable. Es difícil que el tratamiento sea efectivo cuando no se tiene la panza llena. Es imposible instalar el tubo de oxígeno (que necesita uno de estos chicos) porque las paredes de la casa son de chapa y no tienen el grosor adecuado.

“Se gastan fortunas en darles los medicamentos para tratar el vih, se hace un esfuerzo enorme pero no estamos atendiendo a todos los frentes, no existen aún políticas integrales que respondan a toda la dimensión del problema de fondo”, dice el Dr. Hirsch.

Aun así, la pobreza no parece ser lo más difícil de transformar: “Hubo avances científicos muy importantes pero todavía hay discriminación y falta de información. No ha cambiado el estigma que significa vivir con la infección, aún hoy los padres de nuestros pacientes viven la infección en soledad. Necesitamos que haya una apertura en la comunidad”, cuenta la Dra. Bologna.

En la soledad de la plaza del pabellón del Muñiz, los papás del bebé de la cama once lloran.

Palabras en la oscuridad, La Nación

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Domingo 30 de marzo de 2008.

Sociedad / Cárceles por dentro

Palabras en la oscuridad

Son mujeres. Están presas en la cárcel de Ezeiza. Muchas de ellas viven allí con sus hijos, y encontraron en la escritura un camino de recuperación. Una periodista de LNR participó de un festival de poesía entre paredes y rejas, y cuenta aquí la experiencia.

Mi cuerpo no es libre, pero mi mente sí.» Myriam López Pereyra, 37 años, lee taciturna su poema. Tiene la piel morena, le faltan algunos dientes, otros están negros, se tiñe de rubio. Se sienta con LNR a contar su historia. Quiere que la conozcan, no por vanidad sino para ver si le sirve a «alguien» que tenga el poder de hacer «algo».

–Antes tomaba merca, y un día me dijeron por qué no probás este mambo. Probé paco y me quedé colgada. No iba ni a mi casa. Fui a comprar y me quedé ahí fumando y cayó el allanamiento. Tengo cuatro hijos. Nunca les había podido decir que los amaba. Mis hijos no se drogan; imaginate, verme así es para decir: yo no me drogo ni loco.

La primera vez que estuvo en el taller de poesía trajo un papelito con algo escrito durante su ingreso al penal. «Llegué y estuve cuatro días en los tubos (celdas individuales y mínimas), incomunicada, sin hablar con nadie y con crisis de abstinencia. Un día acá adentro es como un año afuera. Pensé que había muerto y estaba asistiendo a mi velorio. Escribí sobre eso y María, la maestra, me dijo que era poesía», recuerda. Después María le pidió que escribiera algo más.

«Tas reloca. ¿Que yo via’a escribir?», le dijo Myriam, la misma que ahora afirma: «La poesía es poder decir en un papel lo que no puedo con la voz. Poder decirles a mis hijos cuánto los amo. Me estaba matando a mí misma. Y con la poesía me encontré. Acá te abren esa reja, te tiran un colchón y arreglate. La poesía me enseñó que podía hacer algo por mí. Yo no sabía que podía. No sabía que había gente de afuera que se interesa por nosotras. Cuando salga, me gustaría que mis hijos me den la oportunidad de estar con ellos, seguir en el taller y ayudar a los que están en el paco. Los que estamos en el paco no entendemos que mata. Un penal no es la solución. Tiene que existir un lugar serio, cerrado pero con contención, con represión».

Antes de entrar, todo parece una casa de muñecas: paredes rosa salmón, techos verde oscuro, puertas y ventanas pintadas de azul claro. Pero las casas de muñeca no tienen un cerco perimetral con alambres de púa que brillan bajo el sol del verano, torres vigías, puertas de rejas ni guardias armadas como la Unidad Penitenciaria N° 31 de Ezeiza. Dicen que es una de las cárceles que el Servicio Penitenciario Federal prefiere mostrar: acá viven mujeres que, más allá de estar acusadas de haber cometido un error, tienen muy buena conducta; eso, se supone, garantiza un bajo nivel de conflicto. Es uno de los penales más nuevos y de los pocos donde viven chicos menores de cuatro años, hijos de detenidas, que van al jardín detrás de las rejas. Todos esos nenes y nenas aprendieron a decir «mamá» y «agua» con tanta urgencia como «celadora».

Las palabras cambian para sobrevivir acá adentro. A veces forman un código cerrado, de términos gastados, predecibles, tristones. Interna. Gorra. Gato. Recuento. Requisa. Pero también puede ocurrir que tejan un mundo tan visceral y opulento como para que un día caluroso un grupo de visitas llegue a Ezeiza en micro, combis o autos a participar de un banquete de palabras, un festival de poesía al que bautizaron Yo no fui.

Lo dijo Bart Simpson: «Yo ni fui, nadie me vio, no pueden probarlo». Y las chicas, señoras y abuelas que hace cinco años van al taller de poesía que coordina la poeta María Medrano –con su colega Claudia Prado– la hicieron su mantra. Es el título de dos libros con poemas del taller y un proyecto artístico y social más amplio. «Arrancó con un taller de poesía en este penal, donde se formó el grupo que lleva adelante el proyecto. Ahí se generó la reflexión acerca de las mujeres detenidas y surgió la necesidad de que el trabajo de los penales tuviese continuidad afuera, dando apoyo y contención en el proceso de recuperación de la libertad», explica María Medrano. Hoy, Yo no fui trabaja adentro con las mujeres detenidas. Y afuera con las que salen. O no. Porque a medida que quienes habían participado en el taller iban saliendo, decían «ah bueno, pero yo afuera voy a seguir» o «nos tenemos que juntar afuera». «Las que no querían escribir, igual venían. Les hacía bien charlar con gente que había pasado por la misma situación. Se sumaron mujeres que no habían participado del taller adentro, pero que empezaron a venir como algo vital», cuenta María Medrano.

No era un interés personal lo que las movía: había conciencia de que muchas estaban pasando por la situación del encierro y que desde afuera podían hacer algo. Ya no por la compañera de rancho, sino por miles de mujeres. De las 1050 presas en cárceles federales, el 56% de ellas no tiene condena. La mayoría, vinculadas a delitos no violentos. Por su condición de género sufren mayor discriminación y reciben menos visitas. En la Unidad 31, el 67% tiene causas de drogas y al entrar en el salón del festival llama la atención la diversidad de rostros y pieles y pelos y lenguas que participan del taller de poesía. Benetton haría acá su mejor casting.

De penal a centro cultural

–Yo doy la cara porque no maté a nadie, dice y aprieta fuerte a su beba al pecho.

Raquel Calabria está acusada de tráfico de cocaína. La detuvieron en Ezeiza el 16 de marzo del 2007, cuando ya estaba en el avión, pero nunca llegó a cruzar el océano. Por esos días que cayó presa supo que estaba embarazada. Su hija nació en la Maternidad Sardá y vive con ella en la Unidad 31 de Ezeiza, donde viven unas noventa madres con hijos menores de cuatro años. Que los niños crezcan entre rejas desata múltiples complejos debates. Existe un proyecto de ley que contempla enviar a las madres de hijos menores de cuatro años a prisión domiciliaria con una pulsera magnética.

Raquel vivía en Alicante y era encargada de un restaurante. «Ganaba poco, mi marido trabajaba en la construcción. Sólo quería terminar de pagar mi casa y mi coche.» Le salió caro: va a hacer un año que no ve a su otra hija, que vive en España y tiene cuatro años. Lo que más quiere en la vida es que llegue el día de abrazarla. Mientras tanto, lee. Pablo Neruda. Quevedo. Cervantes. Escribe.

–Me hace sentir fuera de aquí. La poesía siempre me gustó. Entro al taller y me siento libre, en otro mundo. Escribir es estar fuera de aquí.

«Yo no fui amordazada. Yo no fui limada», dicen las letras con aerosol rojo gritón en sábanas que ambientan el salón más luminoso de la cárcel. Este espacio impersonal donde otros días las internas reciben las visitas, hoy parece un centro cultural modernoso. En el centro: la mesa. El programa anuncia cinco sesiones de lectura de poesía y una de debate. Y dice, en palabras de Laura Ross, una de las participantes del taller: «En esta instancia donde se nos borran las palabras, en que lo ajeno es habitual, donde el agua de la memoria tiene pozos y no es natural un abrazo ni la relación con el dinero ni con el cuerpo, ya tener un libro en la mano es político. Conversar sobre lo leído es compartir nuevos discursos y acceder a otros escritores es poder estar afuera por un rato».

Detrás de la mesa hay una soga de la que cuelgan hojas de cuaderno. Parece ropa tendida. Son poemas escritos a mano. Unos firmados por las chicas del penal y otros con fragmentos de poetas consagradas. Como Diana Bellesi, la santafecina que en los setenta fue pionera de estos talleres intramuros. Las chicas la reciben entre mates y puchos. Bellesi se acomoda en un banco, a centímetros de Damián Ríos, Anahí Mallol, Lucía Bianco, Gabriela Bejerman, Carlos Battilana, Juan Desiderio, Paula Jiménez, Francisco Garamona, Martín de Souza, Consuelo Fraga, Teresa Arijón, Mariano Blatt, Guadalupe Muro. Son los poetas invitados. Vinieron en un micro desde la Casa de la Poesía de Buenos Aires. Parecen niños obedientes y expectantes a que les tocará leer.

El banquete arranca con unas palabras de María Medrano. Agradece rápido y presenta la performance que trajo al penal la editorial Superabundans Haut. Un señor-editor-activista pegó en las paredes afiches murales que en letras negras y grandes hablan de la sumisión y la autoridad. Con un megáfono de hojalata, el hombre explica que esas frases fueron escritas en el año 1548 por un joven francés de 18. Se llamaba Etienne de La Boétie, fue político y jurista, son textos del Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Las chicas se pasan el megáfono y leen. Una veinteañera con una beba de un mes repite: «A aquellos que, así la libertad estuviera por entero perdida y fuera del mundo, la imaginan y sienten en su espíritu, y además la saborean, y que no pueden tolerar la servidumbre, por mucho que la adoren».

En un rincón del salón hay una mesa con libros pequeños, de las llamadas editoriales independientes. En el otro costado, tablones y caballetes arman un despacho de comida naturista, gracias al apoyo de La Aromática, que convida un almuerzo sabroso. De postre, las frutas llaman la atención de las chicas. Hacen cola para conseguirlas.

«¡Cuanto hace que no veía una sandía!», comentan y escupen las semillas en la mano.

El cacho de libertad

En el almuerzo de bienvenida hay señoras de pantalones de vestir, remeras de hilo, camisas pastel. La cartera y los anteojos de sol son un trofeo secreto. Se abrazan y se dan palmaditas en la espalda con algunas de las chicas, más proclives al jean y la remera. Tragan saliva y ruegan que la emoción no las traicione: es la primera vez que vuelven desde que recuperaron su libertad. Se llaman Betty Pastrana y Ana Rossel. Bah, son los nombres con los que se mueven en la poesía, el mundo del que hoy forman parte puertas afuera. Betty es abogada, vive en Belgrano.

«Mamá, no te vas a animar a volver», le había dicho el hijo.

–Y acá estoy, dice ella, sonriente y nerviosa, porque volver, aunque sea como visita, comenta, es muy estresante.

Betty y Ana y Silvia y Blanca son cuatro talleristas de la primera hora que ahora mantienen vivo el espacio afuera. El festival las llena de melancolía y de la verborragia que producen las arañas en el estómago.

–La poesía fue el cacho de libertad acá adentro, dice Ana. Y no hablo de leer, sino de descubrir que se puede expresar algo que no sabías ni vos.

–Pasábamos la puerta de Educación y nos sentíamos libres.

–Acá tenía una covacha. Pero me sentía contenida y apreciada. En un pabellón hay tres televisores y cuatro radios encendidas. Vivía arriba de la cama, el único sitio de intimidad; desde ahí me acercaba al cielo. Ahora mi dormitorio me queda grande, dice Betty, que trajo un texto sobre la poesía en acción para el debate.

–Si venía nuestra familia, lo único que podíamos era prepararles comida. Desde que venimos al taller también podemos dar poesía.

Buena letra

Caminante del planeta, música y titiritera. Devota de Lord Ghanesa. Con estas palabras se define en el libro Yo no fui Silvia Elena Machado. Hoy vuelve por primera vez desde que salió en libertad condicional. Lee en la primera mesa de poesía, en calidad de «personal civil», como dice el cartel en el pecho de las visitas. A todas nos dieron esa identificación al entrar en el penal, cuando dejamos teléfonos celulares y documentos. Silvia lee un poema que escribió para Ingrid Betancourt. Antes agradece al taller: «Ese espacio es una de las pocas posibilidades de los internos de disfrutar de los bienes culturales, que nos pertenecen a todos, sin discriminación». La aplauden.

Alguien lee un poema sobre sapos, charcos, miedos y estrellas. Flota un silencio inmaculado. Lo rompe un niñito moreno de dos años, el hijo de Liz, una dominicana que leerá en la misma mesa. Gabriela Bejerman le alcanza un gorro para entretenerlo. Al lado de Liz hay una mujer que no lograría pasar desapercibida aunque quisiera. Es una cincuentona de carnes robustas, cutis pálido, blusa y falda con animal print, el pelo esponjoso y rubio ceniza que parece salido de la peluquería. Cuando creen que no la miran, se retoca los labios con rouge ayudada por un espejo de bolsillo. Es Carmen Orza y habla un español con acento rumano. Después, cuando estemos a solas, contará que hace dos años que llegó. Nunca antes había escrito poemas. Los primeros tres meses sólo iba al taller a escuchar, porque, aunque está casada con un peruano, «la forma de pensar en otra lengua es diferente». Un día María le trajo un CD con poemas grabados en su lengua natal. Y escribió.

–La poesía me ha dado fuerza de vivir acá y encontrar personas que hablen de otra manera. La poesía te hace olvidar dónde estás. Para las extranjeras que no tenemos visitas es algo grande.

Le gusta la obra de Fabián Casas.

–Pero lo de cuando era más joven, y algunos poetas rumanos, no los fantasiosos.

Cuando le toca leer agradece: «Por las dos horas de ejercicio mental y alegría que nos brindan María y Claudia».

La dama rumana también es una de las más aplaudidas de la segunda mesa: una sinfonía con ecos de otras tierras, fonemas, olores. Ellas participan del taller y leen poesía en su lengua materna. Es la única mesa donde sólo hay chicas detenidas; en las demás se mezclan los de adentro y los de afuera. Después Ramona, una señora que se sumó a Yo no fui desde el proyecto editorial de Eloísa Cartonera, traduce al español.

Todas las puertas están cerradas y el aire huele a cigarrillo y a desinfectante. A nadie le importa porque lo único que cuenta es lo que lee Laura Preguerman, una de las poetas de la casa. Le tiemblan los dedos y el papel. Laura mira al piso, hace un esfuerzo para no quebrarse, pero su voz se convierte en quejido. Pasa el papel a alguien para que termine la lectura con la frase que no logra terminar: «¿Por qué fue tan difícil quedarnos juntos? Ya no pregunto, ya sé que no hay principio sin final». El auditorio se muerde los labios mitad con alegría y mitad con dolor. La poesía está viva. Estas mujeres la escriben con el cuerpo.

Un rato después, Laura Preguerman participa de la mesa de debate. Allí donde Carlos Battilana se pregunta: ¿qué hace la poesía con nosotros?

Ella responde: «Es un vehículo para salir de la opresión y de la rutina del encierro, regresar hacia mi esencia, la que fui antes y la que seré después». Silvia Machado habla de la poesía como una reescritura «y como una reescritura que no es sólo de un poema, sino de la fotografía del pasado que quedó congelado cuando ingresé a la cárcel».

Diana Bellesi está atornillada al banco y a sus Virginia Slims, los ojos celestes iridiscentes clavados en la mesa de lectura. Le toca compartir el cierre con Damián Ríos, poeta entrerriano, y con Lucía Bianco, que vino especialmente de Bahía Blanca, y con Betty, la que recuperó la libertad, y con Raquel Calabria, la española que le da el pecho a su beba de un mes. Bellesi habla de la poesía como una jaula donde el pajarito canta.

María invita a recoger las poesías que cuelgan de la soga. Bellesi encuentra ahí un texto suyo. «Es una celebración paradojal e inquietante, como volver a casa. Estamos muy mezclados. Más allá de los errores, son unas minas bárbaras, y el afecto y la vitalidad que han demostrado hoy es algo que se ve poco afuera», dice la poeta santafecina.

Damián Ríos aún sigue turbado de agradecimiento: leer acá es un ida y vuelta. «Las palabras adquieren otra resonancia», dice, mientras la casa de muñecas se llena de una melodía delicada y melancólica como una canción de cuna. El grupo El Pony Infinito cierra el festival con música en vivo.

«La poesía, como cualquier otra rama del arte, permite bucear en uno, y la búsqueda por comunicar de una manera especial eso que uno quiere decir abre puertas inauditas. Descubrir esas zonas nos hace diferentes de lo que éramos, o de lo que creíamos que éramos. Nos hace ser más uno. En general, esos descubrimientos nos hacen más dignos, más enteros», comenta María Medrano mientras las chicas se dejan mecer. María, que es poeta y dirige la editorial Voy a salir y si me hiere un rayo, tiene una teoría que sostiene un trabajo de años: «En un lugar donde hay todo un sistema montado para decirte «vos no sos nada», «vos estás enfermo y estás acá para enderezarte», la poesía, el arte, ayudan a fortalecer y redescubrir nuestra propia identidad».

No se equivocó Daniel García Helder, de la Casa de la Poesía (Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura, Secretaría de Cultura del gobierno porteño), cuando la convocó para este proyecto con apoyo del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación y del Servicio Penitenciario Federal (Educación).

Cuando el sol les empieza a pintar la cara del rosa de las paredes, Betty y Ana y Silvia y Blanquita saben que deben despedirse. Antes se sacan fotos con las chicas. Betty y Ana dicen que ahora las persigue el fantasma de la hoja en blanco. Extrañan la forma en que producían. Cuando tenían tiempo y lo llenaban con poesía y las palabras atravesaban las ventanas, abrían las puertas, sobrevolaban las torres vigías y viajaban más allá de la casa de muñecas.

–A veces tengo la sensación de que al volver al ruido te mareás. Y me encuentro con gente tan mareada que no sabe lo que es la libertad.

–La libertad es interna, no externa. Ahora sentimos que nosotras podemos, donde estemos, sobrevivir.

Por María Eugenia Ludueña

Para ver imágenes de esta nota: www.lnteve.com

Aunque las personas detenidas estén privadas de su libertad y no de su identidad, sólo se las puede mencionar con nombre y apellido con el consentimiento de ellas y previa autorización del juez que lleva la causa. Los nombres que figuran en esta nota están autorizados y son reales.

Integrar & proyectar

Yo no fui es un proyecto artístico y social que trabaja en las cárceles de mujeres de Buenos Aires, y afuera con las personas que han recuperado la libertad. “Nuestro objetivo es acompañar a las mujeres que están presas en su proceso de «reinserción» brindando un marco de contención y facilitando su salida laboral a través de la capacitación en talleres de producción; promoviendo la autogestión”, explica la coordinadora María Medrano, que junto con Claudia Prado dicta el taller de poesía en la Unidad N° 31 de Ezeiza.

Cuenta con un espacio en la Asamblea de Palermo (Bonpland 1660), donde se realizan talleres de poesía, y también de costura y diseño, encuadernación y serigrafía. Participan mujeres que pasaron por la experiencia de la cárcel, amigos, familiares, o personas que se interesan por el proyecto. “La idea es que sea una experiencia integradora, no sectaria ni cerrada”, aclara Medrano. Todos los talleres son gratuitos y Yo no fui provee el material. La idea a futuro es abrir una tienda comercial donde se vendan las producciones.

La otra pata del proyecto son los talleres y actividades en los penales. Para este año, María Medrano y Claudia Prado planean más talleres: encuadernación, costura y diseño de objetos en tela, serigrafía, fotografía y otro de poesía. Para algunos de ellos cuentan con el apoyo del Centro Cultural de España en Buenos Aires. Y para otros, están en tratativas con el Ministerio de Justicia.

En 2007 Yo no fui organizó un ciclo de cine en la unidad 31, que continuó durante enero, y No me digas que no, uno de recitales en los penales de Ezeiza (Complejo Federal Nº1, Unidad 3 y Unidad 31), que se extiende hasta marzo.

Yo no fui tiene su blog: www.proyectoyonofui.blogspot.com/

* * *

El sol está asomado a mi ventana/ los primeros rayos dan calor
sobre mi cama y la noche se despide./ El viento sopla sobre la ropa
mientras acaricia los pantaloncitos,/ baberos y medias de mi bebé.
Cuando mi niño se despierte/ ropa le pondré.
Mi viejo y preferido vestido gris,/ me acompaña varios años ya te miro por la ventana/ y recuerdo cuántas cosas viví junto a ti;
ahora sólo son recuerdos/ y sombras como las que se forman
en mi pared al amanecer.

Myriam López Pereyra

* * *

Todo parece perfecto
y nada es lo que parece./ Los colores/ permanecen
uniformes en sus cuatro laterales/ a la guarda de que nada
se escape/ impidiendo que todo fluya de su lugar asignado./
Todo se cierne/ al parecer de una clara armonía./ El suelo brilla como un espejo/ en contradicción/ devuelve su imagen difusa.
Intenta evadir/ la clara consigna que dictan las imágenes impresionistas./ Allí, se ve todo tal cual es.
(…) Tan lejos y tan cerca.

Liliana Cabrera

Las mujeres y el sexo, La Nación

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Domingo 26 de abril de 2009.

Las mujeres y el sexo

¿Qué sabe la ciencia sobre el placer y el deseo femeninos?

Meredith Chivers podría ser un personaje de Sex & the City . Científica, profesora de Psicología de la Queen´s University, vive a orillas del lago Ontario (Canadá) y es miembro del consejo editorial de Archives of Sexual Behavior, una de las publicaciones líderes en investigación sexual. Chivers -36 años, prestigio y una obsesión- es a la ciencia lo que Carrie Bradshaw (el personaje de la serie que interpreta Sarah Jesica Parker) a la televisión: alguien dispuesto a indagar en el deseo femenino desde adentro, pero con evidencia científica. Hace no mucho tiempo, Chivers realizó una experiencia en el laboratorio del Centro de Adicciones y Salud Mental de la Universidad de Toronto en la que convocó a varones y mujeres a apoltronarse en un sillón para mirar un videoclip centrado en la pornografía y los bonobos.

Los bonobos son simios que dedican muchas horas al sexo y comparten más del 97% del perfil genético con los humanos. Muchos científicos van al Congo a observar a estos monos cuasi hippies. Los bonobos no usan la violencia. Resuelven los problemas con relaciones sexuales. Su performance incluye besos, masajes genitales y sexo oral.

Chivers editó imágenes de bonobos y armó un clip, incluyendo otras imágenes de sexo en humanos, que mostró a mujeres y varones sentados en el sillón.

«Para las mujeres heterosexuales ver a varones desnudos que caminan por la playa es prácticamente tan excitante como ver imágenes del Himalaya», contó la especialista en un documental. El estudio señaló que los varones heterosexuales dijeron sentirse excitados, entre otras, por las imágenes de sexo heterosexual, y el sexo entre mujeres. A ninguno de los varones les movieron un pelo los bonobos. En mediciones sobre la reacción de sus órganos sexuales, se observó que sus genitales y sus mentes vibraron al unísono.

Con las mujeres fue diferente. Más allá de la orientación sexual, sus genitales se encendieron con las imágenes de hombres con mujeres, hombres con hombres y mujeres con mujeres. El flujo sanguíneo se aceleró, en menor medida, ante los bonobos. Las valoraciones subjetivas de su excitación desconcertaron. En las escenas de sexo entre mujeres, las heterosexuales dijeron sentirse mucho menos excitadas que lo que registraban sus genitales. Todas afirmaron que los bonobos no las motivaban. Según los investigadores, parecía difícil creer que los genitales y la mente pertenecieran a la misma persona.

«Cuando me voy a la cama con un hombre quiero placer, diversión y contención. Mis ganas también dependen de cómo me sienta con mi cuerpo, y ahora que estoy bajando de peso, estoy asomándome un poco más. Yo puedo separar perfectamente el sexo de los sentimientos. Y no sé si es mejor o peor estando en pareja», confiesa Susana Varsinichi, arquitecta, de 48 años.

María Luisa Lerer, pionera en temas de sexualidad y género en la Argentina, sonríe al conocer la experiencia de Chivers. «La disociación entre lo que una mujer dice y lo que su aparato genital registra se explica porque persisten las diferencias entre lo que una mujer debe ser y lo que siente. Los varones tienen la sexualidad más acotada a sus genitales. La mujer percibe sensaciones en toda la piel», explica Lerer, psicóloga clínica de la UBA. Y está de acuerdo en una de las hipótesis de Chivers: el deseo femenino es mucho más complejo, multidimensional y abarcativo que el de los varones.

«La sexualidad femenina difiere de la masculina y requiere de un modelo de desarrollo independiente», escribió Chivers. Se siente parte de las posfeministas dispuestas a responder a las preguntas de Freud.

Pero hay que aclarar que «cuando el psicoanálisis se pregunta sobre el deseo femenino, no se refiere a la vida sexual sino a qué desean las mujeres de la vida -advierte desde su consultorio porteño Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires-. La pregunta es obsoleta, tenía lógica cuando los varones elaboraban el discurso de las ciencias. Hoy tenemos una participación mayor en discursos del saber, no constituimos un enigma. No existe algo que mujeres o varones quieran de forma esencial. Lo que uno quiere depende de la oferta del contexto cultural en el cual nos formamos», señala.

Expertas

«Me gusta cómo cambió la mujer: pide sexo cuando tiene ganas, le fue enseñando al hombre que tiene distintos tiempos, distintas maneras de ser acariciada», dice Alicia López Menossi, de 50 años, contadora y separada.

Durante mucho tiempo, también las investigaciones en sexualidad tuvieron el foco en los varones. «Pero hay investigaciones importantes, como la de Shere Hite, que miró el deseo de las mujeres de otra manera», recuerda Diana Resnicoff, vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana (SASH). Hite entrevistó a 3500 damas, y dijo: «La mujer es la auténtica experta en su propia sexualidad». En sus informes, ellas hablaron de lo que significaba el sexo. Hite habló de «celosías culturales» que habían impedido comprender la sexualidad femenina. También Foucault habló del sexo como una construcción cultural.

«El deseo de las mujeres no interesaba, interesaba su función reproductiva. Recién se estudió en los años 70. En los 80 apareció la epidemia de VIH/sida y las investigaciones se concentraron en ella», cuenta Lerer. Las feministas ya cuestionaban la epistemología tradicional. Lerer lo vivió en 1982. En el Primer Congreso Latinoamericano de Sexología, en Paraguay, expuso su teoría del deseo femenino basado en arquetipos. Habló de Afrodita, diosa de la belleza, libre en el sexo. Habló de Minerva, diosa de la sabiduría, y de Hera, reina del hogar y madre. «Las mujeres no queremos ser una sola diosa disociada, sino integrar sus aspectos. Desarrollar las cualidades del cuerpo y la mente, tener hijos y disfrutar del sexo», expresó.

Ahora, «la industria farmacéutica global busca la pastilla del placer sexual femenino. El sildenafil (Viagra) fue una solución para muchos hombres. Se ha intentado patologizar muchos problemas femeninos para obtener la misma ganancia. El deseo femenino es complejo. No sólo depende de este impulso que nos predispone al encuentro sexual, sino del contexto, la motivación», dice Resnicoff.

¿Cómo se comportan ellas frente a la posibilidad de sentirse bien entre sábanas con la ayuda de un medicamento? «En la consulta no piden la pastilla mágica, sino un cambio en la calidad del encuentro sexual. El 40% de los que acuden al consultorio son parejas que buscan cómo reavivar el deseo. Y el deseo es muy vincular.»

En la Argentina, prácticamente no se hacen investigaciones sobre el deseo sexual femenino. Juan Carlos Kusnetzoff, director del Programa de Sexología del Hospital de Clínicas, cuenta que allí se atienden 1500 casos anuales, y que el 35% de ellos son consultas por falta de deseo sexual. «La mayoría no son ni hombres ni mujeres solos, sino parejas», dice Kusnetzoff.

El 98% de las mujeres encuestadas en países desarrollados dicen no disfrutar de la penetración como único estímulo. «El deseo sexual femenino es distinto. Necesitamos cinco veces más de llenado de sangre en la región pélvica, lo que implica un mínimo de 20 minutos», describe Resnicoff. Para ella, «la sexualidad femenina es una experiencia sensorial de todo el cuerpo».

El deseo de las mujeres se enciende con sensaciones táctiles y auditivas. El del varón responde mucho más al estímulo visual. La mujer necesita ambiente, tiempo y ser estimulada de distintas maneras.

Algunas canadienses y norteamericanas no creen que Chivers tenga de género más que la ropa. «Ella no sólo dice que las mujeres deseamos todo, sino que además no sabemos bien lo que queremos», se quejan. Entre ellos también cosechó enojo al sugerir que, tal vez, los hombres estén más constreñidos por los mandatos de la cultura. Algunos pusieron en tela de juicio su método. Otros se preocuparon. Desde que Chivers gritó a los cuatro vientos que a una mujer no sólo la excita un hombre, la competencia masculina entró en una nueva dimensión.

Por María Eugenia Ludueña
revista@lanacion.com.ar

Testimonios de mujeres: Florencia Bernadou.

Hablan ellas…

Alicia López Menossi
50 años, contadora, separada, sin hijos. No convive

El sexo es muy placentero, pero tiene su parte espiritual también, es un momento de comunión entre dos seres humanos, hombre o mujer o lo que sea. Yo tuve sexo con dos parejas de las que estaba enamorada, y también encuentros sexuales circunstanciales y me di cuenta de que el sexo más satisfactorio es cuando estoy enamorada.

Yo defiendo a ultranza eso de que mientras dos personas están de acuerdo, vale todo. Para mí todo está bien, tal vez porque en mi educación no hubo grandes tabúes, ni a favor ni en contra y cuando yo tenía 20 se hablaba de libertad sexual. Me encanta el sexo, es una necesidad humana. Pero a pesar de eso, también he estado cuatro años sin mantener relaciones. Un día decidí recuperar el tiempo perdido, pero descubrí que el sexo por el sexo no me satisface. Sexualmente, me gusta el hombre desinhibido. No hay muchos de éstos, pero van aumentando. En mi generación, en general, no los hay.

Tengo la sensación de que cosas como la masturbación femenina son tabú a la hora de hablar, cosa que no pasa entre los hombres. De hecho, es un tema del que nunca hablé ni con mis amigas hasta ahora, que me lo están preguntando.

María D´Alessandro
24 años, trabaja en una consultora financiera.

Nunca tuve sexo casual, no tengo esa compulsión.

Me dan ganas de estar con alguien en la cama, pero si me quiere y me respeta. No soy un perro. Soy un ser racional. Mi modelo sexual era Brad Pitt, y terminé enamorándome y pasándola genial en la cama con un petiso pelado, que me hacía sentir cómoda y especial.

Ahora que estoy sola me resulta difícil manejarme. Los varones están acostumbrados a la mujer que se les entregó, pero también les gusta alguien que les cueste más que una hora de verso.

Soy una histérica, pero me vuelven a llamar. Y critico más la posutra de la mujer porque va al frente con cualquiera, pero que en el fondo quiere un novio.

Tampoco es que hay que estar un año conociéndose, con salir dos veces ya alcanza para ir a la cama. Cuando era más chica pensaba que el sexo era fácil, después me di cuenta de que no: es un trabajo de pareja, es un placer en pareja y también un problema de pareja.

Victoria Forbaux
42 años, 5 hijos, separada y en pareja. Empleada pública y actriz.

El sexo es vital para mí. Es un paliativo para la ansiedad y además te da energía y alegría. Siempre tuve una vida sexual activa, porque hacerlo sola no me gusta. Pero con el paso del tiempo me puse más selectiva, ya no me acuesto con cualquiera. Alquien me tiene que gustar mucho para tener sexo de entrada. Yo entrego mucho en la cama, como para dárselo al primer perejil que pasa. Y muchas veces me he sentido vacía, cuando di más de lo que me dieron. Lo que sí hice durante varios años fue tener sexo en forma regular con la misma persona, sin estar enamorada o de novia. No me parece necesario el amor.

Estuve casada, casi veinte años y en mi matrimonio la sexualidad era lo único que funcionaba teníamos muy buen ritmo sexual, fue lo que sostuvo el matrimonio. Así que para mí eso de que el matrimonio implica sexo aburrido es un mito. No me da ninguna culpa el sexo, no creo que te pueda hacer mal, al contrario, lo que hace mal es no tenerlo.

Lo último

  • Desde pequeñas, ellas hablan más de sexo que los varones. Un estudio financiado en los Estados Unidos por el Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano demostró que «las adolescentes se sienten más a gusto hablando de tópicos relacionados con el sexo con sus amigas, que los varones. Estas diferencias pueden explicar, en parte, algunos problemas en la comunicación marital que hallaron otros estudios en parejeas de adultos».
  • Más del 40 por ciento de las mujeres de entre 18 y 59 años experimentan alguna disfunción sexual, según un trabajo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford.
  • El mismo trabajo, publicado este año en Neuroscience , halló que en los casos en los que existía una disfunción, algunas zonas específicas del cerebro variaban su nivel de actividad, lo que no ocurría en las mujeres que no presentaban alteraciones.
  • Existe el prejuicio de que la sexualidad es diferente cuando las mujeres no están en su peso ideal. Pero un trabajo de la Universidad de Oregon demostró que no existen diferencias en el comportamiento sexual de las que presentan exceso de peso. «Me sentí asombrada y feliz al ver que el estereotipo era sólo eso: un estereotipo», comentó la doctora Marie Harvey, a cargo de la investigación.

Ciencia, deseo y hegemonía

Desconfío de las conclusiones cientificistas respecto de la constitución anatómica y fisiológica de la mujer, de los homosexuales y otras minorías. Los géneros son una construcción social y no una determinación biológica. Nacemos con órganos que nos diferencian, pero son las prácticas sociales y la configuración psicológica las que constituyen el género, que siempre surge de complejas relaciones entre los roles que la sociedad atribuye a cada uno. El deseo no tiene objeto, simplemente desea («no sé lo que quiero, pero lo quiero ya»). Pero la interacción con los otros y la incidencia del imaginario social van construyendo representaciones del deseo: creo desear un cuerpo específico, cierto tipo de comida, un viaje determinado. Esas representaciones cambian epocalmente y son distintas en cada subjetividad. Es obvio que la ciencia aspire a tener un mapa deseante ya que intenta encontrar regularidades, incluso en los deseos. De ese modo la ciencia beneficia al poder puesto que lo previsible es manejable. Por el contrario considero que más auspicioso que un mapa «igualador» sería la aceptación y el respeto por la multiplicidad y la diferencia, no sólo entre las distintas identidades sexuales, sino también entre las individualidades y  los cambios que se producen en cada uno de nosotros en distintos momentos de nuestra imprevisible existencia. No deja de sorprender que casi no se plantee la búsqueda del deseo masculino. ¿No será porque su hegemonía lo convierte en obvio?

Por Esther Díaz
La autora es doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

La pregunta de Freud

Me llama la atención el hecho de que a veces usamos deseo y placer como la misma palabra. Se usa deseo para decir: «Me encanta», pero deseo no significa «lo que me gusta». Casi todas las lenguas latinas tienen tres palabras: deseo, placer y goce. La mejor definición que encontré de deseo es: «la presencia de una ausencia». Hacer presente de algún modo algo que está ausente.

La frase de Freud -¿qué quieren las mujeres?- no se refiere exactamente a lo que se le adjudica tradicionalmente. En verdad, esa frase fue un chiste. Hace casi 80 años tal pregunta era casi una regla de cortesía: «Nunca sabemos lo que una mujer quiere», se decía. Eran tiempos en que sus discípulas se sublevaban para matar al padre viejo y castrado.

Lo que hoy sí sabemos es que la sexualidad femenina es difusa, no está localizada, mientras que la sexualidad masculina está centrada en el pene. Lacan habla de la manera fetichista del deseo masculino y de la manera erotomaníaca del deseo femenino. Erotomanía quiere decir «la certeza de ser amada infinitamente por alguien». Lo que está en juego en las mujeres tiene algo más del orden de ser amada. La tranquilidad de no tener que rendir examen, ni hacer ninguna performance, ni estar más bella ni menos bella. Una mujer quiere ser amada. Es una respuesta posible, no la única.

Para el varón no hay sexualidad completa sin penetración. Eso no habla tanto de lo que una mujer quiere, como de lo que un hombre quiere: cifrar su potencia en su capacidad eréctil. Decía el rey Salomón que hay cuatro cosas que no dejan huella. El pájaro en el aire. El pez en el agua. La serpiente en la piedra. El hombre en la mujer.

El hombre quiere dejar una huella. Por eso la retórica femenina incluye el «yo nunca sentí algo así» para sostener -si hay cariño- esa ilusión del varón.

Decía Lacan: «La imagen que una mujer tiene de sí misma no difiere de las imágenes que una sociedad tiene de las mujeres». Esa frase plantea algo que han discutido las feministas: que las identificaciones femeninas serían más lábiles y cambiantes que las masculinas. Si la sociedad tiene la imagen de que la mujer es libre, la mujer se hace libre según esa imagen. La moda funciona como ejemplo práctico de esas identificaciones. Las historias de la moda circulan más de mujer a mujer que de hombre a mujer. La que obliga a estar muchas horas en el gimnasio es otra mujer.

Por Germán García

El autor es director de la Fundación Descartes, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

La Patagonia de Celine, La Nación

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Domingo 2 de agosto de 2009.

Fotografía

La Patagonia de Celine

Amante de la naturaleza, se internó en el sur argentino en busca de imágenes para un libro. De su recorrida nada convencional, a pie y a caballo, surgieron estas fotos en las que Celine Frers muestra el lado más salvaje del lugar.

Celine Frers pensaba que la Patagonia era «un campo a la medida de los gringos». Habrá que contar que Celine pasó parte de su infancia en el litoral correntino. Las vueltas de una vida con varias vueltas llevaron a esta fotógrafa a las entrañas de la Patagonia, a orillas del lago San Martín, al pie del cerro Fitz Roy. A enfrentarse con vientos de 150 kilómetros por hora, a cargar las cámaras en las ancas de un caballo que se enterraba en la nieve y cruzaba con dificultad los ríos correntosos.

Después de pasar dos días de lluvia varada en la estepa cubierta de nieve en un campamento improvisado con sus compañeros de ruta, después de quedarse sin comida, después de días de cabalgatas y caminatas, Celine llegó a una conclusión: «El Sur no es tan distinto del querido Corrientes. La gente y el paisaje son diferentes, pero lo salvaje de la naturaleza, lo solitario de los paisajes, su extensión; el espíritu noble, valiente y rústico de sus pobladores, me recuerdan a Corrientes».

La infancia de Celine fue verde litoraleña. «Mi abuelo vino de Bélgica después de la guerra, compró campos en Corrientes y se quedó a vivir», cuenta Celine. Nació en 1982, hija de Celina Moens de Hase Zorraquín (que administra campos de su familia») y de Ricardo Frers (ingeniero agrónomo), tiene una hermana mayor y otra menor. Vivió en el campo hasta los cuatro años. Cuando su familia se mudó a un departamento en Buenos Aires, Celine se sintió extraña. «Quería ir todo el tiempo a la plaza. «Pero si hoy ya fuiste», decía mamá. La plaza era lo más parecido al campo», recuerda.

«De chica pasaba los veranos en Corrientes, en el campo. Con mi familia nos íbamos a las playas de Uruguay a pasar las fiestas. Lo que yo más quería era volver para salir a las 5 de la mañana con los peones a arrear vacas por arroyos y esteros. Me asignaban tareas que me enorgullecían, los mejores recuerdos de mi infancia y preadolescencia son de Corrientes. Y algo de todo eso reviví en estos viajes por la Patagonia.»

Celine cursó sus estudios en el Michael Ham de Vicente López -«donde fueron mi abuela y mi tía»-, y conoció la Patagonia esquiando con su familia. A los 16 años compró, por Internet, una cámara usada. Estudió en la Universidad del Cine, en Buenos Aires. Después, en el New York Institute of Photography. Pasó una temporada en las montañas de Colorado («trabajando como instructora de esquí») y otra en las playas de Hawaii, donde fue moza en un restaurante. «Mi espíritu es nómada -confiesa-. Compré un pasaje para dar la vuelta al mundo, y anduve por Europa, Australia, Nueva Zelanda…»

De regreso en Buenos Aires retomó un trabajo en publicidad. «La fotografía en ese rubro es algo muy técnico; me divertía mucho, pero los tiempos que se manejan te queman la cabeza», comenta. Celine quería algo más: «Se me ocurrió hacer un libro sobre Corrientes, una visión puertas adentro de esa provincia que pocos ven».

Dedicó buena parte del año pasado a ese proyecto. Sacó fotos del verde caimán, del rojo Gauchito Gil, de la Virgen de Itatí, del té, la yerba, el chamamé. Consiguió el apoyo de Turismo de la provincia. Estaba averiguando algo al respecto en una imprenta cuando se encontró con un amigo que le pasó el contacto de una editorial argentina con nombre inglés: South End Publishing.

El libro sobre Corrientes está en imprenta y Celine, inmersa en su nueva fascinación: La Patagonia en imágenes, un libro de South End Publishing a pedido de la empresa Cielos Patagónicos. Del Sur viene y hacia el Sur va. «Se estima que saldrá el año próximo. Es un trabajo para Cielos Patagónicos, una sociedad argentina de desarrollos inmobiliarios y turísticos en la Patagonia sur que tiene como principio rector la conservación de la naturaleza, la historia y la cultura», explica Celine. Para este trabajo recorrió -y sigue recorriendo- los cerros a lomo de caballo junto con otros socios de la empresa y compañeros de ruta.

«En el primer viaje éramos nueve, en su mayoría personajes muy idealistas. Algunos de ellos, empresarios, dijeron: «Esto no es vida, me voy a vivir al Sur». Cielos Patagónicos es un proyecto en el que creo», asegura.

Verde estepa, azul cumbre, blanco precipicio. La gira de la que salieron estas imágenes incluyó recorridos por la Estancia El Cóndor exultantes de bosque nativo, a orillas del lago San Martín. También, una cabalgata por la Estancia Menelik, con el cerro San Lorenzo de fondo; y la Veranada de Jones, a la que sólo se accede a caballo o a pie. «Son viajes intensos, llenos de anécdotas y desafíos», dice Celine, acostumbrada a quedar última en las expediciones, y a perderse entre bosques de lengas y cipreses para congelar ciertos instantes inexplicables.

Por María Eugenia Ludueña
revista@lanacion.com.ar

Más datos: www.celinefrers.com
www.cielospatagonicos.com/
www.southendpublishing.com/

Aldo Sessa, La Nación

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Domingo 30 de agosto de 2009.

Aldo Sessa: mis 50 años con la fotografía

Cincuenta ojos, tres corazones, cinco manos y un radar en la espalda. Es lo mínimo indispensable, el equipaje básico para convertirse en un buen cazador. O en un buen fotógrafo, asegura él, pocos antes de la apertura de una de las muestras más importantes de su trayectoria, Aldo Sessa. 50 años, con la que celebra medio siglo de trabajo detrás de la cámara. A lo largo de la entrevista él no dirá una sola vez «cámara». Siempre se referirá a la «máquina». Hablará de cuánto se parece esa máquina a otros instrumentos de trabajo. Y de cómo un fotógrafo se asemeja a alguien que acecha a su presa con todos los sentidos.

La charla con LNR transcurre en un salón de su galería-estudio, en el pasaje Bollini, un viernes ajetreado por los preparativos de la muestra. Una tarde con rastros de apuro y olor a copias frescas. El salón donde conversamos es amplio. Fotos, pruebas de impresión, computadoras, colaboradores, clima fabril. Sessa acomoda su silla junto a la ventana, de espaldas a una estantería repleta de libros. Libros de lomos gruesos que llevan su apellido bien grande, junto a palabras que titulan los temas que ha tocado a lo largo de su trayectoria: Patagonia, Buenos Aires, Teatro Colón, Gauchos, Polo, Argentinos, por citar sólo algunos de los más de 40 libros de Sessa Editores, que fundó en 1976. Esos libros están en más de cien bibliotecas nacionales de diferentes países del mundo. Pero estamos acá con motivo de la muestra -de la que también resultó un libro, Aldo Sessa. Pasión por la imagen- que resume su vida como fotógrafo, sus cincuenta años de fotografía.

-No son 50 años -corrige Sessa.

-¿Cuántos son?

-Son más de 100. A través de la fotografía he vivido muy intensamente. Es una gran exposición: ciento cincuenta fotos que aclaran mi pasado.

-¿Aclaran?

-Sí, digo «aclaran» porque fue difícil hacer una síntesis. He trabajado con muchas temáticas, materiales, formatos. Elegir ciento cincuenta fotografías fue como escoger la prosa de un telegrama; menos que eso. Imaginate: saco unas quinientas fotos por semana.

-¿Las cuenta?

-No. Digo un promedio. Siempre estoy haciendo fotos. Siempre salgo con una cámara. Pero no tengo idea de cuántas hice.

-Siendo tan prolífico su trabajo, ¿cómo fue el proceso de selección para la muestra?

-Quise tomar un camino que mostrara las mejores imágenes del recorrido. Es una síntesis muy subjetiva; creo que las síntesis siempre son positivas. Empezaron a aparecer negativos y fotos con fuerte carga emocional, recuerdos, miles de historias. Me encontré con imágenes que nunca había visto copiadas en el tamaño en que las veo ahora para la muestra. O algunas que no había mostrado, como las polaroids.

-¿Algo que lo sorprendió en esta edición de medio siglo de fotos?

-Me dio mucho placer descubrir desde las primeras fotos hasta hoy una coherencia. En el arte es muy importante hacer las cosas de una manera particular, tratar de dejar una marca de esta forma de pensar y sentir. A eso le llamaría estilo. Y me parece que eso está.

En el principio había una mujer. De espaldas, con un sombrero de paja. Esta es la primera foto que tomó Sessa, a los 17 años. «La saqué en Punta del Este, con una máquina prestada. El negativo lo tenía un amigo mío; me lo regaló. Es una foto que podría haberla sacado ayer.» Tenía 17 años y no era un novato.

Aldo niño asistía con su madre a las clases de escultura de Lucio Fontana. Aplastaba la arcilla entre sus dedos. A los diez empezó a jugar en serio con el dibujo y la pintura en el taller de Marcelo De Ridder. A los doce ya se apersonó con su caballete en la avenida Santa Fe, un Día de la Primavera, y participó del tradicional concurso de pintura. A esa misma edad mostró sus obras junto a una treintena de niñitos pintores en la galería Müller. «En mi casa había muchísimo interés por la pintura y la fotografía. Iba a galerías con mi madre. Cuando llegué a la foto, conocía los aspectos cromáticos, luz, sombra, volumen, composición.» En la patria de su infancia había genes propicios. Su abuelo había fundado, en 1928, los laboratorios fotográficos Alex, que hicieron historia en el cine argentino. Su abuela revelaba fotos. Su padre tenía una imprenta donde Aldo trabajó tres años. «Mi familia fue muy trabajadora, un gran ejemplo. Y la fotografía estuvo delante de mis narices muchos años antes de que sacara fotos. La había postergado porque era tan natural en mi casa…», dice.

Hizo sus primeras armas en el círculo de los fotoclubes. «Iba a La Boca todos los sábados; me quedaba todo el día. Me encantaba; me sigue encantando. He sido muy feliz siempre con la fotografía. La fotografía me humanizó mucho. La pintura es muy instropectiva. Uno vive en un plano, por ahí se aísla de la realidad. Cuando empecé, sentí que la fotografía me conectaba con el sonido, con la dinámica de la vida», dice.

Empezó a trabajar como fotógrafo colaborando con La Nacion allá por 1960. Durante varios años, fotografió y pintó. Por entonces decía que la pintura era «mi estado cóncavo»; y la fotografía, «mi estado convexo». Ahora cree que la pintura es una batalla campal y que la fotografía da más satisfacciones. La luz, la sombra; todo se fabrica muy rápido.

-¿Qué es la fotografía para usted?

-Es la profunda observación y, en general, una realidad dibujada. Cuando salgo, voy mirando lo que tengo a un metro, a diez metros. Miradas rápidas; todo lo que puedo abarcar. Trato de tener mi cámara siempre preparada. Y si cambio de vereda, o camino por la sombra, coloco la exposición adecuada aunque aún no haya elegido qué fotografiar. Voy preparado, y si cruzo al sol sé que diafragma tengo.

-¿Va por la vida va con la cámara a cuestas?

-Sí. Casi siempre me cuelgo al cuello una Leica con blanco y negro. Tengo varias, las colecciono. Su sonido es para mí como una nota de Beethoven. Con esa máquina naufragaría en una isla. Es muy silenciosa, la usé mucho en el Teatro Colón. Pasás inadvertido. Incluso me he olvidado una Leica en un bar y me la han devuelto. Es tan simple, tan poca cosa. Liviana: es importante tener un equipo muy liviano.

Ha cruzado varias veces el puente entre la fotografía y la literatura. En 1976, Aldo Sessa hizo su primer libro con Borges, Cosmogonías.

-Borges era absolutamente genial, como Ray Bradbury. He tenido la suerte de trabajar con personalidades muy interesantes, que me marcaron mucho. En el caso de Bradbury, tiene una gran calidez, casi como un pastor, cariñoso, cálido. Muy buen amigo. Muy libre. Cree mucho en la suma, en la potenciación de las personalidades; no le interesa si el libro es literatura o fotografía, dónde empieza una cosa o termina la otra. Es de una gran generosidad.

Una de sus fotos preferidas es la que hizo para la tapa del libro con Bradbury Sesiones en fantasmas. En tanto, Bradbury escribió sobre las fotos de su amigo: «Lo que hace una buena fotografía es captar lo que está allí, pero parte de su calidad consiste en que también lo haga con lo que no está. Más que delinear, sugiere. Es una sesión de espiritismo dentro del cuarto oscuro, donde lo que no se ve se levanta de la muerte».

Sessa también trabajó con las hermanas Victoria y Silvina Ocampo.

-Ellas me transmitieron su amor por el mundo vegetal. Eran unas enamoradas de los árboles y de las flores. Me compenetré con esa visión que tenían, tan acabada. Silvina era increíble: me enseñó a ver los árboles de una manera diferente. Hicimos juntos un libro, Arboles de Buenos Aires.

También rescata el impacto que tuvieron sobre su mirada Manuel Mujica Lainez -con quien hizo varios libros- y el arquitecto José María Peña. Algunas de estas fotos que cruzan hacia la literatura también forman parte de la muestra.

-¿Qué quiere capturar al hacer clic?

-Siempre estoy buscando una gran foto. Yo les digo a los chicos: traten de hacer dos fotos buenas por año. En 20 años tendrán 40 fotos; no está mal.

Habla como si nunca terminara de aprender qué pasa con la luz. Y se entusiasma contando cómo el azar de lo que encuentra en la calle se incorpora a sus fotos. Vidrios, piedras, flores, perlas, tules. Una copa rota, un reflejo sobre la vía, el cielo en un charco. Cosas de un minuto.

-¿Qué cambió con la Web?

-Lo que está cambiando es el modo de circulación de las fotos. Eso atenta en cierta medida contra el registro fotográfico. Nos estamos perdiendo muchas buenas fotos porque cada vez se hacen menos copias. Las imágenes hacen su circuito por Internet, van de teléfono a teléfono, o mueren en un mail. Con las cámaras digitales, al común de la gente le resulta difícil ordenar un archivo. Se pierden materiales que iconográficamente pueden ser importantes.

-¿También en familia saca fotos?

-¡Miles! Me critican mucho (se ríe). Dicen que no las ven nunca. No puedo copiar todo lo que saco. Pero a mis nietos los fotografío bastante. Todo el tiempo estoy viendo acá y allá. Tengo un gran sentido de la luz. La respiro. Si estoy en un lugar con una luz maravillosa, puedo vivir con los ojos de lo que veo, no necesito nada más. Vivo intensamente la luz, las formas, los volúmenes. Si tengo una gran escena adelante y no llevo la máquina encima, anoto en mi cuaderno la hora y el lugar, y vuelvo otro día a sacarla.

-¿Es así en otros planos de su vida?

-Es que vivo en ese plano. Es una obsesión. Y quiero destacar que en esto mi familia ha sido muy importante. Es un trabajo en el que tenés que tener mucha libertad. Mi esposa es una gran compañera de viaje, capaz de estar en el auto desde el amanecer hasta las doce de la noche. Mis tres hijos también. La menor, Carolina, es diseñadora grafica: ella ha diseñado los libros. Luis se ocupa de la editorial; descanso mucho en él y en mis valiosos colaboradores.

-¿Qué proyectos le quitan el sueño?

-Tengo ganas de agarrar una máquina e irme unos días al Valle de la Luna. Jugar más. Ese tipo de cosas. Con el tiempo, el mundo se agranda y la visión se comprime. Pero también, como con la muestra, se hace una síntesis. Hoy quiero tener mi agenda lo más libre posible para disponer del tiempo necesario y sacar más fotos.

Por María Eugenia Ludueña

Consejos de experto

-¿Qué es importante para ser buen fotógrafo?

-Usar un equipo simple y confiable. Arreglarse con pocos elementos.

-¿Las lentes son fundamentales?

-No es necesario usar muchas lentes. Casi siempre me arreglo con una. Veo a mucha gente con una gran foto adelante, pero tan ocupada en hacer funcionar la maquinaria o en mirar el visor, que se pierde la foto.

-¿Alguna fórmula propia para compartir?

-Muchos están más preocupados por la tecnología que por mirar y cazar. Y en esto hay que ir sobre la presa, preconcebir un ángulo, atacar por ahí. Seguir la teoría del opuesto: girar alrededor con los sentidos geográficos y ver desde todos los ángulos.

-¿Qué relevancia tiene la luz natural?

-Hay que trabajar con la luz hasta el momento en que uno crea que ha podido agotar todo el juego, todo lo que una situación pueda dar. Y no dejar nunca de sacar fotos. La fotografía es aprender a mirar. Todo tiene un momento.

-¿Las nuevas tecnologías ayudan o quitan la magia?

-Creo que el universo de lo digital es una maravilla y ha logrado unos avances increíbles. Hay copias perfectas hechas de manera industrial, aunque las artesanales conservan el encanto del laboratorio.

La muestra

  • La exposición Aldo Sessa. Pasión por la imagen podrá verse desde el 1° de septiembre hasta el 1° de octubre en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Cuenta con el auspicio de HP (que imprimió el 95% de las fotos con Designjet Z3200), y de BMW, Omint, Norton, Getty Images. Apoyan la muestra La Nacion, Telefé y Fundación Leer.
  • También se inauguró recientemente la primera instalación fotográfica en el subte, en la estación Juramento de la línea D. La pieza, de Aldo Sessa, es Tango. Serie del baile.

Ejercer un derecho, La Nación

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Domingo 13 de setiembre de 2009.

Sociedad

Ejercer un derecho

El problema habitacional es uno de los grandes asuntos pendientes del planeta. Ronald Terwilliger, filántropo y presidente de la ONG Hábitat para la Humanidad, es un experto en el tema. Estuvo en el país, y aseguró que es posible construir viviendas dignas para todos.

Brilla el sol. Y J. Ronald Terwilliger brilla este mediodía en el asentamiento 22 de Enero, en La Matanza. Camina y sonríe. Brilla su rostro color crema, y en sus mejillas recién llegadas se dibujan manchas rojas. Los zapatos de cuero muerden la tierra opaca, ajada, las calles sin nombre. Ron Terwilliger aterrizó hace minutos en el aeropuerto de Ezeiza. Sin escalas, vino directo al barrio pobre. Y lo que ven sus ojos azules es una hilera de casas sin revoque, alambrados, cacharros, sillas viejas, gallinas, perros. Niños que juegan con palanganas de agua. Un grupo de gente con remeras azules que dicen Hábitat para la Humanidad. Hábitat es una ONG que busca desterrar del planeta las viviendas deplorables. Terwilliger es, entre otras cosas, su presidente. La organización fue fundada en 1976 por un matrimonio de jóvenes de Georgia (Estados Unidos), Millard y Linda Fuller. Antes de cumplir 30 años, los Fuller habían amasado su primer millón de dólares. Un día decidieron cambiar de vida, practicar los preceptos cristianos. Predicar por el mundo la idea de que todos deberíamos vivir en un techo decente. Así nació Hábitat, para ayudar a construir casas sencillas y dignas. Muchas de las 2500 familias de este asentamiento tienen serios problemas para lograr ese objetivo. O lo han tenido. Por eso, entre quienes reciben al señor Terwilliger hay una decena de personas del barrio. Con impecables delantales y gorros de cocinero, ofrecen a Terwilliger empanadas de carne, sopa paraguaya y chipá cocinados en el horno solar del emprendimiento local Sol de Pan.

Así comenzó la gira que trajo al país al señor Terwilliger. A 24 kilómetros de la Capital, en el conurbano profundo. El 22 de Enero es un barrio de albañiles, zapateros, mujeres que hacen ingeniería en transporte para llegar a sus trabajos de empleadas domésticas. Déficit sanitario, viviendas precarias, basura. El señor Terwilliger reluce en este escenario, no sólo por estar en el vértice opuesto de la pirámide social. Actúa con la certeza de los que creen en algo.

Mira las empanadas con ganas y dice que va a probar un poco de todo. Bebe gaseosa, habla con los cocineros del proyecto comunitario de Fundación Concordia, pregunta por el horno solar, cuánto costó. Ana Cutts, directora nacional de Hábitat, oficia de traductora. A quien le pregunte qué lo trae por acá, Terwilliger dirá con naturalidad: «Los Objetivos del Milenio». Su trabajo hoy tiene que ver con una de las metas de Naciones Unidas: «Mejorar para 2020 la vida de por lo menos 1200 millones de habitantes de barrios marginales». En ningún momento el señor Terwilliger dejará de sonreír con sus labios finitos, ni de preguntar por detalles del barrio, como, por ejemplo, si tienen agua potable (a lo que le responderán: «Algunos»). En ningún momento los presentes dejaremos de pensar qué hace este hombre acá. Cómo llegó a ser quien es.

Millonario y filántropo

Ronald Terwilliger vive un poco en Long Island y otro poco en Atlanta, tiene 67 años, una esposa en segundas nupcias llamada Fran, dos hijas, cuatro nietos, y fama de ser uno de los hombres de negocios con más peso en la construcción norteamericana. Multimillonario. Filántropo. Durante 30 años dirigió la compañía número uno de desarrollo inmobiliario multifamiliar en los Estados Unidos. Desde 2008 está en el Hall de la Fama de la Asociación Nacional de Constructores de su país. En junio último, este señor que agradece el almuerzo y empieza la caminata bajo el sol fue declarado Persona del Año por el Consejo Nacional de la Vivienda de Estados Unidos.

El joven Ron se graduó con honores en la Academia Naval clase 1963, jugó al béisbol, al básquet, y sirvió cinco años en la marina. Hizo un MBA en la Escuela de Negocios de Harvard y logró la distinción académica más alta. La mayoría de los premios que llegaron después son fruto de su rol como CEO de Tram­mell Crow Residential (TCR), el mayor desarrollador de departamentos y condominios estadounidense. También colaboró en planes de vivienda con Shirley Franklin, alcaldesa de Atlanta, donde TCR tiene sus oficinas centrales. Entre 1999 y 2001 dirigió el Urban Land Institute (ULI), del que aún participa. Ha aportado varios millones de dólares a esta y a otras oficinas que se ocupan del tema. Desde 2000 integra el consejo directivo de Hábitat para la Humanidad Internacional. Hace un año fue elegido presidente del consejo, la posición más alta de esta ONG cristiana, no confesional, que trabaja en 100 países con 500.000 voluntarios.

Familias trabajando

La familia de Rita es una de las 150 que en nuestro país mejoraron su hogar con ayuda de Hábitat. Ella fue la primera vecina que contó con un crédito en el barrio. Por eso, el señor Terwilliger y la comitiva se detienen frente a esta casa de ladrillos a la vista en una calle sin nombre, manzana 16, casa 4. Se acercan varios perros ladrando. «Hi, doggies», dice el magnate de la construcción. Alguien susurra que le dan miedo los perros.

En su casa, Rita le cuenta que llegó al barrio hace tres años; vivía en un galpón de dos por dos. Su hijito tenía un problema de salud y se quedó a vivir acá para que pudieran tratarlo en el hospital Garrahan. «Con el crédito de Hábitat terminamos el techo, y pusimos las ventanas y las puertas.»

-¿Quién hizo el trabajo?, pregunta Terwilliger.

-La familia, mi marido. Está trabajando en una marroquinería en Lugano -responde ella.

-¿Usted se dedica a la panadería? -pregunta él.

Rita asiente. Colabora con la ecopanadería comunitaria que coordina la Fundación Concordia, otra organización que trabaja en el barrio, en red con Caritas y Hábitat. Sus dos hijos merodean. En el centro del comedor hay un mapa de la Argentina y un almanaque con la figura de San Cayetano. Al salir, Terwilliger pregunta a los voluntarios.

-¿El terreno es de ellos?

-Sí. Tienen un papel.

El líder de la construcción piensa que «la tenencia segura, esa libertad que damos por sentada, el derecho a vivir sin miedo a ser expulsado de tu casa el día de mañana, es necesaria para aliviar la miseria de 1600 millones de personas que viven en viviendas deficientes en el mundo».

Mientras caminamos hacia otras casas, los voluntarios y los directivos locales rodean al presidente. Está Torre Nelson, vicepresidente de Hábitat en América latina y Caribe; Bryan Miller, que se ocupa de las campañas para conseguir fondos; Ariel Sosa, Adriana Pérsico, Diego Reynoso, María Magno y Johan Torroledo, de Hábitat Argentina; Leonor y Carlos Castro, de la Fundación Concordia. Diego explica que los créditos de este programa, Mejoras Progresivas, son de hasta 4000 pesos, y para devolver en tres años. No se cobra interés, sino una cuota escalonada. Cuanto más rápido se devuelve, menos se paga. Los fondos salen de la oficina nacional. Algunos vecinos tienen en trámite subsidios del Plan Federal de Vivienda, pero la cosa demora. De fondo suenan la cumbia y el chamamé.

En cada hogar, Terwilliger saluda, recorre, mira, escucha, pregunta. El de Blanca y Humberto es un ambiente que funciona como taller y dormitorio. De un lado, la cama doble; en un rincón, la heladera, y en el breve espacio restante, las máquinas de coser.

-Teníamos letrina. Nuestra mejora es el baño, dice Humberto, con todo el orgullo parado en el único centímetro de suelo libre.

Terwilliger le pregunta de qué viven.

-Trabajos de costura -explica Humberto, además colaborador de Sol de Pan.

Cosen pantalones de campo. Se venden en La Salada a 60 pesos cada uno, y reciben 4 pesos por unidad.

-¿Cuántos hacen en una hora?, quiere saber el presidente de Hábitat.

-Como mucho, tres pantalones entre dos personas.

La recorrida termina en casa de Viviana, que se ha quitado el atuendo de cocinera. Terwilliger observa los dos dormitorios.

-La mejora son los techos y el revoque de paredes. Tengo cinco hijos. Mi marido es chofer de una empresa de camiones. Yo trabajo en casas de familia ?dice ella y ofrece jugo.

Terwilliger se sienta, conversa. Siempre estuvo convencido de algo: «Comida, ropa y techo son un derecho de todos los ciudadanos. En algunos países creen que este derecho es responsabilidad del gobierno. No conozco un gobierno con semejante compromiso con el tema ni con tantos recursos para hacerlo».

-¿Hacia dónde va la crisis habitacional en el mundo?

-Está cada vez peor. Cada vez más gente tiene problemas para acceder a una vivienda. Desde 2008, más de la mitad de la población humana vive en zonas urbanas. En mi vida tuve oportunidad de ver el rol crucial que juega una vivienda digna en la vida de las personas, especialmente en la de los más pobres. Hay que dar esa oportunidad para acceder a una casa, pequeña pero con servicios básicos. Lo importante es esa primera chance. Si a una persona pobre le das la oportunidad, el esfuerzo lo hace. La prueba es que todas las familias pagan la cuota y están devolviendo los créditos. No es que no puedan.

-¿Cuál sería el primer paso para encontrar una solución?

-Lo primero es reconocer que hay un problema. No podemos esperar que el gobierno ni determinado sector pongan todo el capital. Los que fuimos afortunados tenemos la responsabilidad de ayudar.

-¿Usted vino a pedirles a los empresarios argentinos que colaboren con esta causa?

-Sí, hay que probar, hay que pedir. Lo importante es plantear esta experiencia, ver que otra persona lo hace puede funcionar como un ejemplo de confianza. He donado 15 millones de dólares a esta causa.

-¿Por dónde pasa la solución?

-Mi creencia es que las organizaciones de la sociedad civil y las corporaciones pueden ayudar. Todos pueden aportar al problema, pero está claro que sin la colaboración del gobierno no se puede.

-¿Por qué elige militar desde una ONG?

-Porque las organizaciones necesitan voluntarios como yo. El gobierno tiene la plata, pero nosotros tenemos la experiencia y el éxito en el sector. La credibilidad pasa por ahí.

-¿Qué saca de estas recorridas?

-Aprendo mucho; por ejemplo, que Hábitat debe ser flexible. Las culturas son muy diversas; hay que ser muy innovador para saber cómo ayudar a una familia. Cada ser humano debe tener la oportunidad de mejorar.

-¿Por qué hace esto?

-Porque quiero influir sobre el tema. En los últimos años hice planes para ayudar a subir a los que no tuvieron tanta suerte como yo. Hay un versículo bíblico que lo dice claro: «A aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará. Al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá».

Por María Eugenia Ludueña

Más datos: www.hpha.org.ar

Hábitat en la Argentina

Hábitat para la Humanidad Internacional es una organización cristiana, ecuménica, que desde 1976 trabaja en más de cien países con la idea de que todos tenemos derecho a una vivienda digna. Lleva construidas 300.000 casas y ha provisto de un hogar digno a más de 900.000 personas.

«Hay que hacer mucho más que casas: hay que buscar hacer comunidad», explican los voluntarios locales. Desde 2002, la organización tiene su oficina Hábitat para la Humanidad Argentina. Desarrolla proyectos en las provincias de Buenos Aires y de Santa Fe, y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Funciona con donaciones y voluntarios. Cobra a las familias que ayuda las cuotas de una hipoteca. Este pago pasa a engrosar un fondo rotativo con el que se construyen más casas. Realiza sus proyectos con recursos propios del programa nacional y busca el apoyo de empresas, donantes, fundaciones y gobiernos que le permita lograr la concreción de 750 soluciones habitacionales hasta 2012.

Para hacerlo desarrolla diferentes proyectos.

  • Alquileres tutelados: un programa que genera lazos entre los propietarios de viviendas en desuso y familias que viven en hoteles. Hábitat se ofrece como garantía financiera y otorga microcréditos para que las familias que viven en pensiones puedan acceder a un alquiler formal.
  • Reciclando hogares: existen 87.000 familias en la ciudad de Buenos Aires y 100.000 propiedades deshabitadas. Hábitat ha diseñado un proyecto para que esas propiedades pueden reciclarse y recuperarse en valor. Ya lo hizo con un edificio emblemático en el barrio de La Boca.
  • Mejoras progresivas: Hábitat buscó alianzas con organizaciones que trabajan en barrios precarios. Así, se conectó con la Fundación Concordia y con Caritas en el Asentamiento 22 de Enero. Y se acercó al barrio a través de talleres comunitarios de vivienda y desarrollo sustentable.
  • Esfuerzos compartidos: también realiza trabajo de cooperación con los planes de vivienda encarados desde el Estado.

Muestra en La Boca

Hábitat para la Humanidad Argentina (HPHA) realiza una muestra en un conventillo en desuso de La Boca; el objetivo es concientizar a los visitantes sobre el problema habitacional de la Ciudad de Buenos Aires y animarlos a que se sumen a ser parte de la solución. HPHA adquirió el conventillo con el fin de transformarlo en un edificio sencillo, seguro y económico para ofrecer los departamentos a familias de bajos recursos mediante alquileres.
Más datos: eventos@hpha.org.ar

Madres lesbianas, Suplemento Soy, Página/12

Para ver la nota on-line, click acá.

Viernes, 13 de noviembre de 2009

El futuro ya llegó

La brutal indiferencia con que se clausuró la discusión en ámbitos parlamentarios sobre la modificación del Código Civil para habilitar el matrimonio a parejas de cualquier sexo deja sin protección a niños y niñas que nacen y crecen en familias con dos mamás o dos papás. Una realidad cotidiana que pelea por su reconocimiento, pero que no espera. Estas familias que ignoró el Congreso no son futuro sino un presente real y concreto.

Por Maru Ludueña

Van en el auto. Los dedos de Paula tiemblan contra el frasquito de plástico. Ahí viaja el semen de un amigo que acaba de donar sus gametas. El tipo tiene tres hijas, no espera de ese acto más que ayudar a sus amigas, Paula y Ana, desde la genética. Nada que se parezca a ejercer la paternidad. “Hay que mantener la temperatura adecuada”, advierte Ana al volante. Sabe de qué habla, es bioquímica. Suben las escaleras del PH en el barrio de Flores, directo al dormitorio. Paula agarra la jeringa y cuando va a depositarla ahí donde se debe para desatar un maratón al óvulo de Ana, el contenido sale disparado. Hace falta otro día, otra vez, el frasquito en el auto. Cuando llegan a casa, Ana dice: “Amor, vos pedí las empanadas, yo me ocupo. Hace años que manejo jeringas en el laburo”. Ocho años después, Paula y Ana cuentan a otras mujeres: así concibieron a su hijo P.

Es un sábado al mediodía. El PH con quincho y terraza, hogar de Paula, Ana y P, recibe a madres lesbianas y retoños deseados entre dos mujeres. Las anfitrionas dicen que el último Día de la Madre, P se quejó. Ese domingo bostezó, frunció su nariz de principito, dijo: “¡Uf!, me hicieron trabajar el doble”, y entregó dos tarjetas hechas en la escuela con dibujos de “Feliz Día”. Mamá Paula y Mamá Ana. Así las llama y las dibuja P, una de cada mano. De un lado Paula –flaca, alta, rulos– del otro Ana –flaca, alta, pelo lacio–.

Suena el timbre y el autor de esos dibujos –un niño de cabellos castaños y ojos ámbar, gorro con visera, remera de superhéroe– empuña una espada de plástico y corre a la puerta. Llega su amigo Tato, ojos dulces. Detrás de Tato, su familia. Mamá Roma con Tinchi –el hermanito menor– en brazos y Triana. Además de la edad, P y Tato comparten su amor por egipcios y piratas, entre asados. Los chicos se conocieron hace dos años, cuando empezaron estos encuentros. Tato iba al jardín. Una tarde de esa época, miró expectante a Roma y a Triana. Avisó:

–No voy a decir en el jardín que tengo dos mamás porque se van a burlar.

–¿Quién se va a burlar? Decí lo que quieras, hijo –espetaron ellas.

–No sé. Hay chicos que tienen sólo una mamá. Otros sólo papá.

–Tato, hay otras familias como las nuestras.

–¿De verdad, mami? ¿Las conocen?

–Sí, mi amor, hay una familia con mellis de un año, otra de una nena de un añito, otra de una nena de cinco. Bebés que nacieron hace poco.

–¿Todos hijos sólo con mamás?

–Sí, con dos mamás.

–¿El día que fuimos a una casa con terraza los chicos eran todos de dos mamás?

–Sí.

–¡Vamos! Quiero jugar con ellos.

Tato se hizo amigo de P. Tato y su familia son celebrities en la web. Roma –36 años, hace 10 con Triana– cuenta sus avatares en Mamis por dos, uno de los tantos blogs que crecen como sitios de encuentro y visibilización. Su historia se convirtió en el libro del mismo nombre (Dunken), escrito por una amiga y psicóloga –Romina Reinaudo– que tomó nota de sus testimonios.

“Nos reunimos una o dos veces por mes con otras madres lesbianas con hijos. Es importante que se conozcan, jueguen, vean que hay otras familias como la nuestra”, dice Roma. “Que sepan que no están solos en el mundo con esa particularidad”, agrega Ana, la mamá de P. Esa particularidad acumula anécdotas.

Salita de cinco. Un día, P informa a un amigo: “Hoy me busca mi mamá”. En la puerta del jardín aparece mamá Paula, ella no lo va a buscar casi nunca porque es docente. A la salida, el amigo ve a Paula recibiendo a P. “¿No me dijiste que venía tu mamá?” “Claro, lo que no te dije es cuál de mis dos mamás venía”, se ríe P.

Dos años después: van en el auto P y mamá Ana, un compañerito de grado y su padre. El compañero sugiere: “Te cambio a mi papá por una de tus mamás”. P no contesta. En su casa, serio, advierte: “Lo del cambio no va a poder ser. No podría elegir con cuál de las dos quedarme”.

¿Cuántos son los hijos e hijas que crecen en familias con madres y/o padres del mismo sexo? Nadie los ha contado, es un dato. “Creemos que en la provincia de Buenos Aires son entre 5 mil y 7 mil chicas y chicos”, dice Karina Duranti, abogada. Karina integra Familias Homoparentales Argentinas (FHoA). “Los hijos más grandes tienen entre 12 y 14 años. Los primeros fueron concebidos en los ’90, al difundirse los bancos de semen. En cambio, en la mayoría de las familias compuestas por varones, provienen de la adopción de uno de los progenitores –dice–. Pero de esto casi no se habla.”

La suerte de los gaybies

En los Estados Unidos, hace rato que rubricaron el fenómeno: Gayby Boom. Al gayby boom lo impulsan los gaybies, nacidos en uniones de lesbianas o gays. El Instituto Williams, que promueve pensamiento crítico sobre orientación sexual en la Escuela de Leyes de la Universidad de California, estima que de las 594.391 personas identificadas como parte de la comunidad Glttbi, el 20 por ciento cría hijos menores de 18 años. Diez millones de personas en el mundo tienen al menos una madre lesbiana, un padre gay o bisexual o transgénero, estima Children of Lesbians and Gays Everywhere (Colage) y deduce que hay millones de chicos en familias de Glttbi. Pero sólo un puñado de países reconoce los derechos de estos niños a tener padres y madres, los que aceptan el matrimonio para todos: Canadá (reconoce los derechos de niños con dos madres y un padre), Holanda, Bélgica, España, Suecia, Noruega, Sudáfrica y seis estados de EE.UU.

La suerte de las argentinas y los argentinitos que este sábado van a comerse un rico asado en una terraza del barrio de Flores se debatió por primera vez en el Congreso. La suerte jurídica de P, Tato, Tinchi y de tantos niños y familias depende, en gran medida, de cómo se posicionen los legisladores frente a los proyectos presentados por Vilma Ibarra y Silvia Augsburger para modificar el Código Civil y habilitar el matrimonio sin limitación de sexos.

“La mitad de los derechos civiles de niñas y niños que viven en familias con padres del mismo sexo están vulnerados. De cambiarse la ley de Matrimonio, no genera ni crea nuevas familias: las familias ya existen. Lo único que hace la ley es regularizar los derechos de esas hijas e hijos”, dice María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), junto con la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), una de las impulsoras del proyecto. En estos días, abogados de la Falgbt presentarán un recurso de amparo por los derechos de una hija de siete años de madres lesbianas, a fin de que goce de todos los derechos: posibilidad de compartir con ambas madres obra social, pensión y herencia.

“No es decente que el Estado deba preguntar a una pareja a nombre de quién debe anotar a un hijo o hija adoptado, porque no se permite la coadopción. O destinarlo a la indignidad de ser el hijo clandestino de sus padres o madres. Señoras diputadas, señores diputados: al no haber Derecho, no hay decencia”, dijo César Cigliutti la semana pasada frente a los legisladores.

La historia de Ana y Marcela, y de Sofía –dos años–, es un catálogo de algunas indecencias. Tras cinco inseminaciones y un embarazo trunco, nació Sofi. “Sólo pude tomarme el día del parto. Mi familia es otro tema difícil, no lo termina de aceptar”, dice Marcela. Cuando decidieron que Sofía fuera a un jardín maternal, hablaron con la directora, describiendo a su familia. Cuando decidieron bautizar a Sofía, también se lo explicaron al cura. “En la casa de Dios no se discrimina”, respondió el sacerdote y dibujó la señal de la cruz en la frente de la beba.

La vulnerabilidad asomó en imprevistos. Un domingo, nueve de la noche. Sofi tiene seis meses y vuelven a casa en auto. Alguien cruza el semáforo en rojo, las choca. Ana tiene que contar qué pasó a la policía, ir a la comisaría. Un médico carga a Sofi en la ambulancia. Marcela quiere acompañarla, pero debe bajarse: no es la madre legal. “Estábamos en shock y nuestra hija no tenía derecho a ir con una de sus madres al hospital, es un estado de vulnerabilidad total”, dice Ana. Tiempo después ella debió operarse en la clínica Mater Dei. “Por las dudas, dejé un papel con mi última voluntad: que Sofi viviera con Marcela.” Ese testamento de Ana expresaba de puño y letra el peor fantasma. Si a la madre biológica le pasa algo, que la hija o el hijo crezca con su otra madre depende de la buena o mala onda de los abuelos “legales”. Al no haber padre, la tutela pasa a la familia materna. En algunos casos, la misma que se opuso a la pareja o no aceptó de buen talante que dos mujeres criaran a una niña. Ana salió bien de la operación. En la clínica, Marcela la pasó mal. “No me daban los informes de mi pareja, ni podía quedarme. El único interlocutor para el Mater Dei era el padre de Ana”, cuenta Marcela.

Ana y Marcela están separadas. “Veo a mi hija tres veces por semana, sábados y domingos. Seguir el vínculo depende de la voluntad de Ana. Si el día de mañana a ella se le ocurre irse, no puedo hacer nada”, explica Marcela. “Mientras las familias homoparentales no accedan a la ley de matrimonio, no hay legislación respecto de sus hijos. Son inscriptos como hijos de madres solteras. Quedan expuestos, entre otras cosas, a un juicio de filiación. La madre no gestante no tiene derechos”, dice Duranti. Y acto seguido enumera. En el parto, la presencia de la no gestante depende de su relación con el médico. En general, no puede darle su obra social, ni legar bienes al hijo. Si él se enferma, no puede faltar al trabajo. En la escuela necesita firmar una autorización para retirarlo. Tras una separación, una puede negarle a la otra el derecho a ver a su hija. Y la otra puede negarse a pasarle alimentos. No tienen acceso a la Justicia. “Ante la eventualidad de que le pase algo, debe recurrir a un escribano que haga una tutela testamentaria. Es un paliativo, pero nunca está la seguridad de que se respete a la otra madre. Menos si hay oposición.”

Lo dijo Barack Obama el Día de la Familia: “Si los niños son criados por ambos padres, abuelos, una pareja del mismo sexo o alguien que lo cuide con amor, le permitirá lograr grandes cosas”. En octubre hubo una marcha al Capitolio pidiendo al presidente que cumpliera su promesa de no discriminarlos. Al final, el censo 2010 estadounidense no incluirá el conteo de uniones del mismo sexo, como se había anunciado. El coming out demográfico de las familias estadounidenses Glttbi deberá esperar a 2020. El coming out cultural es más veloz. En el camino recorrido asoma una obra vasta cuyo eje son estas familias y su foco, los hijos. Entre los más resonantes está el documental catalán Homo Baby Boom, de la Associació de Famílies Lesbianes i Gais, y Queer Spawn. Ambos de Anna Boluda, registran lo cotidiano, recorren escuelas y festivales con el lema: “Que no lo dude nadie: es el amor el que crea una familia”.

El amor crea y cría

En este asado no hay mujeres confinadas a preparar ensaladas. Hay unas que aprontan la picada, un par enciende el fuego, otra no tiene la menor idea de cómo se prepara la rúcula, otra dotada de paciencia pasa filtro solar a los niñitos. Cuatro familias y ocho madres comparten en vivo muchos interrogantes de maternar. Están Ana y Paula, Roma y Triana, Marcela y Ana, Paloma y Alma. Participan de la Federación Argentina de Familias Homoparentales Integradas Argentinas (FHoIAr), a la que se sumaron familias de Uruguay y Chile. “No tenemos recetas.” Se hicieron amigas en estos encuentros.

–¿Recurrieron a un donante conocido? –se asombra con acento mexicano Paloma, ante el caso de Paula y Ana. Paloma vive en la Argentina porque Alma, con quien tiene una hijita que aprende a caminar –Emilia–, fue trasladada a Buenos Aires como ejecutiva de una multinacional.

–No me arrepiento –dice Paula. Somos claras con P. El sabe quién donó la semilla y no asocia donante con paternidad.

–Antes de conocer a Alma en México, yo pensaba en tener una hija con dos mamás y dos papás gays. Uno de mis amigos había aceptado. Al conocer a Alma, cambié. “Si le pones un papá, yo quedo afuera”, planteó.

Al día siguiente a su paso por la ley de Convivencia –equivalente a la Unión Civil–, Paloma y Alma tuvieron que decidir entre los dos únicos donantes disponibles ese día. “Era el semen de un abuelito diabético o el de un chaval de 18 años, delgado y de tez clara. Fuimos por el del chaval. Todos los días Alma me acariciaba la panza: ‘Por favor bebé, sal a tu mamá’, decía.” Emilia tiene los ojos enormes y celestes de Paloma, la misma cara.

–Emi nació prematura. Esa fue nuestra primera experiencia en el mundo como dos mamás –cuenta Alma, elegante y discreta, mientras los niñitos dan cuenta de los primeros choripanes.

–Fue un parto complicado. Casi me quitan el útero. Estaba muy mal y Emi en terapia intensiva. A Alma no la dejaban entrar a verla. Fue un escándalo. El jefe del servicio dio una orden para que le permitieran entrar. Si tú te discriminas, ellos te discriminan –asegura Paloma–. Venir acá fue pelear que en la empresa donde trabaja Alma nos reconozcan como familia. Y lo logramos. Aunque en la Argentina el Ministerio de Relaciones Exteriores no nos reconoce, porque la Unión Civil no es nacional.

–Nosotras tenemos la Unión Civil. Con los hijos es un engaña-pichanga –dice Ana.

–Vinimos por el trabajo de Alma. En una relación heterosexual, la esposa tiene la visa. Yo no, soy turista. La peleamos, hemos logrado mucho. Nos mudamos de país como familia. Y estamos acá, con ustedes. Nos sentimos en casa.

Maternidad lesbiana, experiencia abierta

Vericuetos legales, tácticas, métodos, consejos. Con la experiencia forjada, el grupo Lesmadres armó un cuadernillo con el ABC para mujeres que aman a mujeres y desean un hijo. “Maternidades lésbicas. Algunas preguntas básicas” está libre de copyright en la web. “Reunimos información, experiencias y puntos de vista propios, lo que hubiéramos deseado tener al emprender este camino. Nos surge la necesidad de tener información sobre las tecnologías reproductivas y aspectos legales, pero también la palabra de otras y el pensar juntas sobre ciertos temores que a veces se convierten en obstáculos”, dicen las autoras. Lo dedican a sus hijas e hijos: Ana, Juan, Juan, Ludmi, Luna, Simón y Túpac.

El cuadernillo plantea preguntas y respuestas, algo más extensas que éstas. ¿Qué pasa si no hay padre? “Ser madre o padre no es un hecho biológico sino un hecho social, un proyecto vital originado en el deseo y el compromiso.” ¿Puede afectar a nuestr@s hij@s tener dos madres lesbianas? “Sí, por supuesto, de la misma manera que afecta tener padres y madres heterosexuales, judíos, inmigrantes, analfabetos.” ¿Cómo es una inseminación con un donante anónimo? “Sólo se pueden solicitar características generales como color de ojos, de pelo, contextura física y no hay diversidad étnica.” ¿Qué se tiene en cuenta para una inseminación con donante conocido? “La madre no gestante no tiene reconocimiento legal y su situación podría ser aun más precaria.” ¿Qué tenemos que tener en cuenta para adoptar? “No es posible la adopción conjunta.” También incluye un listado de ventajas y desventajas –respetables, discutibles– de los diferentes métodos para embarazarse. ¿Qué queremos para el futuro? “El reconocimiento pleno de los derechos de nuestr@s niñ@s, así como el de tod@s l@s niñ@s en el marco de la Convención Internacional de los Derechos de l@s Niñ@s y de la Ley Nacional Nº 26.061, el reconocimiento de nuestros derechos como lesbianas, el respeto por las diversidades y una sociedad más justa para todos sin violencias y sin exclusiones.” En la CHA también funcionan grupos de contención y orientación, donde familias homoparentales intercambian experiencias sobre el abordaje en colegios, clubes y centros de salud.

¿Qué pasa si no hay padre?

Una de las preguntas del cuadernillo de Lesmadres es la liana a la que se aferran los trogloditas. Cientos de investigaciones observaron a niñas y niños en familias homoparentales. Todas: la misma conclusión. En palabras de la Academia Americana de Pediatría (AAP): “Los hijos de padres homosexuales tienen las mismas ventajas y expectativas de salud, adaptación y desarrollo que los de heterosexuales”. La AAP también dice que los niños que nacen o son adoptados por familias homoparentales merecen la seguridad de dos padres o madres legalmente reconocidos.

“Hoy los hijos de estas familias sufren la discriminación al no reconocerse sus derechos. El tema de la maternidad y la paternidad de diversidad sexual es el último mito del discurso reaccionario. Hace años que los estudios afirman que las identidades de género no son transmitibles vía familiar sino el fruto de algo mucho más complejo”, dice Flavio Rapisardi, coordinador del Foro de Diversidad Sexual de Inadi y del Area Queer de la UBA. Este foro del Inadi viene trabajando con Lesmadres y otras organizaciones en una publicación sobre maternidades lésbicas.

Cuando no hay papá, no hay recetas de cómo llamar a dos mamás. Sofi llama mamá a Ana y mamu a Marce. Otras niñas y niños dicen mame a la no gestante, o madrina. Romina Reinaudo es licenciada en Psicología. Algunos de sus pacientes integran familias homoparentales. “En un primer momento, la pareja busca el modo de hacerse nombrar: madre, mamu, madrina, con relación al hijo, para entregarle como don a su niño la forma de nombrarlas. Con los años, cada uno decide cómo hacerlo.”

Triana corta la carne, cuenta: “Un día, Tato iba al jardín y me preguntó si yo no me enojaba si me llamaba ‘madrina’; le dije que me llamara como quisiera. Siempre le transmitimos que lo más importante es poder elegir. Le explicamos que no tiene papá, fue muy deseado, nadie lo abandonó”. “El nos va llevando naturalmente. Este año pidió que fuéramos a la escuela, cursa primer grado, y le explicáramos a la directora que él no tiene papá, que tiene dos mamás y que es feliz”, dice Roma. Triana se moría de nervios. “La maestra y la directora me dijeron: ‘¿Así que vos sos la famosa Triana’.” Se ríe al recordar. “Nuestros padres, hermanos y amigos saben, apoyan, acompañan. Pero nunca me había tocado afrontar algo institucional. Dijimos: tenemos una familia diferente. La directora sonrió: ‘Acá hay muchas familias diferentes’. Fue un alivio. Al día siguiente de la reunión, Tato se largó a leer.”

¿Tiene algo de diferente crecer con dos mamás? “Un sujeto nace y hay Otro que lo espera, que lo deseó, que lo preexiste. El bebé se aloja en ese universo simbólico que le crearon y a lo largo de su vida irá buscando su lugar propio. Silvia Bleichmar nos decía: ‘La función materna, paterna, implican modos de relación con el niño’. No están definidas por el cuerpo real anatómico sino por los modos erógenos que toma este encuentro”, dice Reinaudo.

Todas las familias son

Homoparental, pluriparental, monoparental. “Occidente no puede pensar sólo en familias tradicionales. Ellas mismas, en sus diferentes modalidades, están descubriendo cuáles son sus particularidades y sus diferencias. Lo que se sostiene en todas es la diferencia generacional, la función de sostén emocional y la de terceridad, también conocidas como funciones materna y paterna. En parejas heterosexuales también cambiaron las funciones y roles. La familia es producto de la cultura, no de la biología”, dice Eva Rotenberg, psicoanalista, directora de la Escuela para Padres y compiladora del libro Homoparentalidades (Lugar Editorial). Según Rotenberg, “hay una fantasía a desmitificar: mujeres que atravesaron tantos prejuicios pueden idealizar haber deseado tanto a su hijo y creer que será más amado. Un hijo real tiene distintas problemáticas. Que sea muy amado no significa que no vaya a tener conflictos. Y cómo se resuelvan los conflictos no tiene que ver con ser o no del mismo sexo sino con los recursos internos de esos padres o madres. La parentalidad es algo muy complejo, siempre incluye ciertas dificultades”, dice la coordinadora de homoparentalidades.net.

En La familia en desorden, Elisabeth Roudinesco despejó la duda. Si alguien creía que la familia estaba en retirada por las transformaciones sociales y sexuales, se equivocó. Acá está: deconstruida y reconstruida, reinventada. Roudinesco ve a la familia contemporánea más horizontal, un espacio de nuevas configuraciones, nuevas formas de subjetivación y de estructuración. Su libro tiene un final feliz, aunque ese final dependa más de lo político y lo social que de una teoría: “La familia parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la tribalización orgánica de la sociedad mundializada”.

El sol tiñe la terraza de esta tribu con una luz caramelo. Entre mates y postres, las madres discuten lo mismo cada año: el sentido de marchar o no con sus hijos el Día del Orgullo.

–No me siento del todo representada llevando a mis hijos.

–Los medios visualizan el carnaval, pero no la vida cotidiana gay. Mucho del planteo de Harvey Milk se perdió en la juerga, una pena.

–Nuestra Marcha del Orgullo es la cotidiana. Blanquear en la escuela, en el pediatra, pelear con la obra social que nos reconoció. Las nuevas generaciones lo vivirán más relajadas, ¿no?

Las familias lesbianas de las integrantes de Lesmadres sí decidieron ir a la Marcha del Orgullo. Lo hicieron adelante, con sus hijos e hijas y una bandera tan grande como orgullosa. Además de batir records, la fiesta este año contó con nuevos invitados. “Marchamos por el reconocimiento político, social, cultural y legal de los derechos de nuestrxs niñ@s, de nuestras familias y de nosotras como lesbianas. En un contexto en el que nuestras necesidades son ignoradas o imaginadas como futuro, la visibilidad es más importante que nunca. Nuestrxs hijxs ya están aquí.” No iban caracterizados, pero sí en sus propias carrozas, o en la panza. Entre la multitud colorida, alegre, danzante, sus mamás los empujaron por las calles desde la Plaza de Mayo hasta el Congreso. En sus cochecitos con las banderas del arco iris, esos bebés eran mucho más que un símbolo.