Archivo de la categoría: Libros

Nuevo libro: Laura, vida y militancia de Laura Carlotto (Editorial Planeta Argentina)

Está llegando a las librerías en los primeros días de septiembre. Es el fruto de un trabajo de años, que empezó con un intercambio de ideas en una nota que le hice a Estela de Carlotto a fines de 2009. En 2010 empecé con las primeras entrevistas. Y finalmente, acá está, mi primera criatura de no-ficción.

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Facebook: Página de Laura, vida y militancia de Laura Carlotto

Revista ELLE: minientrevista Felipe Pigna

«Armé el rompecabezas de una historia borrada». Felipe Pigna y la Historia de las mujeres, por María Eugenia Ludueña en Elle Argentina, febrero de 2012.-

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LIBROS: febrero 2012

LIBROS: febrero 2012

Publicado por María Eugenia Ludueña en Actuelle Libros, revista ELLE Argentina, febrero 2012.

«Los padres encimones se han puesto de moda», Elvira Lindo en Revista ELLE.

Por María Eugenia Ludueña, publicado en Elle Argentina, noviembre de 2011.

Libros: noviembre 2011

Publicado por María Eugenia Ludueña en Actuelle Libros, revista ELLE Argentina, noviembre 2011.

Libros recomendados: para el Día del Niñ@

Publicado en ActuELLE LIBROS, agosto 2011.

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina.

Entrevista Inés Estévez

 

Novela de Pueblo, por María Eugenia Ludueña.Revista ELLE, julio de 2011.

 

Libros recomendados: Schlink, James y Powerpaola.

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sofi Oksanen: «El poder crea violencia»

En la novela Purga una de las protagonistas es una víctima de trata de personas. La  finlandesa Sofi Oksanen lleva ganados muchos premios -incluido el de Mejor Novela Europea 2010- con este libro que además es best-seller mundial. La entrevisté en esta nota para ELLE. 

Por María Eugenia Ludueña para Elle Argentina, junio de 2011.

LIBROS recomendados: Tres luces, Emaús, Wakolda y Transformaciones.

 

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina, junio de 2011.

«No hay que enseñar ortografía, hay que leer», entrevista: Guillermo Martínez

Por María Eugenia Ludueña para revista ELLE Argentina, mayo de 2011.

ELLE libros: recomendados de mayo

Solar de Ian McEwan (Anagrama), Al margen de las noches de Jean-Bertrand Pontalis (Paidós), El velo pintado de Maugham Somerset (Zeta) y Vista al río de Máximo Chehin (Bajo la luna).

Por María Eugenia Ludueña para Revista ELLE Argentina, mayo de 2011.

ELLE libros: recomendados de abril

Relatos reunidos de Hebe Uhart (Alfaguara), Demasiada felicidad de Alice Munro (Lumen) y Contra el viento del norte de Daniel Glattauer (Alfaguara).

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, abril de 2011.

Entrevista: Sylvia Iparraguirre


DE MONJAS, PRESOS Y OTROS SUSTOS

Foto: Gentileza Edgardo Gómez
Por María Eugenia Ludueña para Revista ELLE Argentina, marzo de 2011.

ELLE Libros: Recomendados de marzo

El abanico de seda (Lisa See), El mar que nos trajo (Griselda Gambaro) y Bajo influencia (María Sonia Cristoff).
 

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, marzo de 2011.

«La boda gay multiplica votos, el aborto los resta», Matilde Sánchez.

Por María Eugenia Ludueña, entrevista publicada en revista ELLE Argentina en febrero 2011.

Doble click en la imagen de página para leerla.

ELLE libros/ Recomendados de febrero

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, enero 2011.

ELLE libros/ Recomendados de enero

Publicado en ActuELLE LIBROS, revista ELLE Argentina, enero 2011.


Revista ELLE: minientrevista Martín Caparrós



Publicada en revista ELLE, diciembre 2010.

Libros para el arbolito

Palabras en la oscuridad, La Nación

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Domingo 30 de marzo de 2008.

Sociedad / Cárceles por dentro

Palabras en la oscuridad

Son mujeres. Están presas en la cárcel de Ezeiza. Muchas de ellas viven allí con sus hijos, y encontraron en la escritura un camino de recuperación. Una periodista de LNR participó de un festival de poesía entre paredes y rejas, y cuenta aquí la experiencia.

Mi cuerpo no es libre, pero mi mente sí.» Myriam López Pereyra, 37 años, lee taciturna su poema. Tiene la piel morena, le faltan algunos dientes, otros están negros, se tiñe de rubio. Se sienta con LNR a contar su historia. Quiere que la conozcan, no por vanidad sino para ver si le sirve a «alguien» que tenga el poder de hacer «algo».

–Antes tomaba merca, y un día me dijeron por qué no probás este mambo. Probé paco y me quedé colgada. No iba ni a mi casa. Fui a comprar y me quedé ahí fumando y cayó el allanamiento. Tengo cuatro hijos. Nunca les había podido decir que los amaba. Mis hijos no se drogan; imaginate, verme así es para decir: yo no me drogo ni loco.

La primera vez que estuvo en el taller de poesía trajo un papelito con algo escrito durante su ingreso al penal. «Llegué y estuve cuatro días en los tubos (celdas individuales y mínimas), incomunicada, sin hablar con nadie y con crisis de abstinencia. Un día acá adentro es como un año afuera. Pensé que había muerto y estaba asistiendo a mi velorio. Escribí sobre eso y María, la maestra, me dijo que era poesía», recuerda. Después María le pidió que escribiera algo más.

«Tas reloca. ¿Que yo via’a escribir?», le dijo Myriam, la misma que ahora afirma: «La poesía es poder decir en un papel lo que no puedo con la voz. Poder decirles a mis hijos cuánto los amo. Me estaba matando a mí misma. Y con la poesía me encontré. Acá te abren esa reja, te tiran un colchón y arreglate. La poesía me enseñó que podía hacer algo por mí. Yo no sabía que podía. No sabía que había gente de afuera que se interesa por nosotras. Cuando salga, me gustaría que mis hijos me den la oportunidad de estar con ellos, seguir en el taller y ayudar a los que están en el paco. Los que estamos en el paco no entendemos que mata. Un penal no es la solución. Tiene que existir un lugar serio, cerrado pero con contención, con represión».

Antes de entrar, todo parece una casa de muñecas: paredes rosa salmón, techos verde oscuro, puertas y ventanas pintadas de azul claro. Pero las casas de muñeca no tienen un cerco perimetral con alambres de púa que brillan bajo el sol del verano, torres vigías, puertas de rejas ni guardias armadas como la Unidad Penitenciaria N° 31 de Ezeiza. Dicen que es una de las cárceles que el Servicio Penitenciario Federal prefiere mostrar: acá viven mujeres que, más allá de estar acusadas de haber cometido un error, tienen muy buena conducta; eso, se supone, garantiza un bajo nivel de conflicto. Es uno de los penales más nuevos y de los pocos donde viven chicos menores de cuatro años, hijos de detenidas, que van al jardín detrás de las rejas. Todos esos nenes y nenas aprendieron a decir «mamá» y «agua» con tanta urgencia como «celadora».

Las palabras cambian para sobrevivir acá adentro. A veces forman un código cerrado, de términos gastados, predecibles, tristones. Interna. Gorra. Gato. Recuento. Requisa. Pero también puede ocurrir que tejan un mundo tan visceral y opulento como para que un día caluroso un grupo de visitas llegue a Ezeiza en micro, combis o autos a participar de un banquete de palabras, un festival de poesía al que bautizaron Yo no fui.

Lo dijo Bart Simpson: «Yo ni fui, nadie me vio, no pueden probarlo». Y las chicas, señoras y abuelas que hace cinco años van al taller de poesía que coordina la poeta María Medrano –con su colega Claudia Prado– la hicieron su mantra. Es el título de dos libros con poemas del taller y un proyecto artístico y social más amplio. «Arrancó con un taller de poesía en este penal, donde se formó el grupo que lleva adelante el proyecto. Ahí se generó la reflexión acerca de las mujeres detenidas y surgió la necesidad de que el trabajo de los penales tuviese continuidad afuera, dando apoyo y contención en el proceso de recuperación de la libertad», explica María Medrano. Hoy, Yo no fui trabaja adentro con las mujeres detenidas. Y afuera con las que salen. O no. Porque a medida que quienes habían participado en el taller iban saliendo, decían «ah bueno, pero yo afuera voy a seguir» o «nos tenemos que juntar afuera». «Las que no querían escribir, igual venían. Les hacía bien charlar con gente que había pasado por la misma situación. Se sumaron mujeres que no habían participado del taller adentro, pero que empezaron a venir como algo vital», cuenta María Medrano.

No era un interés personal lo que las movía: había conciencia de que muchas estaban pasando por la situación del encierro y que desde afuera podían hacer algo. Ya no por la compañera de rancho, sino por miles de mujeres. De las 1050 presas en cárceles federales, el 56% de ellas no tiene condena. La mayoría, vinculadas a delitos no violentos. Por su condición de género sufren mayor discriminación y reciben menos visitas. En la Unidad 31, el 67% tiene causas de drogas y al entrar en el salón del festival llama la atención la diversidad de rostros y pieles y pelos y lenguas que participan del taller de poesía. Benetton haría acá su mejor casting.

De penal a centro cultural

–Yo doy la cara porque no maté a nadie, dice y aprieta fuerte a su beba al pecho.

Raquel Calabria está acusada de tráfico de cocaína. La detuvieron en Ezeiza el 16 de marzo del 2007, cuando ya estaba en el avión, pero nunca llegó a cruzar el océano. Por esos días que cayó presa supo que estaba embarazada. Su hija nació en la Maternidad Sardá y vive con ella en la Unidad 31 de Ezeiza, donde viven unas noventa madres con hijos menores de cuatro años. Que los niños crezcan entre rejas desata múltiples complejos debates. Existe un proyecto de ley que contempla enviar a las madres de hijos menores de cuatro años a prisión domiciliaria con una pulsera magnética.

Raquel vivía en Alicante y era encargada de un restaurante. «Ganaba poco, mi marido trabajaba en la construcción. Sólo quería terminar de pagar mi casa y mi coche.» Le salió caro: va a hacer un año que no ve a su otra hija, que vive en España y tiene cuatro años. Lo que más quiere en la vida es que llegue el día de abrazarla. Mientras tanto, lee. Pablo Neruda. Quevedo. Cervantes. Escribe.

–Me hace sentir fuera de aquí. La poesía siempre me gustó. Entro al taller y me siento libre, en otro mundo. Escribir es estar fuera de aquí.

«Yo no fui amordazada. Yo no fui limada», dicen las letras con aerosol rojo gritón en sábanas que ambientan el salón más luminoso de la cárcel. Este espacio impersonal donde otros días las internas reciben las visitas, hoy parece un centro cultural modernoso. En el centro: la mesa. El programa anuncia cinco sesiones de lectura de poesía y una de debate. Y dice, en palabras de Laura Ross, una de las participantes del taller: «En esta instancia donde se nos borran las palabras, en que lo ajeno es habitual, donde el agua de la memoria tiene pozos y no es natural un abrazo ni la relación con el dinero ni con el cuerpo, ya tener un libro en la mano es político. Conversar sobre lo leído es compartir nuevos discursos y acceder a otros escritores es poder estar afuera por un rato».

Detrás de la mesa hay una soga de la que cuelgan hojas de cuaderno. Parece ropa tendida. Son poemas escritos a mano. Unos firmados por las chicas del penal y otros con fragmentos de poetas consagradas. Como Diana Bellesi, la santafecina que en los setenta fue pionera de estos talleres intramuros. Las chicas la reciben entre mates y puchos. Bellesi se acomoda en un banco, a centímetros de Damián Ríos, Anahí Mallol, Lucía Bianco, Gabriela Bejerman, Carlos Battilana, Juan Desiderio, Paula Jiménez, Francisco Garamona, Martín de Souza, Consuelo Fraga, Teresa Arijón, Mariano Blatt, Guadalupe Muro. Son los poetas invitados. Vinieron en un micro desde la Casa de la Poesía de Buenos Aires. Parecen niños obedientes y expectantes a que les tocará leer.

El banquete arranca con unas palabras de María Medrano. Agradece rápido y presenta la performance que trajo al penal la editorial Superabundans Haut. Un señor-editor-activista pegó en las paredes afiches murales que en letras negras y grandes hablan de la sumisión y la autoridad. Con un megáfono de hojalata, el hombre explica que esas frases fueron escritas en el año 1548 por un joven francés de 18. Se llamaba Etienne de La Boétie, fue político y jurista, son textos del Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Las chicas se pasan el megáfono y leen. Una veinteañera con una beba de un mes repite: «A aquellos que, así la libertad estuviera por entero perdida y fuera del mundo, la imaginan y sienten en su espíritu, y además la saborean, y que no pueden tolerar la servidumbre, por mucho que la adoren».

En un rincón del salón hay una mesa con libros pequeños, de las llamadas editoriales independientes. En el otro costado, tablones y caballetes arman un despacho de comida naturista, gracias al apoyo de La Aromática, que convida un almuerzo sabroso. De postre, las frutas llaman la atención de las chicas. Hacen cola para conseguirlas.

«¡Cuanto hace que no veía una sandía!», comentan y escupen las semillas en la mano.

El cacho de libertad

En el almuerzo de bienvenida hay señoras de pantalones de vestir, remeras de hilo, camisas pastel. La cartera y los anteojos de sol son un trofeo secreto. Se abrazan y se dan palmaditas en la espalda con algunas de las chicas, más proclives al jean y la remera. Tragan saliva y ruegan que la emoción no las traicione: es la primera vez que vuelven desde que recuperaron su libertad. Se llaman Betty Pastrana y Ana Rossel. Bah, son los nombres con los que se mueven en la poesía, el mundo del que hoy forman parte puertas afuera. Betty es abogada, vive en Belgrano.

«Mamá, no te vas a animar a volver», le había dicho el hijo.

–Y acá estoy, dice ella, sonriente y nerviosa, porque volver, aunque sea como visita, comenta, es muy estresante.

Betty y Ana y Silvia y Blanca son cuatro talleristas de la primera hora que ahora mantienen vivo el espacio afuera. El festival las llena de melancolía y de la verborragia que producen las arañas en el estómago.

–La poesía fue el cacho de libertad acá adentro, dice Ana. Y no hablo de leer, sino de descubrir que se puede expresar algo que no sabías ni vos.

–Pasábamos la puerta de Educación y nos sentíamos libres.

–Acá tenía una covacha. Pero me sentía contenida y apreciada. En un pabellón hay tres televisores y cuatro radios encendidas. Vivía arriba de la cama, el único sitio de intimidad; desde ahí me acercaba al cielo. Ahora mi dormitorio me queda grande, dice Betty, que trajo un texto sobre la poesía en acción para el debate.

–Si venía nuestra familia, lo único que podíamos era prepararles comida. Desde que venimos al taller también podemos dar poesía.

Buena letra

Caminante del planeta, música y titiritera. Devota de Lord Ghanesa. Con estas palabras se define en el libro Yo no fui Silvia Elena Machado. Hoy vuelve por primera vez desde que salió en libertad condicional. Lee en la primera mesa de poesía, en calidad de «personal civil», como dice el cartel en el pecho de las visitas. A todas nos dieron esa identificación al entrar en el penal, cuando dejamos teléfonos celulares y documentos. Silvia lee un poema que escribió para Ingrid Betancourt. Antes agradece al taller: «Ese espacio es una de las pocas posibilidades de los internos de disfrutar de los bienes culturales, que nos pertenecen a todos, sin discriminación». La aplauden.

Alguien lee un poema sobre sapos, charcos, miedos y estrellas. Flota un silencio inmaculado. Lo rompe un niñito moreno de dos años, el hijo de Liz, una dominicana que leerá en la misma mesa. Gabriela Bejerman le alcanza un gorro para entretenerlo. Al lado de Liz hay una mujer que no lograría pasar desapercibida aunque quisiera. Es una cincuentona de carnes robustas, cutis pálido, blusa y falda con animal print, el pelo esponjoso y rubio ceniza que parece salido de la peluquería. Cuando creen que no la miran, se retoca los labios con rouge ayudada por un espejo de bolsillo. Es Carmen Orza y habla un español con acento rumano. Después, cuando estemos a solas, contará que hace dos años que llegó. Nunca antes había escrito poemas. Los primeros tres meses sólo iba al taller a escuchar, porque, aunque está casada con un peruano, «la forma de pensar en otra lengua es diferente». Un día María le trajo un CD con poemas grabados en su lengua natal. Y escribió.

–La poesía me ha dado fuerza de vivir acá y encontrar personas que hablen de otra manera. La poesía te hace olvidar dónde estás. Para las extranjeras que no tenemos visitas es algo grande.

Le gusta la obra de Fabián Casas.

–Pero lo de cuando era más joven, y algunos poetas rumanos, no los fantasiosos.

Cuando le toca leer agradece: «Por las dos horas de ejercicio mental y alegría que nos brindan María y Claudia».

La dama rumana también es una de las más aplaudidas de la segunda mesa: una sinfonía con ecos de otras tierras, fonemas, olores. Ellas participan del taller y leen poesía en su lengua materna. Es la única mesa donde sólo hay chicas detenidas; en las demás se mezclan los de adentro y los de afuera. Después Ramona, una señora que se sumó a Yo no fui desde el proyecto editorial de Eloísa Cartonera, traduce al español.

Todas las puertas están cerradas y el aire huele a cigarrillo y a desinfectante. A nadie le importa porque lo único que cuenta es lo que lee Laura Preguerman, una de las poetas de la casa. Le tiemblan los dedos y el papel. Laura mira al piso, hace un esfuerzo para no quebrarse, pero su voz se convierte en quejido. Pasa el papel a alguien para que termine la lectura con la frase que no logra terminar: «¿Por qué fue tan difícil quedarnos juntos? Ya no pregunto, ya sé que no hay principio sin final». El auditorio se muerde los labios mitad con alegría y mitad con dolor. La poesía está viva. Estas mujeres la escriben con el cuerpo.

Un rato después, Laura Preguerman participa de la mesa de debate. Allí donde Carlos Battilana se pregunta: ¿qué hace la poesía con nosotros?

Ella responde: «Es un vehículo para salir de la opresión y de la rutina del encierro, regresar hacia mi esencia, la que fui antes y la que seré después». Silvia Machado habla de la poesía como una reescritura «y como una reescritura que no es sólo de un poema, sino de la fotografía del pasado que quedó congelado cuando ingresé a la cárcel».

Diana Bellesi está atornillada al banco y a sus Virginia Slims, los ojos celestes iridiscentes clavados en la mesa de lectura. Le toca compartir el cierre con Damián Ríos, poeta entrerriano, y con Lucía Bianco, que vino especialmente de Bahía Blanca, y con Betty, la que recuperó la libertad, y con Raquel Calabria, la española que le da el pecho a su beba de un mes. Bellesi habla de la poesía como una jaula donde el pajarito canta.

María invita a recoger las poesías que cuelgan de la soga. Bellesi encuentra ahí un texto suyo. «Es una celebración paradojal e inquietante, como volver a casa. Estamos muy mezclados. Más allá de los errores, son unas minas bárbaras, y el afecto y la vitalidad que han demostrado hoy es algo que se ve poco afuera», dice la poeta santafecina.

Damián Ríos aún sigue turbado de agradecimiento: leer acá es un ida y vuelta. «Las palabras adquieren otra resonancia», dice, mientras la casa de muñecas se llena de una melodía delicada y melancólica como una canción de cuna. El grupo El Pony Infinito cierra el festival con música en vivo.

«La poesía, como cualquier otra rama del arte, permite bucear en uno, y la búsqueda por comunicar de una manera especial eso que uno quiere decir abre puertas inauditas. Descubrir esas zonas nos hace diferentes de lo que éramos, o de lo que creíamos que éramos. Nos hace ser más uno. En general, esos descubrimientos nos hacen más dignos, más enteros», comenta María Medrano mientras las chicas se dejan mecer. María, que es poeta y dirige la editorial Voy a salir y si me hiere un rayo, tiene una teoría que sostiene un trabajo de años: «En un lugar donde hay todo un sistema montado para decirte «vos no sos nada», «vos estás enfermo y estás acá para enderezarte», la poesía, el arte, ayudan a fortalecer y redescubrir nuestra propia identidad».

No se equivocó Daniel García Helder, de la Casa de la Poesía (Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura, Secretaría de Cultura del gobierno porteño), cuando la convocó para este proyecto con apoyo del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación y del Servicio Penitenciario Federal (Educación).

Cuando el sol les empieza a pintar la cara del rosa de las paredes, Betty y Ana y Silvia y Blanquita saben que deben despedirse. Antes se sacan fotos con las chicas. Betty y Ana dicen que ahora las persigue el fantasma de la hoja en blanco. Extrañan la forma en que producían. Cuando tenían tiempo y lo llenaban con poesía y las palabras atravesaban las ventanas, abrían las puertas, sobrevolaban las torres vigías y viajaban más allá de la casa de muñecas.

–A veces tengo la sensación de que al volver al ruido te mareás. Y me encuentro con gente tan mareada que no sabe lo que es la libertad.

–La libertad es interna, no externa. Ahora sentimos que nosotras podemos, donde estemos, sobrevivir.

Por María Eugenia Ludueña

Para ver imágenes de esta nota: www.lnteve.com

Aunque las personas detenidas estén privadas de su libertad y no de su identidad, sólo se las puede mencionar con nombre y apellido con el consentimiento de ellas y previa autorización del juez que lleva la causa. Los nombres que figuran en esta nota están autorizados y son reales.

Integrar & proyectar

Yo no fui es un proyecto artístico y social que trabaja en las cárceles de mujeres de Buenos Aires, y afuera con las personas que han recuperado la libertad. “Nuestro objetivo es acompañar a las mujeres que están presas en su proceso de «reinserción» brindando un marco de contención y facilitando su salida laboral a través de la capacitación en talleres de producción; promoviendo la autogestión”, explica la coordinadora María Medrano, que junto con Claudia Prado dicta el taller de poesía en la Unidad N° 31 de Ezeiza.

Cuenta con un espacio en la Asamblea de Palermo (Bonpland 1660), donde se realizan talleres de poesía, y también de costura y diseño, encuadernación y serigrafía. Participan mujeres que pasaron por la experiencia de la cárcel, amigos, familiares, o personas que se interesan por el proyecto. “La idea es que sea una experiencia integradora, no sectaria ni cerrada”, aclara Medrano. Todos los talleres son gratuitos y Yo no fui provee el material. La idea a futuro es abrir una tienda comercial donde se vendan las producciones.

La otra pata del proyecto son los talleres y actividades en los penales. Para este año, María Medrano y Claudia Prado planean más talleres: encuadernación, costura y diseño de objetos en tela, serigrafía, fotografía y otro de poesía. Para algunos de ellos cuentan con el apoyo del Centro Cultural de España en Buenos Aires. Y para otros, están en tratativas con el Ministerio de Justicia.

En 2007 Yo no fui organizó un ciclo de cine en la unidad 31, que continuó durante enero, y No me digas que no, uno de recitales en los penales de Ezeiza (Complejo Federal Nº1, Unidad 3 y Unidad 31), que se extiende hasta marzo.

Yo no fui tiene su blog: www.proyectoyonofui.blogspot.com/

* * *

El sol está asomado a mi ventana/ los primeros rayos dan calor
sobre mi cama y la noche se despide./ El viento sopla sobre la ropa
mientras acaricia los pantaloncitos,/ baberos y medias de mi bebé.
Cuando mi niño se despierte/ ropa le pondré.
Mi viejo y preferido vestido gris,/ me acompaña varios años ya te miro por la ventana/ y recuerdo cuántas cosas viví junto a ti;
ahora sólo son recuerdos/ y sombras como las que se forman
en mi pared al amanecer.

Myriam López Pereyra

* * *

Todo parece perfecto
y nada es lo que parece./ Los colores/ permanecen
uniformes en sus cuatro laterales/ a la guarda de que nada
se escape/ impidiendo que todo fluya de su lugar asignado./
Todo se cierne/ al parecer de una clara armonía./ El suelo brilla como un espejo/ en contradicción/ devuelve su imagen difusa.
Intenta evadir/ la clara consigna que dictan las imágenes impresionistas./ Allí, se ve todo tal cual es.
(…) Tan lejos y tan cerca.

Liliana Cabrera

La Patagonia de Celine, La Nación

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Domingo 2 de agosto de 2009.

Fotografía

La Patagonia de Celine

Amante de la naturaleza, se internó en el sur argentino en busca de imágenes para un libro. De su recorrida nada convencional, a pie y a caballo, surgieron estas fotos en las que Celine Frers muestra el lado más salvaje del lugar.

Celine Frers pensaba que la Patagonia era «un campo a la medida de los gringos». Habrá que contar que Celine pasó parte de su infancia en el litoral correntino. Las vueltas de una vida con varias vueltas llevaron a esta fotógrafa a las entrañas de la Patagonia, a orillas del lago San Martín, al pie del cerro Fitz Roy. A enfrentarse con vientos de 150 kilómetros por hora, a cargar las cámaras en las ancas de un caballo que se enterraba en la nieve y cruzaba con dificultad los ríos correntosos.

Después de pasar dos días de lluvia varada en la estepa cubierta de nieve en un campamento improvisado con sus compañeros de ruta, después de quedarse sin comida, después de días de cabalgatas y caminatas, Celine llegó a una conclusión: «El Sur no es tan distinto del querido Corrientes. La gente y el paisaje son diferentes, pero lo salvaje de la naturaleza, lo solitario de los paisajes, su extensión; el espíritu noble, valiente y rústico de sus pobladores, me recuerdan a Corrientes».

La infancia de Celine fue verde litoraleña. «Mi abuelo vino de Bélgica después de la guerra, compró campos en Corrientes y se quedó a vivir», cuenta Celine. Nació en 1982, hija de Celina Moens de Hase Zorraquín (que administra campos de su familia») y de Ricardo Frers (ingeniero agrónomo), tiene una hermana mayor y otra menor. Vivió en el campo hasta los cuatro años. Cuando su familia se mudó a un departamento en Buenos Aires, Celine se sintió extraña. «Quería ir todo el tiempo a la plaza. «Pero si hoy ya fuiste», decía mamá. La plaza era lo más parecido al campo», recuerda.

«De chica pasaba los veranos en Corrientes, en el campo. Con mi familia nos íbamos a las playas de Uruguay a pasar las fiestas. Lo que yo más quería era volver para salir a las 5 de la mañana con los peones a arrear vacas por arroyos y esteros. Me asignaban tareas que me enorgullecían, los mejores recuerdos de mi infancia y preadolescencia son de Corrientes. Y algo de todo eso reviví en estos viajes por la Patagonia.»

Celine cursó sus estudios en el Michael Ham de Vicente López -«donde fueron mi abuela y mi tía»-, y conoció la Patagonia esquiando con su familia. A los 16 años compró, por Internet, una cámara usada. Estudió en la Universidad del Cine, en Buenos Aires. Después, en el New York Institute of Photography. Pasó una temporada en las montañas de Colorado («trabajando como instructora de esquí») y otra en las playas de Hawaii, donde fue moza en un restaurante. «Mi espíritu es nómada -confiesa-. Compré un pasaje para dar la vuelta al mundo, y anduve por Europa, Australia, Nueva Zelanda…»

De regreso en Buenos Aires retomó un trabajo en publicidad. «La fotografía en ese rubro es algo muy técnico; me divertía mucho, pero los tiempos que se manejan te queman la cabeza», comenta. Celine quería algo más: «Se me ocurrió hacer un libro sobre Corrientes, una visión puertas adentro de esa provincia que pocos ven».

Dedicó buena parte del año pasado a ese proyecto. Sacó fotos del verde caimán, del rojo Gauchito Gil, de la Virgen de Itatí, del té, la yerba, el chamamé. Consiguió el apoyo de Turismo de la provincia. Estaba averiguando algo al respecto en una imprenta cuando se encontró con un amigo que le pasó el contacto de una editorial argentina con nombre inglés: South End Publishing.

El libro sobre Corrientes está en imprenta y Celine, inmersa en su nueva fascinación: La Patagonia en imágenes, un libro de South End Publishing a pedido de la empresa Cielos Patagónicos. Del Sur viene y hacia el Sur va. «Se estima que saldrá el año próximo. Es un trabajo para Cielos Patagónicos, una sociedad argentina de desarrollos inmobiliarios y turísticos en la Patagonia sur que tiene como principio rector la conservación de la naturaleza, la historia y la cultura», explica Celine. Para este trabajo recorrió -y sigue recorriendo- los cerros a lomo de caballo junto con otros socios de la empresa y compañeros de ruta.

«En el primer viaje éramos nueve, en su mayoría personajes muy idealistas. Algunos de ellos, empresarios, dijeron: «Esto no es vida, me voy a vivir al Sur». Cielos Patagónicos es un proyecto en el que creo», asegura.

Verde estepa, azul cumbre, blanco precipicio. La gira de la que salieron estas imágenes incluyó recorridos por la Estancia El Cóndor exultantes de bosque nativo, a orillas del lago San Martín. También, una cabalgata por la Estancia Menelik, con el cerro San Lorenzo de fondo; y la Veranada de Jones, a la que sólo se accede a caballo o a pie. «Son viajes intensos, llenos de anécdotas y desafíos», dice Celine, acostumbrada a quedar última en las expediciones, y a perderse entre bosques de lengas y cipreses para congelar ciertos instantes inexplicables.

Por María Eugenia Ludueña
revista@lanacion.com.ar

Más datos: www.celinefrers.com
www.cielospatagonicos.com/
www.southendpublishing.com/

Aldo Sessa, La Nación

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Domingo 30 de agosto de 2009.

Aldo Sessa: mis 50 años con la fotografía

Cincuenta ojos, tres corazones, cinco manos y un radar en la espalda. Es lo mínimo indispensable, el equipaje básico para convertirse en un buen cazador. O en un buen fotógrafo, asegura él, pocos antes de la apertura de una de las muestras más importantes de su trayectoria, Aldo Sessa. 50 años, con la que celebra medio siglo de trabajo detrás de la cámara. A lo largo de la entrevista él no dirá una sola vez «cámara». Siempre se referirá a la «máquina». Hablará de cuánto se parece esa máquina a otros instrumentos de trabajo. Y de cómo un fotógrafo se asemeja a alguien que acecha a su presa con todos los sentidos.

La charla con LNR transcurre en un salón de su galería-estudio, en el pasaje Bollini, un viernes ajetreado por los preparativos de la muestra. Una tarde con rastros de apuro y olor a copias frescas. El salón donde conversamos es amplio. Fotos, pruebas de impresión, computadoras, colaboradores, clima fabril. Sessa acomoda su silla junto a la ventana, de espaldas a una estantería repleta de libros. Libros de lomos gruesos que llevan su apellido bien grande, junto a palabras que titulan los temas que ha tocado a lo largo de su trayectoria: Patagonia, Buenos Aires, Teatro Colón, Gauchos, Polo, Argentinos, por citar sólo algunos de los más de 40 libros de Sessa Editores, que fundó en 1976. Esos libros están en más de cien bibliotecas nacionales de diferentes países del mundo. Pero estamos acá con motivo de la muestra -de la que también resultó un libro, Aldo Sessa. Pasión por la imagen- que resume su vida como fotógrafo, sus cincuenta años de fotografía.

-No son 50 años -corrige Sessa.

-¿Cuántos son?

-Son más de 100. A través de la fotografía he vivido muy intensamente. Es una gran exposición: ciento cincuenta fotos que aclaran mi pasado.

-¿Aclaran?

-Sí, digo «aclaran» porque fue difícil hacer una síntesis. He trabajado con muchas temáticas, materiales, formatos. Elegir ciento cincuenta fotografías fue como escoger la prosa de un telegrama; menos que eso. Imaginate: saco unas quinientas fotos por semana.

-¿Las cuenta?

-No. Digo un promedio. Siempre estoy haciendo fotos. Siempre salgo con una cámara. Pero no tengo idea de cuántas hice.

-Siendo tan prolífico su trabajo, ¿cómo fue el proceso de selección para la muestra?

-Quise tomar un camino que mostrara las mejores imágenes del recorrido. Es una síntesis muy subjetiva; creo que las síntesis siempre son positivas. Empezaron a aparecer negativos y fotos con fuerte carga emocional, recuerdos, miles de historias. Me encontré con imágenes que nunca había visto copiadas en el tamaño en que las veo ahora para la muestra. O algunas que no había mostrado, como las polaroids.

-¿Algo que lo sorprendió en esta edición de medio siglo de fotos?

-Me dio mucho placer descubrir desde las primeras fotos hasta hoy una coherencia. En el arte es muy importante hacer las cosas de una manera particular, tratar de dejar una marca de esta forma de pensar y sentir. A eso le llamaría estilo. Y me parece que eso está.

En el principio había una mujer. De espaldas, con un sombrero de paja. Esta es la primera foto que tomó Sessa, a los 17 años. «La saqué en Punta del Este, con una máquina prestada. El negativo lo tenía un amigo mío; me lo regaló. Es una foto que podría haberla sacado ayer.» Tenía 17 años y no era un novato.

Aldo niño asistía con su madre a las clases de escultura de Lucio Fontana. Aplastaba la arcilla entre sus dedos. A los diez empezó a jugar en serio con el dibujo y la pintura en el taller de Marcelo De Ridder. A los doce ya se apersonó con su caballete en la avenida Santa Fe, un Día de la Primavera, y participó del tradicional concurso de pintura. A esa misma edad mostró sus obras junto a una treintena de niñitos pintores en la galería Müller. «En mi casa había muchísimo interés por la pintura y la fotografía. Iba a galerías con mi madre. Cuando llegué a la foto, conocía los aspectos cromáticos, luz, sombra, volumen, composición.» En la patria de su infancia había genes propicios. Su abuelo había fundado, en 1928, los laboratorios fotográficos Alex, que hicieron historia en el cine argentino. Su abuela revelaba fotos. Su padre tenía una imprenta donde Aldo trabajó tres años. «Mi familia fue muy trabajadora, un gran ejemplo. Y la fotografía estuvo delante de mis narices muchos años antes de que sacara fotos. La había postergado porque era tan natural en mi casa…», dice.

Hizo sus primeras armas en el círculo de los fotoclubes. «Iba a La Boca todos los sábados; me quedaba todo el día. Me encantaba; me sigue encantando. He sido muy feliz siempre con la fotografía. La fotografía me humanizó mucho. La pintura es muy instropectiva. Uno vive en un plano, por ahí se aísla de la realidad. Cuando empecé, sentí que la fotografía me conectaba con el sonido, con la dinámica de la vida», dice.

Empezó a trabajar como fotógrafo colaborando con La Nacion allá por 1960. Durante varios años, fotografió y pintó. Por entonces decía que la pintura era «mi estado cóncavo»; y la fotografía, «mi estado convexo». Ahora cree que la pintura es una batalla campal y que la fotografía da más satisfacciones. La luz, la sombra; todo se fabrica muy rápido.

-¿Qué es la fotografía para usted?

-Es la profunda observación y, en general, una realidad dibujada. Cuando salgo, voy mirando lo que tengo a un metro, a diez metros. Miradas rápidas; todo lo que puedo abarcar. Trato de tener mi cámara siempre preparada. Y si cambio de vereda, o camino por la sombra, coloco la exposición adecuada aunque aún no haya elegido qué fotografiar. Voy preparado, y si cruzo al sol sé que diafragma tengo.

-¿Va por la vida va con la cámara a cuestas?

-Sí. Casi siempre me cuelgo al cuello una Leica con blanco y negro. Tengo varias, las colecciono. Su sonido es para mí como una nota de Beethoven. Con esa máquina naufragaría en una isla. Es muy silenciosa, la usé mucho en el Teatro Colón. Pasás inadvertido. Incluso me he olvidado una Leica en un bar y me la han devuelto. Es tan simple, tan poca cosa. Liviana: es importante tener un equipo muy liviano.

Ha cruzado varias veces el puente entre la fotografía y la literatura. En 1976, Aldo Sessa hizo su primer libro con Borges, Cosmogonías.

-Borges era absolutamente genial, como Ray Bradbury. He tenido la suerte de trabajar con personalidades muy interesantes, que me marcaron mucho. En el caso de Bradbury, tiene una gran calidez, casi como un pastor, cariñoso, cálido. Muy buen amigo. Muy libre. Cree mucho en la suma, en la potenciación de las personalidades; no le interesa si el libro es literatura o fotografía, dónde empieza una cosa o termina la otra. Es de una gran generosidad.

Una de sus fotos preferidas es la que hizo para la tapa del libro con Bradbury Sesiones en fantasmas. En tanto, Bradbury escribió sobre las fotos de su amigo: «Lo que hace una buena fotografía es captar lo que está allí, pero parte de su calidad consiste en que también lo haga con lo que no está. Más que delinear, sugiere. Es una sesión de espiritismo dentro del cuarto oscuro, donde lo que no se ve se levanta de la muerte».

Sessa también trabajó con las hermanas Victoria y Silvina Ocampo.

-Ellas me transmitieron su amor por el mundo vegetal. Eran unas enamoradas de los árboles y de las flores. Me compenetré con esa visión que tenían, tan acabada. Silvina era increíble: me enseñó a ver los árboles de una manera diferente. Hicimos juntos un libro, Arboles de Buenos Aires.

También rescata el impacto que tuvieron sobre su mirada Manuel Mujica Lainez -con quien hizo varios libros- y el arquitecto José María Peña. Algunas de estas fotos que cruzan hacia la literatura también forman parte de la muestra.

-¿Qué quiere capturar al hacer clic?

-Siempre estoy buscando una gran foto. Yo les digo a los chicos: traten de hacer dos fotos buenas por año. En 20 años tendrán 40 fotos; no está mal.

Habla como si nunca terminara de aprender qué pasa con la luz. Y se entusiasma contando cómo el azar de lo que encuentra en la calle se incorpora a sus fotos. Vidrios, piedras, flores, perlas, tules. Una copa rota, un reflejo sobre la vía, el cielo en un charco. Cosas de un minuto.

-¿Qué cambió con la Web?

-Lo que está cambiando es el modo de circulación de las fotos. Eso atenta en cierta medida contra el registro fotográfico. Nos estamos perdiendo muchas buenas fotos porque cada vez se hacen menos copias. Las imágenes hacen su circuito por Internet, van de teléfono a teléfono, o mueren en un mail. Con las cámaras digitales, al común de la gente le resulta difícil ordenar un archivo. Se pierden materiales que iconográficamente pueden ser importantes.

-¿También en familia saca fotos?

-¡Miles! Me critican mucho (se ríe). Dicen que no las ven nunca. No puedo copiar todo lo que saco. Pero a mis nietos los fotografío bastante. Todo el tiempo estoy viendo acá y allá. Tengo un gran sentido de la luz. La respiro. Si estoy en un lugar con una luz maravillosa, puedo vivir con los ojos de lo que veo, no necesito nada más. Vivo intensamente la luz, las formas, los volúmenes. Si tengo una gran escena adelante y no llevo la máquina encima, anoto en mi cuaderno la hora y el lugar, y vuelvo otro día a sacarla.

-¿Es así en otros planos de su vida?

-Es que vivo en ese plano. Es una obsesión. Y quiero destacar que en esto mi familia ha sido muy importante. Es un trabajo en el que tenés que tener mucha libertad. Mi esposa es una gran compañera de viaje, capaz de estar en el auto desde el amanecer hasta las doce de la noche. Mis tres hijos también. La menor, Carolina, es diseñadora grafica: ella ha diseñado los libros. Luis se ocupa de la editorial; descanso mucho en él y en mis valiosos colaboradores.

-¿Qué proyectos le quitan el sueño?

-Tengo ganas de agarrar una máquina e irme unos días al Valle de la Luna. Jugar más. Ese tipo de cosas. Con el tiempo, el mundo se agranda y la visión se comprime. Pero también, como con la muestra, se hace una síntesis. Hoy quiero tener mi agenda lo más libre posible para disponer del tiempo necesario y sacar más fotos.

Por María Eugenia Ludueña

Consejos de experto

-¿Qué es importante para ser buen fotógrafo?

-Usar un equipo simple y confiable. Arreglarse con pocos elementos.

-¿Las lentes son fundamentales?

-No es necesario usar muchas lentes. Casi siempre me arreglo con una. Veo a mucha gente con una gran foto adelante, pero tan ocupada en hacer funcionar la maquinaria o en mirar el visor, que se pierde la foto.

-¿Alguna fórmula propia para compartir?

-Muchos están más preocupados por la tecnología que por mirar y cazar. Y en esto hay que ir sobre la presa, preconcebir un ángulo, atacar por ahí. Seguir la teoría del opuesto: girar alrededor con los sentidos geográficos y ver desde todos los ángulos.

-¿Qué relevancia tiene la luz natural?

-Hay que trabajar con la luz hasta el momento en que uno crea que ha podido agotar todo el juego, todo lo que una situación pueda dar. Y no dejar nunca de sacar fotos. La fotografía es aprender a mirar. Todo tiene un momento.

-¿Las nuevas tecnologías ayudan o quitan la magia?

-Creo que el universo de lo digital es una maravilla y ha logrado unos avances increíbles. Hay copias perfectas hechas de manera industrial, aunque las artesanales conservan el encanto del laboratorio.

La muestra

  • La exposición Aldo Sessa. Pasión por la imagen podrá verse desde el 1° de septiembre hasta el 1° de octubre en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Cuenta con el auspicio de HP (que imprimió el 95% de las fotos con Designjet Z3200), y de BMW, Omint, Norton, Getty Images. Apoyan la muestra La Nacion, Telefé y Fundación Leer.
  • También se inauguró recientemente la primera instalación fotográfica en el subte, en la estación Juramento de la línea D. La pieza, de Aldo Sessa, es Tango. Serie del baile.