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La vida expuesta, Suplemento Las Doce, Página/12

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Viernes, 10 de febrero de 2006

NOTA DE TAPA

La calle es su lugar

En Buenos Aires existe un planeta que parece orbitar en una
dimensión ajena. Aunque su territorio son las mismas veredas
bordadas de tilos y jacarandás por donde pululan ejecutivos,
turistas y cartoneros. Es el cosmos de las personas sin techo, un territorio donde no existen direcciones, agua potable ni baño. Y donde las mujeres son una minoría, la más vulnerable. Para ellas las alternativas dignas de supervivencia son mínimas y la oferta de programas, casi nula.

Por María Eugenia Ludueña

9 am, Hogar San José, México y Rincón

Victoria“¿Vos te creés que yo tenía en mente hace cinco años que me podía pasar esto?”, dispara Victoria detrás de una remera negra que anuncia “Intel: innovación en educación”. Tiene la nariz ancha, el pelo canoso recién lavado y la coquetería concentrada en las uñas, bien limadas y pintadas de rosa oscuro. Vicky toma mate cocido en un ambiente amplio y soleado de la Obra San José, como cada mañana. Acaba de bañarse y va y viene entre el patio y ese salón, como las otras mujeres que pellizcan pan recién salido del horno, sentadas a las mesas que los sacerdotes jesuitas disponen para quienes están en situación de calle. La coordenada en la calle Rincón al 600 es una de las pocas donde las mujeres pueden desayunar, ducharse, buscar ropa y alimento, encontrar un médico o un psicólogo, y participar de talleres de expresión y capacitación. Vicky habla rápido y no para de hacer cosas, como el fantasma de una mujer ocupada. Tiene que irse a mediodía, cuando la Obra San José cierra, y cruzar estas puertas otra vez hacia su hogar: las veredas del centro de la ciudad. Según el último censo del gobierno porteño en noviembre de 2005, las personas que como Vicky duermen bajo las estrellas son 1100. El 20 por ciento, mujeres.

Con un estentóreo vozarrón ella aclara que no siempre estuvo en la calle, ¿eh?; ella, explica, tuvo un problema con su vivienda. “No me drogo, no me prostituyo. Vengo acá a bañarme, y a los talleres de pintura y de música, para ocupar mi cerebro y no dar lugar a nada fuera de lugar”, dice con un tono a la defensiva.

Entre Vicky y la decena de mujeres que la rodean nace una charla. Ella lleva la voz cantante: “¿Qué podemos encontrar las mujeres cuando estamos en la calle y no tenemos amor? No somos culpables de lo que nos pasa. Quizás el único error, si se le puede decir así, es no haber manejado mejor el dinero. La gente mayor es la que nos trata de peor manera. Una no está así porque lo desea sino porque la sociedad lo quiere”. Todas asienten enérgicas.

–Una de las peores cosas de vivir en la calle es que no se puede dormir profundo.

–A las mujeres nos maltratan mucho.

–Nunca falta un borracho que se te acerca, el que te pide un pucho.

–El que se quiere propasar.

–O alguien que se quiere quedar con tus cosas.

Más tarde, Julio Fernández, director de la Obra San José, corrobora cada frase. Dice que las mujeres en situación de calle “son quienes más sufren el tema de la violencia física y sexual. Si bien demuestran mayor capacidad que los varones para atravesar los problemas, la mayoría de las que duermen a la intemperie son mujeres que han roto con todos los lazos. Pero no es que estén locas: para ellas no existe una alternativa intermedia de contención entre un comedor y el Hospital Moyano. De acá a un año y medio pareciera que son cada vez más”.

–A mí ya me robaron cinco veces –se queja Vicky.

No le gusta contar demasiado y en eso todas se le parecen. Apenas dirá que nació en Tucumán y vino a Buenos Aires a los 18. Tiene un vicio: la pintura. Y una carpeta negra con sus trabajos. Paisajes caribeños, islas paradisíacas, cielos tormentosos, láminas coloreadas con creatividad por manos ágiles en esos talleres de San José.

Durante la tarde se instala en una vereda, al costado de una farmacia. A la noche duerme en el umbral de una empresa del microcentro. Si llueve, se cobija en el hall del edificio. “Me costó lograrlo. Pero lo gané con buena conducta, buen trato. Los de seguridad te quieren sacar, pero yo conseguí el permiso de los dueños.”

11 am, Suipacha y Juncal

Marisa

Si la cruzaran por la calle no sospecharían que esta dama rechoncha, de cutis de porcelana, pelo corto, vincha de carey y flequillo recto sobre los ojos bien delineados en negro gasta madrugadas en la guardia de un hospital de Ramos Mejía. Tiene 54 años, una infancia de San Juan y Boedo, un pasado de administrativa y tanta vergüenza que pide le cambien el nombre. Por la vereda de la calle Suipacha al 1200, frente a la puerta de la iglesia del Socorro, empuña su carrito de metal, de esos que la gente usa cuando sale de viaje para cargar las valijas. Blusa naranja, saco negro, pollera al tono debajo de las rodillas. Lleva vendadas las piernas ulcerosas, lentas sobre las sandalias.

“Acá es el único lugar donde se consiguen talles grandes, como para mí que soy gordita”, ríe como una nena. Tiene dientes perfectos pero le falta uno de los delanteros. Hace 6 años que deambula por la ciudad, los trenes, los hospitales donde le curan las piernas. “Soy sola y me hipotecaron el departamento. Ya no pude pagar”, se excusa, tímida. Muestra una de las bolsas donde lleva la mercadería que vende en los bares cada tarde: gomitas para el pelo al crochet en rosa, celeste o blanco. Con lo que gana a veces se da el lujo de sentarse a tomar un café mientras lee. Es una apasionada de la lectura, confiesa, y muestra los libros que la tienen entusiasmada por estos días: El pobre de Nazaret y Máximas cristianas.

Marisa tiene que apurarse. Le queda el tiempo justo para llegar a la hora del guiso, luego se dará una vuelta a la tarde por la Iglesia Metodista de Corrientes y Maipú, donde sirven la merienda, para después subir al tren y, cuando llegue la noche, acomodar su equipaje y su cuerpo en la guardia del hospital.

4 pm, Plaza Vicente LópezSara Ayala

Duerme la siesta en un territorio de lujo y amanece en una vereda poderosa. En los alrededores de la Plaza Vicente López la propiedad está entre los valores más altos de la ciudad, pero Sara Ayala anda por ahí por otras razones: en ese sector hay un puñado de servicios parroquiales para las personas sin techo, como el comedor de las Esclavas del Sagrado Corazón. Según el censo del gobierno porteño, las personas en situación de calle se concentran en las zonas donde se ofrecen los pocos servicios para ellos: Barrio Norte, Retiro, Recoleta, San Cristóbal, Balvanera y el microcentro, barrios que conocen como si fueran las habitaciones de una casa.

“Antes los que vivían en la calle eran pobres estructurales con necesidades básicas insatisfechas. Las cifras se mantienen estables, pero no son las mismas historias las que llevan a vivir a la intemperie. Se ve más gente que quedó en la calle por no poder pagar un alquiler, sufrir un desalojo o quedarse sin trabajo. Son los nuevos pobres. Y en el caso de las mujeres, por cuestiones de violencia”, señala Ana Maiorkevich, al frente de la Dirección General Sistema de Atención Inmediata de la ciudad de Buenos Aires. Esta área atiende a personas en situación de calle a través de los programas Buenos Aires Presente (BAP), Paradores Nocturnos y Asistencia a los Sin Techo. El BAP funciona las 24 horas todos los días del año, dispone de móviles y equipos que relevan a personas afectadas y articulan recursos sociales, reparten comida y abrigo. Los paradores ofrecen lugar eventual donde dormir pero son sólo para varones. La Asistencia a los Sin Techo busca “trabajar a mediano plazo la recuperación de los que llegan de la calle para que puedan incluirse e integrarse. Las mujeres tienen más voluntad que los varones para salir adelante y trabajar el proceso de exclusión o autoexclusión que significa estar en situación de calle”, señala Maiorkevich. El gobierno porteño cuenta con cuatro hogares donde se inicia un proceso de admisión y recuperación. Sólo uno de ellos, el 26 de Julio, está abierto al público femenino.

Sara Ayala pertenece a las filas de los nuevos pobres y dice que nunca se le ocurrió pedir ayuda social. Se acurruca en un banco de madera verde. Encoge los pies para que en uno de los extremos entren las dos bolsas de plástico donde lleva su casa. Aunque no hace frío, cubre su melena canosa y la piel curtida con una frazada gastada. En otro rincón se agrupa una docena de varones, que armó su comedor diario en el área de las mesas de cemento. Pero Sara no pertenece a la tribu de los que construyen asentamientos. Ella es una deambulante solitaria, como lo son las mujeres que atraviesan una situación similar a la suya.

Al despertar se frota los ojos con las manos, como si todavía no pudiera creer que hace más de un año que transforma cualquier superficie dura en una cama. Se sienta en el banco y se nota que es delgada, el pelo lacio y blanco le cae hasta la cintura.

Nació en Misiones hace 44 años y hace 22 que vino a Buenos Aires a trabajar de empleada doméstica. “Antes –dice y subraya el antes como quien habla de un país de fantasía– te traían las patronas.” Durante años trabajó para una familia italiana en San Isidro. Cuando ellos volvieron a su país, Sara regresó a Misiones y se instaló con su mamá. Hasta que ella falleció.

De nuevo en Buenos Aires visitó gente. Sus conocidas se habían vuelto a sus provincias. Consiguió algún trabajo por horas. En tiempos mejores, con lo que sacaba pagaba una pensión. “Ya ni la señoras tienen plata para pagar. Mucha carencia”, explica con esos ojos marrones y chiquitos que piden disculpas. No, ella ya no trabaja por horas y tampoco quiere pedir plata. Junta cartón y botellas y un día de suerte reúne 10 pesos. Dice que le alcanzan. “Además, el tocar mucha basura te saca el hambre”, suelta.

A veces le sacan las cosas: la ropa, el mate, el calentador con el que se hace una sopa debajo del puente de la autopista en los días de lluvia. “Al principio lloraba mucho. Salía a buscar trabajo y me desalentaba. Si no tenés formación, aunque sea la primaria, no hay nada”, desliza.

“Lo más difícil es la higiene”, confiesa. Una joven que pasa por la plaza se acerca a ofrecerle un billete de dos pesos. Ella lo rechaza: “No, guárdelo, lo puede necesitar”, dice. “La gente es solidaria, siempre aparece alguien que te ayuda. Te ofrece ropa. Tengo que dar algunas cosas porque no puedo andar con tanto equipaje. Algunos si te ven mal llaman a una ambulancia. Otros dicen que tienen una casaquinta para que vayas a dormir. No los conozco, prefiero quedarme acá.”

A Sara también le regalan comida. No es fácil comer cualquier cosa: “la mente de uno no sabe quién lo preparó”. Al anochecer arrastra esos pies hinchados hasta “el mejor lugar que encontré para dormir: una vereda frente a la Plaza del Congreso, en la entrada de la Biblioteca del Senado, cerca de la bandera”.

7 pm, Corrientes y Florida

María del Carmen Monti

El peinado le hace juego con la voz: esos pelos grises, duros, compactos, emergen del cuero cabelludo con ganas y dibujan una melena eléctrica. Con ese tono estridente María del Carmen grita Hecho en Buenos Aires (HBA), la revista mensual de interés general que venden más de 200 personas que se quedaron sin empleo o están en situación de calle. Carmen sostiene un ejemplar en cada mano y los agita con ímpetu. Hace dos años, cuando un auto la atropelló en La Tablada y le dejó de recuerdo un codo reconstruido con alambres quirúrgicos, movía mejor los dedos. Lo de la pierna derecha es más reciente y lo disimula peor: está gruesa y envuelta en vendas que le cambian y desinfectan en una sala sanitaria de San Telmo.

“A mis problemas los tiro a un lado cuando salgo a laburar. Vendo HBA con optimismo y alegría. La gente que me compra o no me compra la revista no tiene la culpa de que yo viva en la calle”, cuenta. Hace un año que vende la revista a 1,50 y de su pecho cuelga una credencial: es la vendedora número 1704. De ese dinero, $1 queda para ella.

Carmen ya sabía bastante de ventas: durante años se trepó como busca a cada colectivo, la boca presta para gritar la mercadería del momento. En esos tiempos vivía en la provincia de Buenos Aires, en Lomas del Mirador. Antes, mucho antes, Carmen vivía en Chajarí (Entre Ríos). Ahí cursó la escuela Normal y se recibió de maestra. Su mamá había llegado a ser directora y su padre fabricaba herramientas para el campo. El aula no le gustaba. “La escuela tenía demasiadas exigencias: que los pibes, que los padres, que los docentes, que los directivos. Al final prefería preparar a los alumnos en mi casa.”

Cuando los padres fallecieron se vino a la ciudad. Tenía 35 años y un plan A: “conseguir empleo en una oficina”. Por más que hizo el mejor curso de la Pitman, no logró pasar la prueba de velocidad en dactilografía. “Alguien me explicó que necesitaba un talento que yo no tenía. Me pregunté ¿para qué luchar contra los molinos de viento? Y conseguí trabajo como corredora de alimentos de un mayorista.” Después llegó la época de las changas en los colectivos y así se pasó una década. Tras el accidente, en el 2002, ya no pudo subir y bajar con el bolso lleno. “Ni siquiera podía comer con dos cubiertos, el brazo derecho quedó muy malo, sí puedo sostener las revistas”, muestra mientras las hace flamear como banderas.

Con la indemnización por el accidente, alquiló una pieza por el barrio de Monserrat. Cuando la plata se terminó, se tuvo que ir. Dejó una deuda de 49 pesos y algunas pertenencias como garantía, entre ellas su plancha eléctrica, que sigue ahí. Las primeras noches durmió en la Plaza Miserere, pegada al altar de la Virgen. Le pidió a un barrendero si le prestaba la escoba para limpiar el suelo. El tipo se sorprendió.

“En la calle hay dos vidas: la decente y la otra. Al principio anduve por el Once. No me gustó el ambiente. Viene cualquier tipo y pretende acostarse al lado tuyo. El que quiere tener una vida digna, aunque no tenga techo, no puede vivir ahí”, dice con la voz firme y didáctica, resabios de maestra. Está convencida de que una vida sin techo es como todo: tiene pros y contras. Cita ventajas: “No tenés que pensar cómo capear la situación”. Las desventajas parecen más: “Si alguien te regala una frazada, después no tenés adónde guardarla hasta el próximo invierno. No se puede andar con demasiadas cosas. Llevo una bolsita con remedios y debería donar algunos porque ya no los uso. Hoy un tipo me regaló una vela que pesaba como un kilo, ¿qué hago con una vela? La tuve que regalar”.

Con la ropa es lo mismo. Recibe, usa, lava, a veces la entrega a otro porque no la puede llevar. Es que su único brazo sano carga una sola bolsa. Tiene unos jeans gastados que le dieron en HBA. La polera de hilo color mostaza es de Cáritas. Dice que va por la calle así, como corre el viento. “Es cuestión de saber para dónde sopla y encontrar un lugar reparado.” No duerme seguido en el mismo lugar, pero siempre es en una vereda céntrica. Advierte: en la calle es preferible vivir un poco aislado. No se le puede dirigir la palabra a todo el mundo. Ella hubiera imaginado que la gente que vive puertas afuera, dice, era más solidaria. Se queja. A veces hay quien maneja la información acerca de dónde comer o dormir con exceso de discreción. “Por suerte, como fui corredora, algunas cosas de la calle sabía. Lo que no, lo aprendí con el tiempo, como a comprar el café o el té en los carritos, a 50 centavos.”

La revista que vende, Hecho en Buenos Aires, es más que una mercancía para ganarse el pan. En este emprendimiento funciona Puerto XXI, un centro social y cultural donde Carmen, otras personas en situación de calle y vendedores de HBA, pueden darse una ducha o participar de un espacio de encuentro, charlas informativas, talleres artísticos y recreativos. La directora del proyecto y la revista, Patricia Merkin, asegura que el trabajo con gente en situación de calle tiene un enfoque diferente al oficial. “En HBA no trabajamos para las personas sino con ellas. Escuchamos la problemática. Ahí es cuando descubrimos las capacidades”, señala Merkin. Y habla del concepto de resiliencia, que toma el conflicto como la base del desarrollo y la oportunidad de desplegar el potencial humano de cada persona ante las situaciones más adversas.

Merkin afirma que tanto en HBA como entre las publicaciones de la gente de la calle a nivel mundial, las mujeres representan más del 30 % de los vendedores. “Ellas suelen tener mayor continuidad y polenta frente a problemas económicos o sociales. Las que trabajan con HBA venden muy bien, se atienen a las reglas y participan mucho de los talleres. Son más sociabilizables y recuperables que los varones. Pero creo que no es una cuestión de género: es un problema de exclusión y de sistema, que a las mujeres nos afecta de una forma determinada porque somos distintas”, explica Merkin.

En una de esas reuniones de HBA, Carmen dice que aprendió una frase clave: “No es lo mismo llenar el estómago que alimentarse. Nadie puede vivir comiendo guisos. Si bien aún con la venta de revistas no me alcanza para mantenerme, con ese dinero me puedo comprar un huevo duro, una hamburguesa, frutas”.

Los ojos profundos como el carbón se abren con el sol, sin horario: a las 6 de la mañana o a las 2 de la tarde. Cuando se cierran, bajo la luna, entre cartones que tratan de protegerla, piensa que el suyo quizá sea un precio por haber trabajado en negro. “Pero no estoy dispuesta a salir de la situación de calle a cualquier precio. Si así fuera, me hubiera ido con esos señores que dicen ‘vamos a pasar la noche que te pago el hotel’. ¿Buscar refugio en un hogar? Ni loca, no puedo estar en un sitio donde hay que entrar antes de la siete de la tarde. Yo termino de trabajar, me voy a la plaza, doy una vuelta.” Antes soñaba con alquilar un departamento. Ya no: “Por la inseguridad, veo las cosas que salen en el diario, está lleno de señoras mayores que viven solas y ¿qué les hacen? Les roban y las matan. Ahora sueño con alquilar una habitación en una pensión. Una nunca sabe lo que puede pasar”.

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Iguales y diferentes, Suplemento Las Doce, Página/12

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Viernes, 3 de agosto de 2007

NOTA DE TAPA

Iguales y diferentes

Hace ya un cuarto de siglo que se acuñó la palabra sida y más de 20 años desde que se conocieron los primeros casos de vih en recién nacidos, niños y niñas. Médicos, organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales reconocen que las reper-cusiones del virus sobre la infancia no se han tenido lo suficientemente en cuenta. Los tratamientos que reciben son iguales a los destinados a adultos y eso dificulta la adherencia. En las escuelas este diagnóstico suele ocultarse para proteger de un mal peor que el virus: la discriminación. Niños y niñas, sin embargo, prefieren la verdad para así ser vistos y también tenidos en cuenta en sus particulares necesidades.

Por María Eugenia Ludueña

Debería tratarse de un error: los pañales descartables apilados junto al frasco de la Zidovudina (AZT) y el sonajero. Ese frasco no debería estar ahí. Ese nene de un año y cuatro meses no debería estar ahí; la boca de frambuesa que tienen los bebés, quieta en la cama número once de la sala de internación; la nariz de avellana que tienen los bebés conectada a una sonda. Este pabellón pediátrico de vih/sida del Hospital Muñiz, con sus patos y muñecos de goma-eva en las paredes, su cartel de “juguemos en silencio mientras el doctor cura a nuestros amiguitos”, debería ser un error. Tal como están las cosas es un acierto.

Los papás del bebé de la cama once le acomodan las almohadas. Tienen la espalda encorvada de preocupación. Son nuevos. Los padres de otros chicos se mueven en la sala con gestos precisos, tranquilos. Sus hijos vienen cada tres meses a una internación de medio día, programada por un seguimiento multidisciplinario. Este tratamiento pediátrico contra el vih –que ofrece apoyo médico, psicológico, nutricional, psicopedagógico, social y jurídico– es uno de los orgullos del equipo que lidera en el Muñiz el Dr. Roberto Hirsch, pediatra infectólogo y profesor de la UBA.

El doctor Hirsch vive para su record: desde el 19 de diciembre del 2000, cuando arrancó este tratamiento integral en la sala para niños, la 29 del Hospital Muñiz registra mortalidad cero. El bebé de la cama once no estaba en ese tratamiento, estaba en una casa humilde en un barrio humilde del conurbano. El bebé se enfermó y hasta que sus padres supieron que tenía vih –después de idas y vueltas, de hospital en hospital– pasó tiempo. Y acá está, muy grave, peleando para no convertirse en un número.

Lo triste de las cifras es que, hasta que se le ve la cara al bebé, nunca parecen ser lo suficientemente tristes. A fines de 2006 había 2.300.000 chicos viviendo con vih/sida en el mundo, 48.000 de ellos en América Latina y el Caribe, según estima la Organización Mundial de la Salud. Una sexta parte de las muertes relacionadas con el sida en el mundo son de niñas y niños que no llegaron a cumplir los 15, pero pocas veces se los menciona en las encuestas. Todos los años 300.000 niñas y niños menores de cinco años mueren por enfermedades relacionadas con el sida, señala Unicef, y alerta sobre la epidemia de vih en los niños como “El rostro oculto del sida”. Hasta hace poco ni siquiera se contaban las niñas y niños afectados por las consecuencias de la enfermedad, por ejemplo, quedarse sin padres por el virus. O quedarse con el virus.

La mayoría de los chicos con vih se infectaron de sus madres, durante el embarazo, el parto o la lactancia. La buena noticia es que existen tratamientos que reducen al 2% el riesgo de esa transmisión vertical, y la pésima –demencial– es que 1500 chicos por día se siguen infectando de vih en el mundo porque sus madres no acceden al diagnóstico o al tratamiento. Solo en el 2006 se infectaron con vih 540.000 chicos menores de 15 años.

Ilustraciones de los testimonios del libro Ynisiquierallore, editado por ICW y UNICEF.

Las chicas no lloran

Es una mañana de invierno, cielo gris y llovizna persistente, perfecta para dormir. Pero estas dos chicas se levantaron temprano y son las visitantes más jóvenes del IV Foro Latinoamericano y del Caribe en vih/sida e ITS (Infecciones de Transmisión Sexual) que se realizó en Buenos Aires en abril de este año. Keren (11 años, hondureña) y Victoria (13 años, uruguaya) pasean sus zapatillas último modelo y sus melenas alegres entre los científicos y militantes. Atraviesan los stands desbordantes de folletos, preservativos y slogans. Sonrientes, se acomodan en un salón en la mesa de panelistas, al lado de los vasos de agua y del señor Nils Kastberg, director de Unicef para América Latina y el Caribe, y de Patricia Pérez, secretaria regional de la Comunidad Internacional de Mujeres viviendo con vih/sida (ICW, según la sigla en inglés).

Lo dijo Patricia Pérez en el 1er. Congreso de Mujeres, Niñas y Adolescentes de Latinoamérica y el Caribe organizado por ICW en Panamá de octubre del 2006: “No queremos nada para nosotras sin nosotras”. En esa oportunidad el señor Kastberg reconoció que hasta Unicef se había demorado en atender a las demandas de las niñas y niños afectados por el sida. Sus palabras fueron cruciales para que entre ICW y Unicef naciera un libro que les pone voces a los números, sentimientos a los rostros anónimos. Se llama Ynisiquieralloré (Dunken), y Keren y Victoria están en este salón y en esta ciudad para presentarlo.

Las páginas reflejan sus testimonios –recogidos por la periodista María Mansilla– y los de otras chicas de América Latina y el Caribe que conviven con la infección. Candela, Lizzie, Angelical, Fernanda, Estrella, Agustina, Nicolle, Rosario, Cecilia, Morena y Ouka son los nombres que ellas eligieron para hablar de cómo es vivir con el virus.

El nombre del libro, comenta Patricia Pérez, alude a algo en lo que coincidieron las entrevistadas: ninguna lloró al enterarse de su diagnóstico. A excepción de una que sí lo hizo, cuando una amiga le contó que también había recibido un resultado positivo.

Que no me toque

En el Hospital Muñiz el primer diagnóstico de vih en un niño desconcertó a los médicos en 1987. “Era un chico hemofílico, derivado por la Academia de Medicina, infectado por una transfusión de sangre”, hace memoria el Dr. Hirsch. Recién en 1990 empezó a ver a las primeras mujeres; pero después del nacimiento de uno de los primeros bebés con vih tuvieron que intervenir funcionarios para que la madre y el niño fueran asistidos. Casi nadie quería tocar al bebé.

En el Hospital Garrahan, el primer caso de vih pediátrico se conoció en 1988. “Era un adolescente y fue un caso comentado porque concurría a una escuela de la Boca. Los padres de los alumnos pidieron a las autoridades que prohibieran el ingreso del chico. Hubo un trabajo importante del equipo de Promoción de la Salud y Prevención del sida del gobierno de la ciudad para aclarar que no existía riesgo de transmisión por jugar, compartir el aula, el asiento, los baños, vasos o cubiertos”, recuerda la Dra. Rosa Bologna. El nombre de esta médica, a cargo del Departamento de Vih-Sida del Hospital Garrahan e investigadora de Helios Salud, saltó hace dos años a las publicaciones del mundo. Con dos científicas argentinas, participó en una investigación de la Universidad de Texas que identificó un gen crucial en la vulnerabilidad de la infección y el desarrollo del sida.

Según datos del Ministerio de Salud, se estima que más de 6000 menores de 19 años viven hoy con el virus en la Argentina y han sido diagnosticados. Sumando a los que aún desconocen su infección, serían más de 10.000. El Dr. Daniel Fontana, director del Programa Nacional de Lucha contra los Retrovirus del Humano, Sida y ETS calcula que “entre 2800 y 3000 niños menores de 14 años están en tratamiento y reciben una terapia antirretroviral. De 500 a 700 fueron diagnosticados y están bajo monitoreo. Serían de 3500 a 4000 los niños infectados en nuestro país”.

Los chicos crecen

El Dr. Hirsch dice que “al principio parecía que lo único que podíamos hacer era acompañar a los chicos a morirse en su casa”. Después empezó la época en que “algo” se podía hacer. Aparecieron los protocolos para el tratamiento. Y en el 2000, cambió una perspectiva de trabajo con los pacientes en su sala: “Empezamos a trabajar desde el enfoque multidisciplinario y la Convención de los Derechos del Niño. En la Argentina el vih/sida pediátrico representa el 7,7 % de la población afectada, con fuerte tendencia a la feminización y pauperización. Este contexto genera dificultades en el seguimiento clínico y el tratamiento. Para fortalecer la adherencia hay que trabajar con los chicos y sus familias en el desarrollo de la confianza”.

En el Muñiz los chicos con vih se internan de manera programada, cada tres meses, durante medio día. El equipo del Muñiz ofrece sostén emocional y un espacio de contención psicológica abierto a padres e hijos, desde una perspectiva que rompe con lo tradicional del “paciente desvalido” frente al “profesional todopoderoso”. Y trata de ayudarlos a tejer su propia historia, su testimonio de la vida, la enfermedad y la muerte.

En el plan de internación abreviada hay 260 chicos en seguimiento y más del doble ya pasaron por el programa.

En uno de los bancos de la única plaza que se instaló al lado del pabellón pediátrico, un paciente avezado, de 18 años, fuma un cigarrillo y mira los sube y baja vacíos. Es un morocho argentino, ojos negros y labios bien dibujados, en un cuerpo esbelto debajo del rutilante equipo de gimnasia. Cuenta que tiene una banda de cumbia. Se llama Adrián y vive con sus abuelos en Barrio Norte. “De chiquito estaba enfermo. Cuando supe que tenía vih no sufrí un shock. Fue un paso en la vida, nada más. La única diferencia que tengo con otros pibes es tomar la medicación o internarme para controles. No siento que me discriminen, pero la gente me tiene un poco de lástima.” Hoy Adrián no vino por él sino para acompañar a su hermano Gastón, que estuvo internado por una complicación respiratoria y prepara el bolso para irse a casa de sus tíos, con quienes vive.

Adrián y Gastón perdieron a sus padres hace muchos años, cuando los tratamientos que cambiaron el curso del vih no existían. Como ellos, más de 15 millones de niños y niñas están huérfanos por el sida en el mundo.

Gastón tiene unos años menos que su hermano, buzo negro, jeans, reloj deportivo, es más menudo. Dice que sí se siente diferente a otros chicos: “Tengo que tomar cinco pastillas todos los días. A la mañana y a la noche me inyecto T20, una medicación que me deja huevitos debajo de la piel. Tengo que pensar lo que estoy haciendo, porque pasé un montón de cosas feas. Estuve internado, cableado, con suero. Como el bebé que está en la cama once: yo lo veo y pienso que ahí estoy yo. De chiquito estuve varios meses en el Muñiz. Acá conocí a mi mejor amigo. Tratamos de consolar a la mamá del bebé, le decimos que va a estar bien”, comenta.

Lo que dice Gastón hubiera sido impensable hace 20 años. “Antes no hablábamos de futuro, ni nosotros ni los padres de nuestros pacientes. Ahora tenemos medicamentos de alta eficacia”, apunta Bologna.

El factor vertical

Patricia Trinidad, pediatra infectóloga de la Fundación Centro de Estudios Infectológicos (Funcei) y Helios Salud tiene a su cargo el tratamiento de las mujeres embarazadas con vih. Dice que se ha avanzado tanto que chicos y adultos “conviven con el vih como una enfermedad crónica. Hoy se puede hacer mucho. Por eso es crucial que la mamá sepa que es importante saber el diagnóstico, antes o durante el embarazo, para tratar a su bebé”.

El vih afecta el cuerpo de los chicos de manera diferente que a los adultos. “En los primeros años, el sistema inmunológico y el sistema nervioso central están en desarrollo. Si el niño no recibe tratamiento aparecen infecciones graves y retardo madurativo. Esto se revierte con las medicaciones. En los adultos es raro que aparezcan los problemas neurológicos en los primeros años de la infección y las complicaciones aparecen después de muchos años de evolución”, explica la Dra. Bologna.

Según la OMS, Onusida y el Programa Nacional de Lucha contra el Sida, el total de casos de vih/sida en menores de 13 años era de 2961 en el año 2005. La transmisión vertical representaba entonces el 94,8% de los casos de sida notificados y el 92% de los casos de vih en menores de 13 años. Los casos de vih/sida por tranmisión vertical tuvieron un pico entre los años 1991-1996.

Hoy la ley obliga a los médicos a ofrecer a las embarazadas un test diagnóstico del vih como parte de los análisis de sangre de rutina de los cuidados prenatales. “En nuestro país existen recomendaciones para la prevención de la transmisión vertical desde 1997. El método se perfeccionó. Vemos la cuarta parte de los niños que veíamos con nuevo diagnóstico de infección vih. Esperamos llegar a cero. Pero el sistema aún no es perfecto y hay dificultades con el ofrecimiento del estudio de vih en el embarazo. Si la mamá está infectada y hace tratamiento, el riesgo de infección es menor del 5%, si no lo hace es del 25-30% (o sea, podría nacer 1 chico infectado por cada 4)”, explica la Dra. Rosa Bologna.

“En el Hospital Fernandez, desde el año 1999 hasta la fecha no registramos infecciones por transmisión materna: todos los niños nacidos de madres vih + fueron negativos”, dice el Dr. Jorge Lattner, pediatra infectólogo del Fernández y del Centro Médico Huésped, y miembro del Subcomité de Sida de la Sociedad Argentina de Pediatría. Si bien en todos los hospitales de la ciudad de Buenos Aires hubo avances importantes en bajar la transmisión vertical aproximándola a 0%, “no se ha llegado a un control de las embarazadas en todos los lugares del país, que permita disminuir la tasa de transmisión materno-infantil, la forma más frecuente de contagio infantil, y es prevenible”, enfatiza Lattner.

dibujos de pacientes de la Sala 29 del Hospital Muñiz, recopilados por el médico Roberto Hirsch

La verdad

–Supe mi diagnóstico cuando tenía 9 años, hace poquito. Ya tengo tres años de tomar la medicina. Tomo pastillas. La de las 7 es bien pequeñita, la de las 8 es grande, las tomo con agua. Me lo dijo una doctora. Yo no me asusté. Y ni siquiera lloré, cuenta Candela, una salvadoreña, la más chica entre los testimonios del libro de ICW.

“El momento de contar el diagnóstico a los chicos es uno de los momentos más estresantes para los padres o cuidadores. No todo el mundo comprende que vih no significa sida y la gente está más acostumbrada a esta palabra”, dice la doctora Alejandra Bordato, especialista en psiquiatría y psicología infanto-juvenil, miembro del equipo de Helios Salud y del Servicio de Salud Mental del Hospital Garrahan.

En las familias, afirma la doctora, muchas veces se vive un clima de secretos ligado al vih, difícil de sostener. “Suele ser un tema del que no se habla porque es muy doloroso. Puede ocurrir que el diagnóstico lo sepan la mamá y el hermano mayor, mientras que el más chico tiene el virus y el del medio lo ignora”, ejemplifica.

“Al dar a conocer el diagnóstico a los chicos, la mayoría de las veces la familia se tranquiliza, se relaja, puede empezar a hablar del tema. Los hijos lo toman diferente que los padres. Nacieron y crecieron con la medicación. Notan que si la toman andan bien. Saben, aunque no sepan exactamente qué, que algo sucede con sus defensas. Al conocer que tiene vih la mayoría no se ha deprimido ni agravado. Pero algunos padres sienten culpa, o miedo de que se enojen con ellos. El vih trae el pasado al presente”, explica Bordato. Está convencida de que conocer el diagnóstico es un hecho trascendente que le da sentido a lo que vienen viviendo y les permite completar su historia personal y familiar. Y dice que lo deseable es que conozcan su diagnóstico antes de que sean adolescentes o inicien su vida sexual. Pero muchos llegan a los 12 años sin saberlo.

¿Silencio en la escuela?

Hay mamás que guardan las medicaciones en el rincón más oscuro de la alacena, otras que arrancan las etiquetas de cada frasquito que diga “vih” para que ni las tías ni las vecinas se enteren. Hay un tío que hacía dormir a su sobrino con dos pijamas y en otra habitación que sus primos. Hay un chico que no sabía su diagnóstico y se enteró por rumores. Hay alumnos que tuvieron que cambiar de escuela cada vez que el rumor inundaba las aulas. Hay un profesor que reunió a los compañeros de un chico con vih y les dijo que no tenían que jugar con él juegos donde pudieran lastimarse, así filtró el diagnóstico a toda la comunidad. Hay una maestra que se puso guantes para dar clases. Hay postales de tanta ignorancia que hacen que decidir a quién contárselo no sea una cuestión menor.

Rosario, una mexicana de 13 años, contó en Ynisiquieralloré:

“Yo dejé de ir tres años a la escuela. La primera vez, mi mamá me inscribió sin decir nada, pero cuando empecé con molestias los maestros se dieron cuenta. Los padres (…) habían sacado a sus hijos de la escuela, a más de 40 niños me dijo mi mamá (…). Decían para qué quería yo estudiar, si de todas formas me iba a morir. Otros dijeron que estaban dispuestos a pagar un maestro particular, pero no me querían en la escuela. Entonces el director me expulsó (…).”

¿Hay que informar el diagnóstico en la escuela? Patricia Pérez, candidata a Premio Nobel de la Paz por su militancia por el vih/sida, dice que “si nos guiamos por las chicas que participan de ICW, dar a conocer la verdad casi siempre reafirma, fortalece. Tal como se ve en el libro, ellas se lo toman como algo natural, no como algo traumático ni que haya que ocultar”.

“Un chico no representa ningún riesgo en un colegio. Si se estima que el 60% de la población está infectada y no lo sabe, ¿por qué obligar?”, se pregunta la Dra. Trinidad.

“Todavía hay gente que nos pregunta por qué se debe mantener la confidencialidad del diagnóstico en la escuela. La situación es comparable a la de los adultos, nadie va y comenta en su trabajo si está infectado por el virus hiv, hepatitis B o C. No existe riesgo de transmisión por compartir los lugares de trabajo o estudio o en la convivencia familiar”, remata la Dra. Bologna.

La Fundación Huésped, a través del Proyecto Escuelas, ofrece charlas informativas en las aulas. Y lleva repartidos los cd educativos Preventoons en 3000 escuelas de la ciudad y el Gran Buenos Aires. La iniciativa fue declarada de interés educativo con el Ministerio de Educación de la Nación. Huésped también organizó el Primer Modelo de Naciones Unidas en Argentina sobre vih/sida para chicos de escuelas secundarias de la ciudad.

Desde el Programa Nacional contra el Sida, el Dr. Fontana cuenta que se está conformando una comisión intergubernamental para trabajar en conjunto con las áreas de Justicia, Educación y Salud. Y que se está haciendo una consulta con los programas provinciales de lucha contra el sida y las redes de escuela. “El hecho de cambiar las actitudes con respecto a la educación sexual es muy importante”, advierte Fontana. Y da cuenta de que en nuestro país los datos epidemiológicos replican al resto del mundo. La epidemia se extiende cada vez más entre las mujeres, y se concentra en edades sexualmente activas. Esto impacta sobre nuevas infecciones en niños. “La epidemia se ha pauperizado, se ha feminizado, se ha empobrecido y se ha hecho más joven”, explica Fontana.

Mientras los pacientes del pabellón pediátrico almuerzan, Hirsch afirma:

–El VIH sigue siendo una enfermedad de estigmatización, que afecta en su mayoría a gente de clase baja.

–¿Se siguen muriendo chicos de vih en este pabellón?

–Sí, pero no de los que están en tratamiento. Hace quince días fallecieron dos. Las madres siguen teniendo chicos con vih y no se les brindan las herramientas para encarar esto desde una perspectiva de género. Es muy difícil establecer un diagnóstico de vih en la pobreza.

Es difícil tomar la medicación cuando no se accede a agua potable. Es difícil que el tratamiento sea efectivo cuando no se tiene la panza llena. Es imposible instalar el tubo de oxígeno (que necesita uno de estos chicos) porque las paredes de la casa son de chapa y no tienen el grosor adecuado.

“Se gastan fortunas en darles los medicamentos para tratar el vih, se hace un esfuerzo enorme pero no estamos atendiendo a todos los frentes, no existen aún políticas integrales que respondan a toda la dimensión del problema de fondo”, dice el Dr. Hirsch.

Aun así, la pobreza no parece ser lo más difícil de transformar: “Hubo avances científicos muy importantes pero todavía hay discriminación y falta de información. No ha cambiado el estigma que significa vivir con la infección, aún hoy los padres de nuestros pacientes viven la infección en soledad. Necesitamos que haya una apertura en la comunidad”, cuenta la Dra. Bologna.

En la soledad de la plaza del pabellón del Muñiz, los papás del bebé de la cama once lloran.

Madres lesbianas, Suplemento Soy, Página/12

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Viernes, 13 de noviembre de 2009

El futuro ya llegó

La brutal indiferencia con que se clausuró la discusión en ámbitos parlamentarios sobre la modificación del Código Civil para habilitar el matrimonio a parejas de cualquier sexo deja sin protección a niños y niñas que nacen y crecen en familias con dos mamás o dos papás. Una realidad cotidiana que pelea por su reconocimiento, pero que no espera. Estas familias que ignoró el Congreso no son futuro sino un presente real y concreto.

Por Maru Ludueña

Van en el auto. Los dedos de Paula tiemblan contra el frasquito de plástico. Ahí viaja el semen de un amigo que acaba de donar sus gametas. El tipo tiene tres hijas, no espera de ese acto más que ayudar a sus amigas, Paula y Ana, desde la genética. Nada que se parezca a ejercer la paternidad. “Hay que mantener la temperatura adecuada”, advierte Ana al volante. Sabe de qué habla, es bioquímica. Suben las escaleras del PH en el barrio de Flores, directo al dormitorio. Paula agarra la jeringa y cuando va a depositarla ahí donde se debe para desatar un maratón al óvulo de Ana, el contenido sale disparado. Hace falta otro día, otra vez, el frasquito en el auto. Cuando llegan a casa, Ana dice: “Amor, vos pedí las empanadas, yo me ocupo. Hace años que manejo jeringas en el laburo”. Ocho años después, Paula y Ana cuentan a otras mujeres: así concibieron a su hijo P.

Es un sábado al mediodía. El PH con quincho y terraza, hogar de Paula, Ana y P, recibe a madres lesbianas y retoños deseados entre dos mujeres. Las anfitrionas dicen que el último Día de la Madre, P se quejó. Ese domingo bostezó, frunció su nariz de principito, dijo: “¡Uf!, me hicieron trabajar el doble”, y entregó dos tarjetas hechas en la escuela con dibujos de “Feliz Día”. Mamá Paula y Mamá Ana. Así las llama y las dibuja P, una de cada mano. De un lado Paula –flaca, alta, rulos– del otro Ana –flaca, alta, pelo lacio–.

Suena el timbre y el autor de esos dibujos –un niño de cabellos castaños y ojos ámbar, gorro con visera, remera de superhéroe– empuña una espada de plástico y corre a la puerta. Llega su amigo Tato, ojos dulces. Detrás de Tato, su familia. Mamá Roma con Tinchi –el hermanito menor– en brazos y Triana. Además de la edad, P y Tato comparten su amor por egipcios y piratas, entre asados. Los chicos se conocieron hace dos años, cuando empezaron estos encuentros. Tato iba al jardín. Una tarde de esa época, miró expectante a Roma y a Triana. Avisó:

–No voy a decir en el jardín que tengo dos mamás porque se van a burlar.

–¿Quién se va a burlar? Decí lo que quieras, hijo –espetaron ellas.

–No sé. Hay chicos que tienen sólo una mamá. Otros sólo papá.

–Tato, hay otras familias como las nuestras.

–¿De verdad, mami? ¿Las conocen?

–Sí, mi amor, hay una familia con mellis de un año, otra de una nena de un añito, otra de una nena de cinco. Bebés que nacieron hace poco.

–¿Todos hijos sólo con mamás?

–Sí, con dos mamás.

–¿El día que fuimos a una casa con terraza los chicos eran todos de dos mamás?

–Sí.

–¡Vamos! Quiero jugar con ellos.

Tato se hizo amigo de P. Tato y su familia son celebrities en la web. Roma –36 años, hace 10 con Triana– cuenta sus avatares en Mamis por dos, uno de los tantos blogs que crecen como sitios de encuentro y visibilización. Su historia se convirtió en el libro del mismo nombre (Dunken), escrito por una amiga y psicóloga –Romina Reinaudo– que tomó nota de sus testimonios.

“Nos reunimos una o dos veces por mes con otras madres lesbianas con hijos. Es importante que se conozcan, jueguen, vean que hay otras familias como la nuestra”, dice Roma. “Que sepan que no están solos en el mundo con esa particularidad”, agrega Ana, la mamá de P. Esa particularidad acumula anécdotas.

Salita de cinco. Un día, P informa a un amigo: “Hoy me busca mi mamá”. En la puerta del jardín aparece mamá Paula, ella no lo va a buscar casi nunca porque es docente. A la salida, el amigo ve a Paula recibiendo a P. “¿No me dijiste que venía tu mamá?” “Claro, lo que no te dije es cuál de mis dos mamás venía”, se ríe P.

Dos años después: van en el auto P y mamá Ana, un compañerito de grado y su padre. El compañero sugiere: “Te cambio a mi papá por una de tus mamás”. P no contesta. En su casa, serio, advierte: “Lo del cambio no va a poder ser. No podría elegir con cuál de las dos quedarme”.

¿Cuántos son los hijos e hijas que crecen en familias con madres y/o padres del mismo sexo? Nadie los ha contado, es un dato. “Creemos que en la provincia de Buenos Aires son entre 5 mil y 7 mil chicas y chicos”, dice Karina Duranti, abogada. Karina integra Familias Homoparentales Argentinas (FHoA). “Los hijos más grandes tienen entre 12 y 14 años. Los primeros fueron concebidos en los ’90, al difundirse los bancos de semen. En cambio, en la mayoría de las familias compuestas por varones, provienen de la adopción de uno de los progenitores –dice–. Pero de esto casi no se habla.”

La suerte de los gaybies

En los Estados Unidos, hace rato que rubricaron el fenómeno: Gayby Boom. Al gayby boom lo impulsan los gaybies, nacidos en uniones de lesbianas o gays. El Instituto Williams, que promueve pensamiento crítico sobre orientación sexual en la Escuela de Leyes de la Universidad de California, estima que de las 594.391 personas identificadas como parte de la comunidad Glttbi, el 20 por ciento cría hijos menores de 18 años. Diez millones de personas en el mundo tienen al menos una madre lesbiana, un padre gay o bisexual o transgénero, estima Children of Lesbians and Gays Everywhere (Colage) y deduce que hay millones de chicos en familias de Glttbi. Pero sólo un puñado de países reconoce los derechos de estos niños a tener padres y madres, los que aceptan el matrimonio para todos: Canadá (reconoce los derechos de niños con dos madres y un padre), Holanda, Bélgica, España, Suecia, Noruega, Sudáfrica y seis estados de EE.UU.

La suerte de las argentinas y los argentinitos que este sábado van a comerse un rico asado en una terraza del barrio de Flores se debatió por primera vez en el Congreso. La suerte jurídica de P, Tato, Tinchi y de tantos niños y familias depende, en gran medida, de cómo se posicionen los legisladores frente a los proyectos presentados por Vilma Ibarra y Silvia Augsburger para modificar el Código Civil y habilitar el matrimonio sin limitación de sexos.

“La mitad de los derechos civiles de niñas y niños que viven en familias con padres del mismo sexo están vulnerados. De cambiarse la ley de Matrimonio, no genera ni crea nuevas familias: las familias ya existen. Lo único que hace la ley es regularizar los derechos de esas hijas e hijos”, dice María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), junto con la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), una de las impulsoras del proyecto. En estos días, abogados de la Falgbt presentarán un recurso de amparo por los derechos de una hija de siete años de madres lesbianas, a fin de que goce de todos los derechos: posibilidad de compartir con ambas madres obra social, pensión y herencia.

“No es decente que el Estado deba preguntar a una pareja a nombre de quién debe anotar a un hijo o hija adoptado, porque no se permite la coadopción. O destinarlo a la indignidad de ser el hijo clandestino de sus padres o madres. Señoras diputadas, señores diputados: al no haber Derecho, no hay decencia”, dijo César Cigliutti la semana pasada frente a los legisladores.

La historia de Ana y Marcela, y de Sofía –dos años–, es un catálogo de algunas indecencias. Tras cinco inseminaciones y un embarazo trunco, nació Sofi. “Sólo pude tomarme el día del parto. Mi familia es otro tema difícil, no lo termina de aceptar”, dice Marcela. Cuando decidieron que Sofía fuera a un jardín maternal, hablaron con la directora, describiendo a su familia. Cuando decidieron bautizar a Sofía, también se lo explicaron al cura. “En la casa de Dios no se discrimina”, respondió el sacerdote y dibujó la señal de la cruz en la frente de la beba.

La vulnerabilidad asomó en imprevistos. Un domingo, nueve de la noche. Sofi tiene seis meses y vuelven a casa en auto. Alguien cruza el semáforo en rojo, las choca. Ana tiene que contar qué pasó a la policía, ir a la comisaría. Un médico carga a Sofi en la ambulancia. Marcela quiere acompañarla, pero debe bajarse: no es la madre legal. “Estábamos en shock y nuestra hija no tenía derecho a ir con una de sus madres al hospital, es un estado de vulnerabilidad total”, dice Ana. Tiempo después ella debió operarse en la clínica Mater Dei. “Por las dudas, dejé un papel con mi última voluntad: que Sofi viviera con Marcela.” Ese testamento de Ana expresaba de puño y letra el peor fantasma. Si a la madre biológica le pasa algo, que la hija o el hijo crezca con su otra madre depende de la buena o mala onda de los abuelos “legales”. Al no haber padre, la tutela pasa a la familia materna. En algunos casos, la misma que se opuso a la pareja o no aceptó de buen talante que dos mujeres criaran a una niña. Ana salió bien de la operación. En la clínica, Marcela la pasó mal. “No me daban los informes de mi pareja, ni podía quedarme. El único interlocutor para el Mater Dei era el padre de Ana”, cuenta Marcela.

Ana y Marcela están separadas. “Veo a mi hija tres veces por semana, sábados y domingos. Seguir el vínculo depende de la voluntad de Ana. Si el día de mañana a ella se le ocurre irse, no puedo hacer nada”, explica Marcela. “Mientras las familias homoparentales no accedan a la ley de matrimonio, no hay legislación respecto de sus hijos. Son inscriptos como hijos de madres solteras. Quedan expuestos, entre otras cosas, a un juicio de filiación. La madre no gestante no tiene derechos”, dice Duranti. Y acto seguido enumera. En el parto, la presencia de la no gestante depende de su relación con el médico. En general, no puede darle su obra social, ni legar bienes al hijo. Si él se enferma, no puede faltar al trabajo. En la escuela necesita firmar una autorización para retirarlo. Tras una separación, una puede negarle a la otra el derecho a ver a su hija. Y la otra puede negarse a pasarle alimentos. No tienen acceso a la Justicia. “Ante la eventualidad de que le pase algo, debe recurrir a un escribano que haga una tutela testamentaria. Es un paliativo, pero nunca está la seguridad de que se respete a la otra madre. Menos si hay oposición.”

Lo dijo Barack Obama el Día de la Familia: “Si los niños son criados por ambos padres, abuelos, una pareja del mismo sexo o alguien que lo cuide con amor, le permitirá lograr grandes cosas”. En octubre hubo una marcha al Capitolio pidiendo al presidente que cumpliera su promesa de no discriminarlos. Al final, el censo 2010 estadounidense no incluirá el conteo de uniones del mismo sexo, como se había anunciado. El coming out demográfico de las familias estadounidenses Glttbi deberá esperar a 2020. El coming out cultural es más veloz. En el camino recorrido asoma una obra vasta cuyo eje son estas familias y su foco, los hijos. Entre los más resonantes está el documental catalán Homo Baby Boom, de la Associació de Famílies Lesbianes i Gais, y Queer Spawn. Ambos de Anna Boluda, registran lo cotidiano, recorren escuelas y festivales con el lema: “Que no lo dude nadie: es el amor el que crea una familia”.

El amor crea y cría

En este asado no hay mujeres confinadas a preparar ensaladas. Hay unas que aprontan la picada, un par enciende el fuego, otra no tiene la menor idea de cómo se prepara la rúcula, otra dotada de paciencia pasa filtro solar a los niñitos. Cuatro familias y ocho madres comparten en vivo muchos interrogantes de maternar. Están Ana y Paula, Roma y Triana, Marcela y Ana, Paloma y Alma. Participan de la Federación Argentina de Familias Homoparentales Integradas Argentinas (FHoIAr), a la que se sumaron familias de Uruguay y Chile. “No tenemos recetas.” Se hicieron amigas en estos encuentros.

–¿Recurrieron a un donante conocido? –se asombra con acento mexicano Paloma, ante el caso de Paula y Ana. Paloma vive en la Argentina porque Alma, con quien tiene una hijita que aprende a caminar –Emilia–, fue trasladada a Buenos Aires como ejecutiva de una multinacional.

–No me arrepiento –dice Paula. Somos claras con P. El sabe quién donó la semilla y no asocia donante con paternidad.

–Antes de conocer a Alma en México, yo pensaba en tener una hija con dos mamás y dos papás gays. Uno de mis amigos había aceptado. Al conocer a Alma, cambié. “Si le pones un papá, yo quedo afuera”, planteó.

Al día siguiente a su paso por la ley de Convivencia –equivalente a la Unión Civil–, Paloma y Alma tuvieron que decidir entre los dos únicos donantes disponibles ese día. “Era el semen de un abuelito diabético o el de un chaval de 18 años, delgado y de tez clara. Fuimos por el del chaval. Todos los días Alma me acariciaba la panza: ‘Por favor bebé, sal a tu mamá’, decía.” Emilia tiene los ojos enormes y celestes de Paloma, la misma cara.

–Emi nació prematura. Esa fue nuestra primera experiencia en el mundo como dos mamás –cuenta Alma, elegante y discreta, mientras los niñitos dan cuenta de los primeros choripanes.

–Fue un parto complicado. Casi me quitan el útero. Estaba muy mal y Emi en terapia intensiva. A Alma no la dejaban entrar a verla. Fue un escándalo. El jefe del servicio dio una orden para que le permitieran entrar. Si tú te discriminas, ellos te discriminan –asegura Paloma–. Venir acá fue pelear que en la empresa donde trabaja Alma nos reconozcan como familia. Y lo logramos. Aunque en la Argentina el Ministerio de Relaciones Exteriores no nos reconoce, porque la Unión Civil no es nacional.

–Nosotras tenemos la Unión Civil. Con los hijos es un engaña-pichanga –dice Ana.

–Vinimos por el trabajo de Alma. En una relación heterosexual, la esposa tiene la visa. Yo no, soy turista. La peleamos, hemos logrado mucho. Nos mudamos de país como familia. Y estamos acá, con ustedes. Nos sentimos en casa.

Maternidad lesbiana, experiencia abierta

Vericuetos legales, tácticas, métodos, consejos. Con la experiencia forjada, el grupo Lesmadres armó un cuadernillo con el ABC para mujeres que aman a mujeres y desean un hijo. “Maternidades lésbicas. Algunas preguntas básicas” está libre de copyright en la web. “Reunimos información, experiencias y puntos de vista propios, lo que hubiéramos deseado tener al emprender este camino. Nos surge la necesidad de tener información sobre las tecnologías reproductivas y aspectos legales, pero también la palabra de otras y el pensar juntas sobre ciertos temores que a veces se convierten en obstáculos”, dicen las autoras. Lo dedican a sus hijas e hijos: Ana, Juan, Juan, Ludmi, Luna, Simón y Túpac.

El cuadernillo plantea preguntas y respuestas, algo más extensas que éstas. ¿Qué pasa si no hay padre? “Ser madre o padre no es un hecho biológico sino un hecho social, un proyecto vital originado en el deseo y el compromiso.” ¿Puede afectar a nuestr@s hij@s tener dos madres lesbianas? “Sí, por supuesto, de la misma manera que afecta tener padres y madres heterosexuales, judíos, inmigrantes, analfabetos.” ¿Cómo es una inseminación con un donante anónimo? “Sólo se pueden solicitar características generales como color de ojos, de pelo, contextura física y no hay diversidad étnica.” ¿Qué se tiene en cuenta para una inseminación con donante conocido? “La madre no gestante no tiene reconocimiento legal y su situación podría ser aun más precaria.” ¿Qué tenemos que tener en cuenta para adoptar? “No es posible la adopción conjunta.” También incluye un listado de ventajas y desventajas –respetables, discutibles– de los diferentes métodos para embarazarse. ¿Qué queremos para el futuro? “El reconocimiento pleno de los derechos de nuestr@s niñ@s, así como el de tod@s l@s niñ@s en el marco de la Convención Internacional de los Derechos de l@s Niñ@s y de la Ley Nacional Nº 26.061, el reconocimiento de nuestros derechos como lesbianas, el respeto por las diversidades y una sociedad más justa para todos sin violencias y sin exclusiones.” En la CHA también funcionan grupos de contención y orientación, donde familias homoparentales intercambian experiencias sobre el abordaje en colegios, clubes y centros de salud.

¿Qué pasa si no hay padre?

Una de las preguntas del cuadernillo de Lesmadres es la liana a la que se aferran los trogloditas. Cientos de investigaciones observaron a niñas y niños en familias homoparentales. Todas: la misma conclusión. En palabras de la Academia Americana de Pediatría (AAP): “Los hijos de padres homosexuales tienen las mismas ventajas y expectativas de salud, adaptación y desarrollo que los de heterosexuales”. La AAP también dice que los niños que nacen o son adoptados por familias homoparentales merecen la seguridad de dos padres o madres legalmente reconocidos.

“Hoy los hijos de estas familias sufren la discriminación al no reconocerse sus derechos. El tema de la maternidad y la paternidad de diversidad sexual es el último mito del discurso reaccionario. Hace años que los estudios afirman que las identidades de género no son transmitibles vía familiar sino el fruto de algo mucho más complejo”, dice Flavio Rapisardi, coordinador del Foro de Diversidad Sexual de Inadi y del Area Queer de la UBA. Este foro del Inadi viene trabajando con Lesmadres y otras organizaciones en una publicación sobre maternidades lésbicas.

Cuando no hay papá, no hay recetas de cómo llamar a dos mamás. Sofi llama mamá a Ana y mamu a Marce. Otras niñas y niños dicen mame a la no gestante, o madrina. Romina Reinaudo es licenciada en Psicología. Algunos de sus pacientes integran familias homoparentales. “En un primer momento, la pareja busca el modo de hacerse nombrar: madre, mamu, madrina, con relación al hijo, para entregarle como don a su niño la forma de nombrarlas. Con los años, cada uno decide cómo hacerlo.”

Triana corta la carne, cuenta: “Un día, Tato iba al jardín y me preguntó si yo no me enojaba si me llamaba ‘madrina’; le dije que me llamara como quisiera. Siempre le transmitimos que lo más importante es poder elegir. Le explicamos que no tiene papá, fue muy deseado, nadie lo abandonó”. “El nos va llevando naturalmente. Este año pidió que fuéramos a la escuela, cursa primer grado, y le explicáramos a la directora que él no tiene papá, que tiene dos mamás y que es feliz”, dice Roma. Triana se moría de nervios. “La maestra y la directora me dijeron: ‘¿Así que vos sos la famosa Triana’.” Se ríe al recordar. “Nuestros padres, hermanos y amigos saben, apoyan, acompañan. Pero nunca me había tocado afrontar algo institucional. Dijimos: tenemos una familia diferente. La directora sonrió: ‘Acá hay muchas familias diferentes’. Fue un alivio. Al día siguiente de la reunión, Tato se largó a leer.”

¿Tiene algo de diferente crecer con dos mamás? “Un sujeto nace y hay Otro que lo espera, que lo deseó, que lo preexiste. El bebé se aloja en ese universo simbólico que le crearon y a lo largo de su vida irá buscando su lugar propio. Silvia Bleichmar nos decía: ‘La función materna, paterna, implican modos de relación con el niño’. No están definidas por el cuerpo real anatómico sino por los modos erógenos que toma este encuentro”, dice Reinaudo.

Todas las familias son

Homoparental, pluriparental, monoparental. “Occidente no puede pensar sólo en familias tradicionales. Ellas mismas, en sus diferentes modalidades, están descubriendo cuáles son sus particularidades y sus diferencias. Lo que se sostiene en todas es la diferencia generacional, la función de sostén emocional y la de terceridad, también conocidas como funciones materna y paterna. En parejas heterosexuales también cambiaron las funciones y roles. La familia es producto de la cultura, no de la biología”, dice Eva Rotenberg, psicoanalista, directora de la Escuela para Padres y compiladora del libro Homoparentalidades (Lugar Editorial). Según Rotenberg, “hay una fantasía a desmitificar: mujeres que atravesaron tantos prejuicios pueden idealizar haber deseado tanto a su hijo y creer que será más amado. Un hijo real tiene distintas problemáticas. Que sea muy amado no significa que no vaya a tener conflictos. Y cómo se resuelvan los conflictos no tiene que ver con ser o no del mismo sexo sino con los recursos internos de esos padres o madres. La parentalidad es algo muy complejo, siempre incluye ciertas dificultades”, dice la coordinadora de homoparentalidades.net.

En La familia en desorden, Elisabeth Roudinesco despejó la duda. Si alguien creía que la familia estaba en retirada por las transformaciones sociales y sexuales, se equivocó. Acá está: deconstruida y reconstruida, reinventada. Roudinesco ve a la familia contemporánea más horizontal, un espacio de nuevas configuraciones, nuevas formas de subjetivación y de estructuración. Su libro tiene un final feliz, aunque ese final dependa más de lo político y lo social que de una teoría: “La familia parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la tribalización orgánica de la sociedad mundializada”.

El sol tiñe la terraza de esta tribu con una luz caramelo. Entre mates y postres, las madres discuten lo mismo cada año: el sentido de marchar o no con sus hijos el Día del Orgullo.

–No me siento del todo representada llevando a mis hijos.

–Los medios visualizan el carnaval, pero no la vida cotidiana gay. Mucho del planteo de Harvey Milk se perdió en la juerga, una pena.

–Nuestra Marcha del Orgullo es la cotidiana. Blanquear en la escuela, en el pediatra, pelear con la obra social que nos reconoció. Las nuevas generaciones lo vivirán más relajadas, ¿no?

Las familias lesbianas de las integrantes de Lesmadres sí decidieron ir a la Marcha del Orgullo. Lo hicieron adelante, con sus hijos e hijas y una bandera tan grande como orgullosa. Además de batir records, la fiesta este año contó con nuevos invitados. “Marchamos por el reconocimiento político, social, cultural y legal de los derechos de nuestrxs niñ@s, de nuestras familias y de nosotras como lesbianas. En un contexto en el que nuestras necesidades son ignoradas o imaginadas como futuro, la visibilidad es más importante que nunca. Nuestrxs hijxs ya están aquí.” No iban caracterizados, pero sí en sus propias carrozas, o en la panza. Entre la multitud colorida, alegre, danzante, sus mamás los empujaron por las calles desde la Plaza de Mayo hasta el Congreso. En sus cochecitos con las banderas del arco iris, esos bebés eran mucho más que un símbolo.

Los ñoquis de Hebe, Suplemento Las Doce, Página/12

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Viernes, 25 de septiembre de 2009

EXPERIENCIAS

La alquimista

Desde hace dos años, la presidenta de Madres de Plaza de Mayo es la anfitriona de un taller que propone algo más que recetas nutritivas y económicas. En “Cocinando política y otras yerbas”, Hebe de Bonafini no sólo transforma los materiales en sabores, sino también el hecho de compartirlos en una oportunidad para la conciencia colectiva.

Por Maria Eugenia Ludueña

Es casi obvio y no por eso duele menos. Asistir implica adentrarse en el predio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Encarar los senderos arbolados. Caminar hasta lo que fue el Liceo Naval y hoy es el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHI) de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Bajo estos pinos cinco mil hombres, mujeres y bebés fueron torturados, desaparecidos, robados. La escenografía del horror nunca deja de estremecer. Pero desde antes de que se abriera en 2008, las Madres dejaron claro: no querían un paseíto por el museo de la muerte sino una plataforma para honrar el proyecto de sus hijos, el brillo de sus ojos.

Un martes húmedo, frío, el ECuNHI vibra de color bajo el cielo de tormenta. Aspira a convertirse en una Universidad de Artes y Oficios, con talleres de artes visuales, letras, música, teatro. A las cinco empieza uno de los más tentadores del menú. “Cocinando políticas y otras yerbas”, a cargo de Hebe de Bonafini.

El aula es amplia, aséptica de tan nueva. La voz de Hebe la puebla.

–Compañeros, hoy vamos a hacer ñoquis.

Parada detrás de una mesada larguísima, lo que impresiona no es el delantal de cocinera –con una foto del Che– sino que esté sin pañuelo. Pelo corto, mechones gris plata, ojos chiquitos, claros, sin lentes, los labios apenas colorados de una abuela coqueta. Suele contar que en su casa no usa pañuelo, tampoco si va de compras. Acá los ingredientes los compraron los alumnos. Al empezar son unos treinta. Seguirán llegando y apoyarán en la mesada algo traído para la receta. Hebe les hará señas de que retiren los materiales de estudio de la mesada. Las hojas de lectura incluyen dos recetas –hoy: “ñoquis”, la semana siguiente: “pastel chileno”– y dos textos de Eduardo Galeano. A los nuevos se nos ofrece un rectángulo de papel –con letras demasiado elegantes para llamarlo panfleto– que anuncia “Cocinando política”. Lo ilustra un pañuelo de Madres de Plaza de Mayo y la fotografía de un guiso. Lo firma Hebe: “A veces nos alteramos porque viene la Cuarta Flota de los Estados Unidos a rastrear nuestros ríos, pero ignoramos cuando se meten en nuestras cocinas. El capitalismo es muy peligroso, envenena de a poco. Acá nos encontraremos para charlar, discutir y aprender a cocinar”.

Las clases de “Cocinando política” arrancaron en agosto de 2008, en un sitio pequeño, con garrafa y sin heladera. “Lo de hoy es un lujo. Lo armamos entre todos, fuimos trayendo cosas y finalmente tenemos esta hermosa aula”, dice Hebe. Sin ocultar orgullo ni convicción, enumera:

Para dos personas necesitamos un cuarto kilo de ricota, una yema y una cucharada bien llena de harina.

Acomoda las ollas en el centro de la escena, pide: “Una compañera que me ayude”. Una de las alumnas va rauda. Abren frascos de ricota, rompen huevos, unen.

–Compañeros: es simple. Se mezcla todo en una olla. Luego, con las manos limpias y enharinadas se forman bolitas. Si las hacen muy chiquitas, se rompen al cocinarlas. Después, las apoyan sobre una fuente con algo de harina.

La ayudanta mezcla. Hebe también, en otra olla. Advierte a su coequiper:

–Ojo: la ricota no se bate, se mezcla nomás, ¿eh?

En esta versión indie de un programa del canal Gourmet, Hebe habla de platos económicos, nutritivos. Enfatiza con las manos, las uñas pintadas rojo oscuro, anillos gruesos, dedos entrenados para el trabajo puertas adentro. Antes de la desaparición de sus dos hijos, las manos ágiles estaban ahí, en interiores. Era Hebe María Pastor, le decían Quica. Tejía, cosía, hacía telares, cocinaba dulces, pintaba macetas y se las ingeniaba para venderlas y sumar plata al hogar desde el hogar. Ahora amasa, corta frente a la cámara de televisión para el programa semanal de las Madres.

“Antes se llamaba ‘Cocinando política’, este año le agregamos ‘y otras yerbas’ para ampliar. Hacemos de todo. Estamos armando las otras yerbas en la huerta orgánica”, cuenta Hebe. Arenga:

–Vamos a empezar la huerta con dos canteros grandes, ¿quién tiene una carretilla que pueda traer?

En cinco minutos están los materiales organizados y el dinero del flete. Adriana, alumna entendida en cocina orgánica y naturista, es uno de los motores de la huerta y explica a los presentes: “En el predio hay viejos tachos de aceite que podemos acondicionar para hacer abono. Hay alambres y cosas para reciclar”.

–Lo que no es de nadie es de todos. Y todos somos nosotros –remata Hebe. –Hasta invernáculo podemos tener –se entusiasma Adriana–, paisajista, integrante del primer grupo de agricultura orgánica de la Argentina. Cuenta: “Me interesa una cocina natural, con semillas, en base a nuestros cultivos, anticapitalista. Por eso vine”. Hebe anticipa que otro día va a enseñar “una torta con batata, mandioca, zapallo y huevo, sin nada de grasa”. Una de las alumnas susurra a la de al lado: “Hoy la veo más joven, más flaca y más linda a la Madre”. Varios le hablan como a como una sacerdotisa: “Madre: ¿esto lleva sal?”.

–Compañeros, a la ricota no hay que ponerle sal porque se aplasta mucho. La sal se agrega al agua de cocción.

Algunos se acercan a hacer ñoquis. Alguien llega tarde con más ricota. “El taller es gratuito, cocinamos con lo que traemos. Nos turnamos según las recetas. Todas son saludables, nutritivas, económicas, de América latina”, comenta Olga, otra participante. Olga es docente, vino desde San Isidro. “Vivo sola, era maestra rural. Volvía del campo, encendía la radio y escuchaba a Hebe. Desde su programa nos alentaba a que cocináramos con lo que había. ‘Piquen una cebollita’, decía. Supe que daba clases y vine”. En el aula hay gente de todas las edades y barrios. José Hernández, ayer comerciante, hoy jubilado, vive en Villa del Parque. “Hay gente que dice que es grosera, pero ella, si tiene que decir algo, lo dice. Hebe es un fenómeno, tenerla cerca me energiza. ¿Viste cómo habla?”, pregunta José y acomoda su boina.

Hebe pide silencio. Lee en voz alta El arroz civilizado de Galeano, una historia de filipinos en la cárcel de Manila, que comen el arroz salvaje y oscuro de los pueblos primitivos. Militares de fuerzas invasoras los consideran malnutridos, les envían el arroz “civilizado”, blanquito. Los presos enferman. Cuando vuelven a comer el arroz salvaje, termina la peste. Los talleristas ríen.

“Hoy no podés hablar de marxismo a la gente en una silla. Hay que hablar desde lo sencillo, cotidiano, lo más simple. En la cocina hay mucha creatividad, se pueden hacer tantas cosas. Cocinar es una manera de recuperar la cultura, nuestros cultivos, de agrupar a la gente, que se estaba acostumbrando a comer basura” –explicará después Hebe–. Convencida de que “el capitalismo te hace comprar lo que no necesitás”, contará anécdotas de esta docencia gastronómica. “Un día vino una señora y dijo: ‘Soy de esas que se compró el freezer, pero nunca lo pudo llenar y usar. Primero porque no tenía plata y después porque falleció mi marido. Les regalo el freezer”.

En primera fila hay dos mujeres atentas. Hebe presenta: “Dos compañeras que hacían la diplomacia de las Madres en Europa”. Aplausos. Una de ellas se acerca con bastón a la mesada y colabora.

–Compañeros, los bollitos se ponen con la mano en agua hirviendo. Suavecito, se rompen. Cuando flotan, los sacan, los acomodan en una fuente, agregan queso crema y queso rallado. Pimienta. Nada más, no tiene vueltas.

El vapor se eleva desde la olla, borronea la cara del Che Guevara en el pecho de la cocinera. Ella esparce copos de queso crema en la fuente. Un alumno pregunta: “¿cuánto queso Hebe?”.

–Poné nomás, corazón.

Los ñoquis humeantes marchan en platos a labios del alumnado. Pasa Teresa Parodi, directora del ECuNHI, papeles en mano. Alguien la convence de probar. Hora de comer, limpiar, conversar. Hebe llena otra fuente, cuenta que están armando un libro de cocina con esta experiencia. Dice: “El otro día hicimos una de esas sopas nutritivas, riquísimas, que convida Evo. Otro fuimos a Ensenada para que conocieran el Astillero Río Santiago. Siempre hay alguien de afuera. Una chica del altiplano, vino un año y se volvió, nos dejó su aguayo”, señala el tejido en la pared. “Una vez vino una mujer y se presentó: años antes, había dado información anónima para el escrache a un represor. Hay de todo. Otros confesaron que lo habían votado a Macri”, se ríe.

–Madre, qué delicia.

–¿Vieron? No dan trabajo y son dietéticos. El domingo los hice con pesto.

Hebe se quita el delantal, lo guarda en una bolsa con sus dos delantales preferidos. Llevan el rostro de mujeres cruciales: Evita y Pepa, su madre. Se despide y sale acompañada de otras Madres. Van tomadas de los brazos, hablando de sus proyectos: radio, viviendas, universidad. Caminan despacio, sin apuro, con la serenidad que corona los años de lucha. Donde hubo odio, hay amor. En el centro más grande de detención y exterminio, hay comida casera, entibia la noche bajo el brillo de sus ojos.

Cocinando Política y Otras Yerbas
ECuNHI, Libertador 8465, Martes de 17 a 19.

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Argentinas, Suplemento Las Doce, Página/12

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Viernes, 11 de diciembre de 2009

ARTE

Zonas húmedas

Argentinas es el literal nombre de una muestra interdisciplinaria en donde cada una de las firmas encierra un nombre de mujer. Con secciones fuertes en arte, historia y cine, la exhibición permanecerá abierta en el Centro Cultural Borges hasta el 3 de enero, cuando emprenda una gira internacional que terminará en la apertura de la Feria del Libro en Frankfurt.

“Mucha humedad. Hay mucha humedad.” Eva Ruderman es curadora. No habla de la extraña atmósfera porteña de la semana, sino de la sensación térmica de la muestra multidisciplinaria que colgará con Gruposiete Contenidos en el Centro Cultural Borges y podrá verse durante el próximo mes. Desde el pasado 3 de diciembre hasta el 3 de enero, Argentinas tiene como disparador y punto de partida a la mujer desde una visión multifocal. El recorrido es largo y recién empieza. La exhibición ya tiene en agenda un itinerario por otras ciudades del mundo. Completará su círculo en Frankfurt abriendo la Feria del Libro de 2010.

El arte, el cine y la historia son los tres ejes conductores de Argentinas. A la muestra artística la conforman las obras de 16 mujeres –escultoras, pintoras, fotógrafas, videastas– nacidas en estas tierras, algunas reconocidas y de larga trayectoria, otras emergiendo de los arroyos de los nuevos talentos. Marta Minujin, Karina El Azem, Verónica Di Toro, Rosana Schoijett, Sofía Bohtlingk, María Guerrieri, Laura Glusman, Adriana Minoliti, Claudia Mazzucchelli, Cristina Schiavi, Elba Bairon, Guadalupe Miles, Karina Peisajovich, Lorena Ventimiglia, Luna Paiva y Silvana Lacarra.

En el área cinematográfica, habrá ciclos de películas de Albertina Carri, Paula Hernández, Ana Katz, Lucrecia Martel y Lucía Puenzo. Y se proyectarán documentales a modo de homenaje a las otras, las pioneras, las que hace rato hicieron historia. La exhibición prestará especial atención a la historia con una muestra iconográfica presentada por la marca de productos cosméticos Dove. Fotografías, textos e imágenes para repasar cómo fue que algunas mujeres dejaron su huella. Escritoras del siglo XIX y XX, las primeras universitarias, educadoras y militantes. Eduarda Mansilla, Victoria Ocampo, Olga Cossettini, Rosario Vera Peñaloza, Manuela Pedraza y Macacha Güemes convivirán por unos días con Juana Manso, María Luisa Bemberg, Evita, por citar sólo a algunas de las que serán convocadas en el Centro Cultural Borges. Gran parte del contenido de Argentinas –obras, textos biográficos, fotos– quedarán plasmadas en un libro con el mismo nombre.

La trastienda

Al germen de Argentinas hay que rastrearlo en la cabeza de Francisco Condorelli, director de Gruposiete Contenidos, una productora que además de editar la revista G7, trabaja en publicidad y comunicación, y busca posicionarse en el campo social. Francisco es un joven sub-30, oriundo de Chivilcoy, que entre un pucho y un mate, dice: “Cuando pensé en hacer esta muestra, no me interesaba reflejar el trabajo de las mujeres. Buscaba abrir una discusión, un espacio desde donde pensar problemáticas que no son exclusivamente de género sino sociales. Pero donde las víctimas son casi siempre mujeres. El arte es una manera de sensibilizar y convocar. Argentinas busca abrir el diálogo y la discusión sobre estos temas, porque la solución a esos problemas –violencia, trata, abusos– depende de la atención y el compromiso de todos”. Hace varios meses, munido de algunas de estas convicciones, Condorelli fue a ver a Florencia Braga Menéndez. Además de la galería de arte que ya es una marca registrada, Braga Menéndez es –desde principios de 2009– directora general de Museos de la Ciudad. “Con ella tuvimos una charla donde se tocaron temas que terminaron de generar el clic para que la muestra suceda. Nos dio el apoyo moral para concretarla, por eso es una de las impulsoras de este proyecto. También buscamos que la muestra sea una carta de presentación del arte argentino al mundo y poder alimentarla año a año”, dice Condorelli.

El espíritu gestante se palpita en la marca curatorial de Eva Ruderman, que además de ser licenciada en Gestión e Historia de las Artes, es la coordinadora de la galería Braga Menéndez, todo un símbolo en materia de trastiendas abiertas como militancia inclusiva antisnob. ¿Cómo representar el ideario mujer & argentina? La curadora se lo planteó en estos términos: “No queríamos mostrar a la mujer desde un lugar lírico ni firuleteado. Nos preguntamos acerca de los atributos de lo femenino. Fui rotando de lo orgánico a lo corporal, a lo que significa poner el cuerpo. En las obras de todas las artistas está esa dicotomía femenina entre la fragilidad y la valentía. Es una muestra vinculada con un mundo romántico, con tormentas y miedos. La idea no fue convocarlas sólo por el talento sino por el hecho de que cuentan algo. Me interesan las poéticas propias. Les creo. Todas trabajan mundos donde podemos sentirnos cómodas y por momentos espejadas”.

Antes de la lluvia

La muestra de las dieciséis artistas visuales de Argentinas se titula Antes de la lluvia. Bajo el agua fluyen muchas historias. La naturaleza y la sensualidad registradas por Guadalupe Miles, fotógrafa. Una de sus imágenes se convirtió en la tapa del libro. El retrato de Karina, una mujer de origen wichí, vecina del Chaco salteño (donde Miles trabaja desde el año 1996 con las comunidades wichí, chorote y nivaklé). Los pies en la tierra, la vista en el cielo. Está rodeada de plantas medicinales. “Esa imagen abre una etapa nueva, en grupo, hacia el monte y las plantas curativas, pensando en registrar la riqueza de ese espacio mientras el desmonte avanza cada vez más, afectando no sólo a la gente de las comunidades”, dice Miles.

Están también las plantas que emergen de las profundidades de Adriana Minoliti. Las municiones de Karina El Azem salpicando la violencia urbana y doméstica. Sofisticados juegos que conducen de la oscuridad a las luces de Karina Peisajovich. Habitantes de sueños infantiles pergeñados y tumbados por Elba Bairon. La Puna de Luna Paiva. Los nados en el río Paraná contados por la cámara de video de Laura Glusman. Los personajes fundidos en la búsqueda del perpetuo e inasible equilibrio de Lorena Ventimiglia. Las hijas, madres, hermanas imaginadas por Claudia Mazzuchelli. La intimidad visual de Rosana Shoijett. Las fugas radiantes, intermitentes, poderosas, de las series de Verónica Di Toro. Las luces y sombras de las relaciones materializadas por María Guerrieri. Los perpetuos giros sobre la sociedad de consumo masivo en las instalaciones de Marta Minujin. Las insinuaciones de Silvina Lacarra en superficies contemporáneas. Las crisis de rectitud y fragmentación en el espacio de Sofía Bohtlingk. Las interpelaciones de los tótems y de las criaturas absurdas de Cristina Schiavi. Hay humor, crítica, guiños, una fuerte conexión con la Madre Tierra y una reivindicación de los orígenes de la Argentina. “Esta muestra puede funcionar como parte de una estrategia de posicionamiento de nuestro país como polo cultural.” Hay auspiciantes de peso. Y hay mucha humedad.

www.muestraargentinas.org.arArgentinas
Del 3 de diciembre hasta el 3 de enero
Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín
Informes: 4311-4865 / 5555-5359
Horario: Lunes a Sábados de 10 a 21
Domingos de 12 a 21 hs.
Lo recaudado con el valor de las entradas irá a para a escuelas rurales a través del plan Rutas Solidarias, impulsado por Red Solidaria junto con la Fundación Hormigas.

Entrevista: Concha Buika, Suplemento Las Doce, Página/12

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MUSICA
Vivir de amor


Concha Buika canta las mejores canciones de Chavela Vargas. Un encuentro virtual entre dos mujeres capaces de desgarrar el corazón con su voz y su presencia. Pero para la descendiente de guineanas –su árbol genealógico es un matriarcado, dice–, ese repertorio de amor y dolor es sólo una estrategia para desdramatizar: ¿De qué sirve morir de amor si siempre se resucita y se vuelve a morir después?

Por Maru Ludueña

Concha Buika está en la suite de un hotel porteño, en maratón de entrevistas. Presenta El último trago: regalo del cumpleaños número noventa de Chavela Vargas. Trece temas con repertorio de la mexicana, grabados por Buika y Chucho Valdés en once horas en los estudios Abdala, en Cuba. El listado de periodistas y fotógraf@s que esperamos para subir a la habitación de Buika es extenso. Tenemos fe. La historia de cómo esta mujer nacida en 1972 en Mallorca, descendiente de guineanos, llegó hasta acá –segunda visita a la Argentina– viene acompañada de algo más que grandes críticas y elogios a una voz libre como el flamenco, el jazz, la copla y la ranchera mexicana. Muchos piropos vienen de la comunidad cultural progre, como Pedro Almodóvar o Joaquín Sabina, seguidores de la primera hora, antes de que arrasara en Europa y América latina con Mi Niña Lola y Niña de Fuego, del sello discográfico de Limón, donde Buika es “una punta de lanza”.

Los archivos son generosos con ella. Incluyen anécdotas que otros preferirían olvidar. Buika ha contado que cuando Chavela la escuchó por primera vez la hizo callar. “Necesitas mucho todavía para cantarme”, le advirtió allá lejos la Vargas. A Buika tampoco le dan miedo las palabras. “Soy bisexual, trifásica y tridimensional”, le dijo al periodista Manuel Cuéllar de El País, al explicarle su tríada amorosa de aquel momento: “Un matrimonio a trío es lo más cómodo, coherente y emocionalmente divertido que he encontrado”.

Cuando llega el turno, Buika se adelanta y saluda. Sonríe. El vestido –hecho por su hermana– celebra su porte de diosa africana. Cabeza erguida, ojos de pantera, nariz oronda sobre boca ancha de idéntico color chocolate con leche del vestido. Manadas de trencitas van y vienen por el cráneo con forma de luna. Se disculpa con esa voz aguda, algo rasposa: “Soy vergonzosa para la foto”. Desliza: “¿No molesta si me fumo uno para relajarme”. Arma y cuenta. “No fue fácil: de ser una persona a la que nadie le quería dar un trabajo a verme en una gigantografía. Me fotografié desnuda para vencer el miedo a mi imagen.”
¿De qué trabajaste antes?

–En la barra de una discoteca, en un teléfono erótico, muy payaso y muy estúpido. En Mallorca éramos tres familias de africanos. Me presentaba en los trabajos, ni me dejaban hacer la prueba. ¿Sabes por qué hoy una mujer tiene bastante más preparación en muchas cosas que un hombre? Porque es la que lo tuvo más difícil. Eso te hace desarrollarte como un animal. La evolución viene tras la necesidad. Es extraño ser la única negra de la discoteca, del bar, de la biblioteca. Un poco freaky pero lo que he pasado, no conozco otra cosa.
¿Te dejaste de sentir rara?

–No es que lo dejara de sentir. Ahora me enorgullezco. La única Buika en la sala. De alguna manera todos nos sentimos bichos raros. Sabemos desde dónde hablamos pero no desde dónde nos escuchan. Y de repente saberte distinto ya no molesta. Al revés: da muy buen rollo.

Tiene en la base de la nuca un tatuaje: la inicial de su hijo Joel, de 10 años. Otro en el brazo izquierdo, nombres de nueve musas. Además de sus hermanas, ahí están madre, abuela y bisabuela, que huyeron de Guinea Ecuatorial a Mallorca. “Kitailo es mi abuela y el espíritu que me guía. Vengo de un matriarcado y veo un matriarcado fuerte en la Argentina. Sois el país más africano que existe. Esa relación espiritual que tenéis con las cosas es brutal. Buenos Aires es una acrópolis que tiene la civilización y lo salvaje, no se da en Europa. Aquí se nota, se palpita. El otro día desempolvé un disco de Mercedes Sosa. Desde su simpleza, ese rellenar el cielo de la boca con cada palabra, tiene una inteligencia natural, es muy Africa.”
¿Vas seguido?

–Estuve en Mozambique hace poco, en un teatro hermoso con dos mil personas. No había un negro. Si yo hubiera sido una cantante inglesa rubia maravillosa no me hubiera sentido tan mal. Me sentí tan extraña, prefiero no pisar el continente por un tiempo.
¿Cuáles son tus primeros recuerdos con música?

–Mi música llegó antes que yo. El canto de mi madre y mi abuela. Cuando ella no se atrevía a decirle algo a mi madre se lo cantaba. Se ponía a tender la ropa y a cantar. Y estaba mi madre en la cocina, gritando: “¡Mirá qué me está diciendo!”.
¿Y tu padre?

–Mi padre no es. Se fue cuando yo tenía 9 años. No me caía bien. No pasa nada.
¿Lo volviste a ver?

–Yo no. Volvió después de 26 años, tocó la puerta de mi madre y dijo: tengo hambre. Mi madre flipaba. Ella tiene mucha fe. Imagínate: sacó a la familia adelante sólo con la fe. Limpiaba en casas y hoteles. Todos sus hijos estudiaron, somos buena gente.
¿Le abrió la puerta a tu padre?

–Le abrió, le puso un plato, le prestó un pijama de mi sobrino. Al día siguiente le dijo: “Ya está, chau”. Imagínate, la mujer ya casi con 70 años. Hace dos se apuntó a la universidad. Está haciendo la adaptación al estudio para mayores y seguirá Filosofía. Cree que no está bien que las mujeres hayamos perdido la capacidad de la fe, que a ella le ayudó tanto. Me decía: “Tú fumas porros, ok, se puede tener fe y fumar porros, no creo que sean cosas que vayan reñidas”. Ibamos a la iglesia los domingos. Era africana, le vendían todas las motos. Por mi casa han pasado mormones, cristianos, testigos de Jehová y de cualquier cosa. Escuchaba a todo dios. Mientras ella pudiera seguir en su ejercicio de la fe le daba igual con qué iglesia. Gran lección.
Buika señala un florero sobre la mesa, una rosa amarilla. Golpea con los dedos la madera.

–En el único arte que cree el africano es en el arte natural. El que hace que tú veas que esto es una maravilla. El sonido de un tambor. Nuestro canto es arte natural.
¿Cuándo sentiste que tu voz tenía algo especial?

–Nunca lo he sabido. Simplemente me empezaron a dar dinero. Mi tía cantaba en un hotel y yo trapicheaba en una barra de Mallorca. Mi tía le dijo a mi madre: “¿Una niña que cante para un grupo de blues?”. Mi madre dijo: “Conchi canta muy bien”. Y yo: “No sé cantar”. Que sí, que pin que pan y me dieron diez mil pelas. Luego el sinvergüenza del grupo me engañó: decía que a las cantantes las hacían pagar para que pudieran exponerse, por si había ojeadores que las contrataban para hacerlas famosas. Me dijo: “A ti te dejan cantar gratis porque cantas muy bien”. Yo encantada. Tenía 17 años.
¿Eras muy distinta?

–A los 17 todas somos modelos, cantantes, presentadoras, lo que nos pongan. Hay algo que me parece curioso. Aquí no sé si tenéis este problema: en España tenemos el tema de la violencia de género.
Sí lo tenemos, es grave.

–Cuando yo era niña, no recuerdo a una compañera riñendo porque un niño le pegase. Más bien lo contrario: que la bruta de la clase le había dado una hostia al pobre desgraciado y le había dejado hecho polvo. Pero nos obsesionamos con volvernos mujeres. Matamos a la niña que llevamos dentro. Queremos ser la mejor madre, la mejor hermana y estar guapísima, tener autoestima, ser divina. No se puede tanto. A veces creo que lo de ser mujer es otro invento del hombre. No seamos nada. Seamos lo que nos dé la gana. Estamos educando niños, no deberíamos caer en esas trampas. No sé de hembras de otra especie que no sepan darle de comer a sus hijos.
¿Cuál es tu punto débil en esas trampas?

–Intentar aprender de lo que hay delante, no del recuerdo. Para aprender hay que recordar cómo hacíamos las cosas cuando no teníamos miedo. Ya hicimos todo, fuimos libres. ¿No te acuerdas? Cuando éramos niñas. Recuerda cómo es. No es aprender ni volver, es recordar. Nos tienen engañadas con muchas cosas. Nos hicieron pensar que la soledad era un martirio. La soledad es la mayor de las libertades, el lugar donde uno se construye. Soy una diosa, soy divina, soy impresionante. La que no piense así lo lleva muy mal.
El primer tema del disco es “Soledad”.

–Sí. La llamé: “Ay Chavela, me siento muy solona”. La vieji me azotó: “Pues mija, respete la soledad, déle su rinconcito ahí, bien adorada”. Es un momento mágico. Es importante para nosotras, que tenemos mucho que construir, tía. El disco hace referencia a la soledad de otro perfil. Lo que hizo esta mujer, el maestro José Alfredo Jiménez y otros fue solemnizar el dolor. Yo he sufrido y sigo sufriendo, pero con la cabeza muy alta y unas ganas de vivir que me muero. El disco me ha ayudado a reabrir viejas heridas. He estado muy cómoda en mi papel de víctima. Hay que desdramatizar. Se sobrevive al desamor. Morir de amor no sirvió.
¿Y los hijos?

–Son tu corazón. Siempre están ahí. Mi hijo está con su padre en Madrid, estudiando. Con el padre nos separamos para seguir juntos toda la vida. Tenemos una estructura tribal. Vamos donde nuestros hijos estén bien. Quería que creciera en Mallorca, con la naturaleza. Luego me lo llevé a la capital, para prepararlo para un mundo duro. Su papá me siguió. Allá donde al niño le convenga ir ahí vamos. Hace poquito empecé a salir con una chica, un ángel, lindísima. Por eso: morir de amor no sirvió. Viene otro morir que te deja en brazos de un nuevo morir y conduce a otro morir que hoy te está matando.¤

Concha Buika presenta el 10 de diciembre en el Teatro Gran Rex su trabajo reciente: El último trago, una recopilación-homenaje, con las mejores canciones de Chavela Vargas. En el CD la acompaña Chucho Valdés.

Escorts, Suplemento Las Doce, Página/12

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CRONICAS

Las elecciones particulares

Ellas hablan de su trabajo, aunque no se perciben como trabajadoras sexuales. Mucho menos como mujeres en situación de prostitución. La palabra que eligen es “escorts”, a veces “acompañantes” y siempre ponen por delante su decisión y su conveniencia para referirse al intercambio de sexo por dinero, el modo en que se ganan la vida y hasta se pagan no pocos lujos. Casi nunca se las nombra en los debates en torno de la prostitución; tal vez sea la pertenencia de clase y su nivel de instrucción lo que las deja al margen. Protagonistas de escándalos políticos y públicos, de best sellers escritos en primera persona y de fantasías varias, estas mujeres defienden una doble vida que pocas veces se defiende en voz alta.

Por Maru Ludueña

Eran tres o cuatro tanguitas. Una roja, otra con strass, todas colaless. Colgaban del ténder, tan diminutas como el balcón del típico departamento de estudiante en La Plata. Milagros había ido a estudiar a lo de una compañera de facultad. También le llamaron la atención los zapatos de taco aguja en el dormitorio.

–¿Vas a bailar con esos tacos?

–Son de una amiga –respondió la anfitriona.

Milagros guardó el detalle con el silencio con que se guardan las buenas cartas y dio por cierto el rumor: su compañera trabajaba en un cabaret, le quedó la duda ¿sólo bailaba? Lo importante, cuenta otra tarde –quince años después, tomando un cortado en jarrito en un café del shopping Alto Palermo– es que esa compañera la inspiró. “Gracias a esa chica de la facu me avivé de que se podía trabajar de esto”, dice. Milagros trabaja de escort, anglicismo que significa “acompañante”. Sus clientes pueden gastar en una noche con ella el equivalente a un salario mínimo. Los datos claves están en una página web. Barrio Norte. 100, 65, 95/ 1,65/ Viajes: Sí. Inglés/español. En las fotos tiene un aire a las Trillizas de Oro en clave porno soft. Pelo lacio, dorado, con flequillo. Está en babydoll floreado. Con portaligas y corset, aprieta sus lolas. La boca en un mohín idéntico al de modelos en publicidades de lencería. Tendrá más de 30 y menos de 35, lo que la posiciona entre las “maduritas”.

El portal a través del cual cualquiera –así como hizo esta cronista– puede dar con Milagros es el más exclusivo, por los 800 pesos mensuales que paga cada escort por cargar datos y fotos. La página “no funciona como agencia, su actividad se limita a la fotografía y a la publicidad”, advierte el sitio. “Fui de las primeras en publicar ahí, hace nueve años, cuando abrió y éramos pocas” –contó con orgullo Milagros por teléfono. “Tengo otro trabajo, normal. En esto hay mucho engaño, corazón. Hay que ser cuidadosa, la competencia es feroz.”

Este mes Milagros compite con 65 colegas del mismo portal web. Compite con cuerpos tuneados en otras miles de páginas de escorts, foros y blogs; en avisos del rubro 59 de diarios respetables. Compite con prostitutas VIPS que trabajan en “departamentos” –donde amigas comparten gastos tipo cooperativa–. Compite con “privados”, con chicas regenteadas por alguien que se queda con parte. Compite con alternadoras y bailarinas de boliches y pubs. Esas son las más caras. En teoría, las más codiciadas son las amateurs, que desarrollan otra actividad: universitarias, promotoras, vedettes, “artistas” de la televisión.

“Las escorts amateurs parecen chicas normales sin pinta de gato” –explica en un foro de expertos un tal “CATador”. Otros disienten: “Si cobra no es amateur”. Ahí se recomiendan o no a las acompañantes, consultan gifts (tarifas), sortean “citas” con escorts, arman club de fans de sus favoritas. Los foristas son muy exigentes. Tienden al chiste, a contar a través de un zoom sus intimidades y a celebrarse (“felicitaciones por el reencuentro anal con la morocha”). “En el ‘83 todas eran amateur y se las comenzó a llamar ‘gatos’ o ‘escorts’. La mayoría se profesionalizó y largó otros trabajos, excepto las del espectáculo”, es la historia que se escribe en las tertulias virtuales con olor a hombre. Nadie sabe cuántas son. Hay quien dice tres mil escorts en Buenos Aires. Milagros es una y, según los foros, su departamento es tan coqueto como el de otra escort histórica de Recoleta, Delfina.

Llamé a Milagros al número de la página, me pasó otro. “Tengo un gran sentido de las voces. Vienen jueces, abogados. Hice dos carreras. Viajé por el mundo. Me gusta la adrenalina. Tomo mis recaudos. ¿Querés charlar en el shopping?”

Lunes a la tarde en una de las cafeterías del Alto Palermo. Llegó de negro: pollera corta, abrigo largo. Sólo había mujeres. Ella era la más elegante. Maxicartera, aros dorados, uñas de manicure con barniz marfil. Dos celulares. Jugaba con una pulsera dorada hecha de caballitos engarzados. Controlaba el reloj. “Es un Armani, un regalo, me regalan mucho. Mirá este anillo: oro blanco. Esto es un diamante. Para mi cumpleaños enviaron tantas flores que les dije: basta plis, mi living parece una sala de velatorio.”

Soy la mujer ideal de muchos hombres

“…Siempre fui ambiciosa. De adolescente me llevaron a una escuela de modelos, no me gustó el ambiente. El sexo toda la vida me resultó muy placentero. Un día busqué en los avisos del diario. Decía ‘trabajo cómodo, tanta plata, buena presencia’. Llamé y corté, hasta que me animé. La voz de una señora dijo ‘te tengo que ver’. Era en Boedo. Ella atendía el teléfono y el marido era taxista. Al principio sentía curiosidad. No ganaba tanto. Seguí estudiando. Alguien me contó que en una agencia podía hacer más. Así fue. Después, pasé a un privado. Eramos dos chicas, perro y gato. Las relaciones son difíciles. Publiqué en la web, me independicé.”

La familia de Milagros ignora esto. Ella no quiere que se publique nada sobre padres o hermanos. En algún momento estuvo en pareja. Mientras duró la relación, dejó de trabajar de escort.

“…volvés por la plata, por vicio, por clientes que llaman. Siempre hay una incitación a empezar de nuevo. Tendría que estar jubilada: la edad es la primera competencia. Cada una tiene su público: mi target es de 25 a 50 años. El 80 por ciento casados, muchos con hijos chicos, dicen que ellas no dan bola. El resto, los enamoradizos. A los hombres los veo terriblemente necesitados. Se quejan del maltrato de las mujeres.”

Suena su celular: “Hola. Sí, a las siete, dale”. Milagros corta y dice: “¿Vamos a mi casa? Es a cuatro cuadras”. Camina rápido, martilla la vereda con sus tacos aguja. La miran. Ella no mira a nadie. Saluda al encargado, recoge un sobre. Cuenta: “Trabajo en una consultora, sin horario, por objetivos. Si alguien dice: ¿puede ser que te haya visto en Internet? Niego todo. Me parás en la calle y no te doy mi teléfono”.

El departamento es nuevo. Vidrio/metal/blanco/madera. Tres ambientes a la calle. Palier privado: cuadritos + pátinas + flores.

–Tenemos un sexto sentido. Me impresiona: ellas siempre los llaman cuando están entrando. Jamás te van a engañar un sábado a la noche. Te engañan un lunes al mediodía. Te tratan como una amigovia. No los llamo por el nombre: podría confundirlos. Tampoco digo “mi amor”, suena falso.

Flota un silencio escenográfico en el living. Hay un acuario con peces grises y naranjas. Aparece un gato siamés “¡Hola Johnny!”. Barra de madera, bodega, copas. En una vitrina la luz se proyecta desde abajo una tarántula embalsamada junto a unas piedras semipreciosas. Giran sábanas cuadrillé en el lavarropas. En una habitación está la computadora, en la silla bolsos deportivos. “Amo los caballos, son mi cable a tierra. Practico salto hípico. Montar te saca de cualquier bajón. Exige ir al gimnasio, cuidarte.”

El dormitorio es tan normal: una cama, una foto de caballos, una tele.

–Sólo miro Valientes.

¿Disfrutás el sexo siempre?

–Lo disfrutás con algunos. Si no tengo ganas, no puedo poner cara de culo. El cuerpo humano es una máquina, te acostumbrás. Me ha tocado gente desagradable. Ahí está tu profesionalismo. Es dinero rápido, pero no es plata fácil.

Milagros no sale de su casa por menos de 500 pesos y sólo si conoce al cliente. “No me pasó, pero hay tipos que dicen ‘no sos como la de las fotos’ y pum: te cierran la puerta en la cara. No trabajo de noche, salvo que sea de confianza, o vayamos al cine y a cenar. Así puedo ganar 1600 pesos.” Las mejores ecuaciones tiempo-beneficio están donde confluyen altas cantidades de testosterona y metálico. “Una concentración de futbolistas en un hotel cinco estrellas se paga bien. Dos mil dólares. No me gusta, no te podés mover del hotel. Los aguanto una o dos horas. Por eso hago menos viajes. Debo sacar 5000 dólares al mes. Tengo mi departamento, una propiedad afuera, un auto y caballos. No infrinjo la ley. Si viajo por la consultora, busco una agencia afuera. Me doy mis gustos. En el verano alquilé casa en Los Troncos. Laburé, invité gente, pagué las vacaciones. Soy la mujer ideal para muchos hombres: cariñosa, independiente.”

“…pago mi cobertura médica. Me hago el test de VIH. Gasto en preservativos, óvulos, geles. Doy un servicio completo con protección. Una vez vino un juez, muy mayor, me había llamado su terapeuta para explicarme que le diera tiempo. Cayó con custodios. Se había olvidado de tomar el Viagra. Estuvieron afuera esperando. Le pedí que no los trajera, por mis vecinos. No me da vergüenza. Pero te privás de tener pareja, de hijos. Hay muchas chicas con nenes, dicen que trabajan en otra cosa. Estoy tan plena de sexo, que voy a bailar y no pienso en tipos. Ser escort levanta el ego. Si a todos les dijeran tantas cosas lindas como a mí, habría paz en el mundo. Mis tías y sobrinas me consideran un ejemplo. Mi progreso no es por estudiar, y eso, en algún lugar, me duele.”

Sobre el sofá hay un cuadro de los 80: mansión, palmeras, autos deportivos, atardecer a orillas del mar. El título es Justification of Higher Education. Milagros dice que se refiere a “las cosas que podés conseguir con educación”. Son las siete, el timbre.

EL VALOR DE UNA BUENA EDUCACION

En los noventa, Jorgelina Sosa se sentó a las mesas del Exedra, aquel bar extinto donde tantas chicas pasaron décadas tomando café y esperando por políticos, abogados, artistas y cultores del Garch & Go. Las trabajadoras sexuales del Exedra eran un mito, lo mismo las relaciones entre ellas. Un día Jorgelina dijo “suficiente” y volvió a las calles de Flores. Convertida en la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) Capital, dice: “Lo que hace que una trabajadora sea VIP es un nivel más alto de educación. La mayoría tiene secundaria, estudios universitarios. Lo ejerce más por status. Cobran otras tarifas, se mueven en otro nivel, lo eligieron. No padecen el maltrato policial. Está arreglado, la policía no va a ciertos lugares para no molestar a dueños o clientes. Es una complicidad muy grande. Las que trabajamos en la calle llevamos el manguito para la olla. No hay muchas chances de elegir cuando no tenés acceso a una buena educación”.

¿Qué diferencia hay entre “escort” y “puta”?, pregunta en su blog Marien, desde Barcelona, licenciada en Ciencias Políticas y trabajadora sexual de lujo. “El contexto. Las ‘putas’ están, son, las de la calle. Ofrecen servicios más económicos. Las ‘escorts’ tienen estudios superiores, hablan idiomas, visten de marca. Suelen decir que son modelos, estilistas, azafatas y algunas reniegan no sólo de la palabra puta sino de la palabra prostitución. Este punto me indigna. Denota una falta de sensibilidad y de solidaridad de las ‘escorts’ hacia las ‘prostitutas’ que tienen que estar en la calle, muchas veces por desconocimiento”, dispara Marien en su blog.

Jorgelina Sosa estuvo en este otro bar del microcentro al que se mudaron muchas al cerrar Exedra. Tras las cortinas rosadas de la ventana están las Galerías Pacífico. Jorgelina no vino a sentarse, sino a contar a las compañeras acerca de la organización Ammar. Ofreció abogados, estrategias de prevención y especialistas en salud. “A veces les interesaba el asesoramiento legal. Ellas pagan su plan de salud privado. Se sienten damas de compañía o gatitas. No nos aceptaban los preservativos. Trabajan puertas adentro, sin que las vean. Históricamente el poder enmascara el consumo de los poderosos.”

Muy cada tanto, esta ecuación se invierte. Eliot Spitzer, gobernador de Nueva York, luchador contra el tráfico sexual, renunció cuando el New York Times difundió que era el “cliente 9” de Emperors Club VIP, agencia de escorts donde gastó 80 mil dólares.

–Esperame en la cama grande –le dijo Silvio Berlusconi a Patricia D’Addario, la escort del año, después de cenar en el Palazzo Grazioli. Cuando entró al dormitorio, dos chicas acariciaban a Il Cavaliere. Patricia se abstuvo: “No me gustan las orgías”. Después, aportó data. El escándalo tuvo su capítulo argentino: el primer ministro había invitado a su palacio a Gabriela Figueroa, bailarina y maestra de la danza del caño en Bailando por un Sueño. Bailaba en un boliche, donde recibió la propuesta y la rechazó, en Recoleta. Ese barrio es el tour más obvio de los que buscan chicas caras. Fabián trabaja con empresas de tecnología. “A los clientes extranjeros los acompaño a Madaho’s. Es sólo para turistas: 90 pesos la entrada. Para irte con una chica tenés que pagarle una o dos copas a 150 mangos. Ellas piden 600 pesos por el servicio, sumale el telo. Las que bailan son más caras. Salir en la tele o revistas multiplica el número. ¿Por qué pensás que algunos mediáticos tienen tantas novias? Un amigo pagó 8000 pesos por una noche con una conocida.”

Federico y amigos eligen in situ, en otros pubs. “Si vamos a Pinamar, cargamos las tablas de surf y buscamos a las chicas. Madaho’s es un cazabobos. Preferimos Cocodrilo o Pampita. Ellas la pasan bien, somos sanos, deportistas.” Federico y amigos tienen 40 y pico, empresas, mujeres, hijos. “No queremos que nos rompan las pelotas –dice uno–. Hugh Grant podría conseguir cualquier mujer pero le gustan las prostitutas, ellas tienen vedado el romper las pelotas.”

TARDE DE BAR

Ursula tiene 28, parece menos. Será por su cara de nena, su voz adolescente, su metro cincuenta, su pelo rubio, pajizo y leve. La contacté por conocidos. Primero conversamos horas en un bar en Lavalle y Esmeralda, su territorio. Ursula es simple, enérgica como el viento. Habla rápido, ríe a carcajadas y a cada rato se huele el pelo. Propone que vayamos a conocer el bar donde empezó hace diez años: el de las cortinas rosas frente a Galerías Pacífico.

No es un bar como cualquiera, pero sólo se percibe adentro. Una miniconvención de la ONU: mujeres de todas las etnias, edades y estilos. Una atmósfera de peluquería. Chica robusta, acento colombiano, lee en la Cosmopolitan: “Diez cosas que debe mostrarte antes de comprometerse”. Rubia preciosa, mucho rímel, musculosa, tacos, jeans, cuchichea con amiga. Se pasan brillo en los labios. Hay una negra flaca, bella, con un foulard y un Ipod, a punto de dormirse. “¿Tiene 50, podés creer?”, dice Ursula y pide una coca. En la barra, dominicana morena, de tailleur, susurra cada vez más cerca a la oreja de un señor rollizo cada vez más sonriente. Las demás esperan, conversan como cuando se teje –con la mente en otra parte–. Tienen jarras de agua y enroscan un mechón de pelo en el dedo. “Para sentarte pagás un ticket de 70 pesos diarios. A la noche, lo canjeás por comida, cocinan riquísimo y te llevás a tu casa.” Ursula aclara al mozo: “Tenemos que hacer tiempo y vinimos de civil nomás, no a trabajar”.

Ursula vive y nació en Vicente López. Primaria en un colegio inglés, (“tenía beca”, “sé algo de inglés y de alemán”), secundaria en un público de Belgrano. Su papá falleció cuando tenía 18 (“era distribuidor de productos de granja”). Su mamá, celadora escolar. Tiene una media hermana, casi no la ve. Ursula era vendedora de un local de ropa infantil en un shopping de zona Norte.

“Un martes de franco vine con una amiga al bar, ella me explicó. A las 11 de la mañana llegó un viejo. Lo veías y no dabas dos mangos. Me miró, fui, me senté. ‘Si te querés quedar una hora son 200 pesos.’ ‘¿Sos completa?’ ‘Sí, vamos’. Estaba nerviosa. Me acordé de las películas porno. Hasta hoy actúo como en una porno. Me dio 700 pesos, más de la mitad del sueldo del shopping.”

“Al principio venía los francos. Hasta que uno se me enamoró. Pequé de buena: le conté la verdad. Quería que viviera con él. Yo no. Llamó al shopping, contó todo. No le creyeron.” A Ursula le dio tanta vergüenza que no fue más. Empezó a trabajar en el bar de lunes a viernes, de 10 a 16. A ganar 600, 800 pesos diarios. “Llegué a hacer diez clientes en 24 horas. Se me inflamaba la herramienta de trabajo. Me mudé al departamento de una amiga. Un día le dije: ‘Todo bien linda, te adoro, pero no me rinde, me vuelvo a laburar sola’. El novio me amenazó. Volví acá y empecé con Internet, un recurso más. Al ser completa podía organizar muchas citas.”

En los foros morían por ella. “Pequeño huracán.” “Chiquita. Recomendable si cuando te traen el pollo, te comés el ala.” “No está pirucha.” Se felicitaban por pasar su teléfono. “Me encantó: estudia, no toma ni fuma.” “Rubia platino. Hermosa charla.” La evaluaban: “Besos. PT sin. Mimosa”. Un día Ursula hizo mutis por el foro.

RELACIONES PELIGROSAS

“Algunos son unos enfermos. Hay uno que trata mal a las chicas, lastima. Algunas lloran, quieren devolver la plata, irse. Es un bruto, no lo sabe hacer. Yo debería escribir un libro: la técnica de la cola. Si lo hacés bien, no duele, hasta es mejor. Propuse un foro donde las escorts contáramos nuestras experiencias. El tipo me bardeó, me salí de la web. Deberíamos agruparnos, tener obra social.”

¿Tenés contacto con la organización de meretrices?

–No, ni idea. Aporto como monotributista. Hay un tipo que nos hace recibos de sueldo para sacar tarjeta de crédito. Hice un curso de uñas y maquilladora. Todo es plata: la pelu, el personal trainer. Tengo un amigo cirujano, se lo pasé a varias chicas, no me decidí a agrandar las lolas.

¿Cómo son las relaciones entre ustedes?

–Asperas. Tengo pocas amigas. A veces pasás un cliente porque a ellos les gusta variar, pero algunas se zarpan. Amenazan con contar en tu casa. Con eso no me pueden presionar. A mi mamá le tuve que blanquear, pero es chapada a la antigua. Sabe, tiene miedo por mí.

¿Te protegés?

–Sólo hago sexo oral “sin”. Me explicó un amigo que tendría que tragar mil litros de semen para contagiarme. Si dejo de hacer sin, pierdo la mitad de los clientes.

¿Te excita el sexo por trabajo?

–Trato de pasarla bien. No acabo con todos, elijo. Si tenés muchos orgasmos, te cansás. Si estoy agotada, una coca y aspirina. Algunas resisten con droga y se gastan la plata.

¿Te enamoraste?

–Eso no se cuenta. Tengo novio y cree que trabajo en ropa infantil.

Apoya tres celulares en la mesa. Suena uno, mira la pantalla. La invitan a navegar. Suena otro. “Sí, tengo un par de amigas para juntarnos”, “por el lugar no te preocupes.” Suena otra vez, frunce la boca: “No respondo llamados sin identificación”.

“Pasé malas experiencias. Una vez fui con un viejito. Llegamos al hotel, tenía un olor repugnante. Le dije: ‘Gordi, ¿nos bañamos?’ No tienen idea de cómo se lavan los genitales. Voy a escribir otro libro para enseñarles. Le pedí la plata. Le dije: ‘No arreglamos ese precio’. Dice: ‘Tu amiga dijo eso’. Le propuse: ‘Te vestís y vamos con mi amiga’. Dijo que iba a denunciarme por maltrato. ‘Y yo te voy a denunciar por sucio’. Voy maquillada, peinada, higienizada, depilada, termino, me baño, me cambio la ropa interior. Exijo lo mínimo. Otra mala fue con uno que al terminar pidió que lo acompañe a un cajero y salió corriendo. Ojo: este laburo no tiene el dramatismo que pintan las películas, es tranqui, sobre todo de día.”

Hay quienes piensan que la prostitución es una clase de opresión.

–Lo escuché, no me siento víctima. Sé que hay chicas explotadas y me preocupa, pero es otro rollo, mafias y delincuentes. Lo mío es independiente. Lo elijo. Si volviera a nacer lo elegiría otra vez. Lo único que no volvería a hacer es trabajar en el shopping.

Habla bajo. En el bar todos susurran. Las miradas pesan. El panzón se va por la puerta. A los tres minutos se va la dominicana. Se encontrarán en el hotel. “En una época el hotel nos pagaba un porcentaje del consumo. Yo pedía todo: juguetitos, comida. Cada mes retiraba mi sobre. Ya no pagan. La crisis afecta. Lo que me liquidó fue la gripe A.”

“…cada día salgo de casa con cien pesos. La tarifa de escort depende de la edad, físico y servicio. Cobro de 400 a 1000, depende de la cara. O digo: ‘lo dejo a tu criterio, si te parece que valgo menos’. Derroché mucho. Quiero terminar de pagar el auto, comprar un departamento. Después una Toyota SW4. Mirá”. La foto de la camioneta es su tapiz de celular. “Abro el teléfono y me recuerda no gastar. Sé que no la ganaría en otra cosa. A veces te toca alguien que no te gusta. Le pongo onda. Peor el pico y la pala.”

“…estudié medicina, ciencias políticas y ahora me anoté para contadora. Soy cambiante. Trabajo sólo de día en el centro. Lunes y viernes se labura mucho. Me gusta el ambiente de casados, gente con responsabilidades. Prefiero a los mayores. Los pendejos maltratan, te dejan de cama. Soy puntual. Si me piden un servicio de quince minutos en una oficina, no me puedo demorar. Hay uno que me dice: ‘Sos idéntica a mi esposa cuando era joven’. Yo pienso ‘y vos sos un enfermo’. De noche no trabajo. Salvo si voy a bailar a Esperanto o Ink, y se da. Me gusta un pub como Black, frente al Alvear, pero trabajás si sos morocha: los gringos en sus países tienen rubias a lo loco”.

En el bar esta tarde hay dos turistas de camisa planchada. Toman cerveza. Analizan la oferta. A uno se le cae el vaso y se le rompe. Las chicas ríen. Ursula paga. Nos desean suerte. Afuera anochece y la rubia se va a encontrarse con alguien.

¿Existe el famoso book de los hoteles cinco estrellas? “Es un mito. En quince años no vi uno. Hay argentinos que lo piden, se ponen pesados: mostrámelo. Quizás existen en departamentos o agencias de modelos. Antes las chicas dejaban la tarjeta. Con Internet cambió. Ahora fotocopiamos el DNI de las escorts que ingresan. Al que pide chicas, lo mandamos al pub –cuenta el conserje de uno de los mejores hoteles porteños.

Hay sitios donde una mujer no puede entrar sola, salvo que vaya a trabajar: Madaho’s es uno. Tras varios llamados, doy con la persona. No termino de explicar. El tipo se enoja, grita: ‘Acá no trabajan chicas’. ‘¿Perdón, no hay bailarinas? Lo dice su web’. ‘No me interesa, se distorsiona todo. Tomamos a las chicas por la Asociación Argentina de Actores. Al que te dio mi nombre mañana lo echo’, grita. (¿Cómo tratará a las chicas y por qué el gobierno de la ciudad de Buenos Aires lo incluye en su web?) En foros donde se habla sólo inglés, extranjeros se solidarizan: ‘Una chica de Madaho’s fue echada por transar por menos plata’”.

Madaho’s queda frente al cementerio de Recoleta. Tiene un frente de lápida: negro y marmolado. Desde la puerta se ven las alas de los ángeles que adornan las tumbas. Sobran hombres, autos relucientes y personal de seguridad. Adentro: butacas rojas, barra, luces verdes, streapers, table dancers. Afuera, en la vereda corren una decena de hermanitos venidos de Wilde. Venden rosas a medianoche. “Acá está la plata”, dice una nena de 12 años. Cada vez que un señor y una mujer salen y paran un taxi, ella se acerca, les ofrece una rosa. Todos le compran.