Ser gitano, La Nación

Hice esta nota hace varios años para La Nación Revista. Y me sorprende (gratamente) que me sigan preguntando sobre ellos.

 

Ser gitano

Son 16 millones en el mundo y 300 mil en la Argentina. A pesar de las persecuciones, lograron mantener su cultura e identidad. Un teleteatro con más de 20 puntos de rating habla sobre su vida. Pero sólo ellos, afirman, son capaces de explicar qué es ser gitano en el siglo XXI

Domingo 25 de enero de 2004 | Publicado en edición impresa

Siempre le pasa lo mismo cuando sale a la ruta. Baja las ventanillas, las manos al volante se quedan mudas, los ojos vibran con la línea recta de la llanura pampeana, mitad cielo y mitad campo verde. Entonces Mario Castillo, andariego desde antes de nacer, respira hondo, sonríe con ganas. Asoman seis dientes de oro que besa el sol . «Cuando paso Zárate, se me abre el corazón. Siento el país», comenta ahora bajo el techo de su carpa, en Rafael Castillo. En realidad, las carpas son tres, en las que habita una familia de 15 personas.

Estén donde estén, los gitanos necesitan un gran living: la vida de una familia gitana es intensa y extensa. Con espíritu trotamundo, son más de 16 millones en el planeta. Quedan pocos nómadas, pero todos comparten una lengua, una ley, una cultura transmitida oralmente.

Pero ser gitano no se parece a lo que muestra la tele. Su vida está lejos de la ficción que acapara rating en una novela, Soy gitano (Canal 13), que para ellos potencia prejuicios. De eso se quejan. Y abren la puerta para mostrar qué significa ser gitano en el siglo XXI.

El castillo de los Castillo Mario Castillo y su mujer, Carmen, santafecinos, no pasaron toda la vida en una tienda. Hubo tiempos de departamento alquilado, en Haedo.

«Nos sentíamos asfixiados. Hacíamos el asado en la vereda, la gente se reía», recuerdan ahora los Castillo en su hogar de Rafael Castillo, La Matanza. Instalaron sus tiendas en un baldío respetable, gente trabajadora, sin asfalto. Acomodaron sillones de cuero negro, un fogón donde se cuecen guisos y se calienta la pava para los mates. Al lado, una carpa similar, con un equipo de música. Las nietas de Mario, princesitas adolescentes, la transforman en pista de baile al atardecer, cuando sacuden las polleras floreadas y dibujan espirales con el ombligo. Aprendieron mirando la tele.

Los Castillo, cuentan, son compadres del presidente. Carmen trae un sobre de papel membretado de Presidencia de la Nación. Lo entrega y pide que alguien lea: ella no sabe, y su marido tampoco. El séptimo hijo varón, explican, nació el 15 de febrero de 1980. Se llama Jorge Rafael, como el presidente de la dictadura. Sólo en 1983 se le dio la distinción de ahijado presidencial. La entregó en nombre de Raúl Alfonsín el intendente de Maciá (Entre Ríos), donde vivían. El título consiste en medalla, diploma y beca de estudios. No crea otros beneficios, pero los Castillo se quejan de que no recibieron nada. Le enviaron una carta a Eduardo Duhalde y la Dirección de Ceremonial acusó recibo del pedido: «Le pedí una casa y nada… ni un Plan Trabajar», sonríe Mario.

El ahijado presidencial y su familia hoy no almorzaron. No hubo con qué. Cuando el sol es una pelota roja llega Graciela, una de las nueras. Vendedora ambulante de agujas, ballenitas y enchufes, de 10 a 17, patea Laferrère, San Justo. «Hago 5 o 7 pesos por día», aclara.

Alguien parte raudo a comprar fideos para la cena. Hacen cuentas: viven con 10 o 40 pesos diarios. Gastan de 1000 a 1500 por mes. Venden y compran autos. Pero el negocio, sintetiza Mario y mira los cinco autos estacionados, ya no es lo que era. «Antes comprabas a 3000 o 4000 pesos y vendías a 5000. Hoy comprás a 1000 y vendés a 1500.»

La tele está clavada en Los Simpson. Anochece y encienden la luz en la carpa. «Pagamos 36 pesos de electricidad y 18 de cable por mes.» Lo peor es cuando llueve. Por eso arrimaron al campamento un colectivo sin motor. «Cuatrocientos pesos me costó esa porquería. Pero a los nietitos hay que cuidarlos de la tormenta», comenta Mario, señalando el refugio. Las mujeres hablan poco y fuman en silencio. Graciela pasa del mate al cigarrillo. Es criolla y se casó a los 14. Tiene cinco hijos.

«Con las chicas somos delicados. No van solas ni a comprar cigarrillos», se ríe Castillo.

Las nietas mayores son muñecas: María, de 16, y Yessica, de 14. «Ya las miran, pero no se arriman. A los 17 se las llevará el novio», explica el abuelo, y tira el número de la dote: «25.000 pesos. Siempre pedimos mucho».

Los nietos no van a la escuela. «No se puede. Una o dos veces al año hay que juntar todo, comprar un camión y salir para Entre Ríos. Allá entramos en algún predio, vendemos herramientas, arreglamos máquinas. Anduvimos por La Plata, Santa Fe, Jujuy. Pasamos miseria. No te compran nada, todo boliviano. Somos humildes. Ya veníamos pobres de viejo, pero somos todos sanos, gracia´a Dio.»

A la Argentina Se estima que 300.000 gitanos viven aquí. En los años 50, una ley prohibió el nomadismo. Se instalaron en ciudades. Allí ejercen oficios: venden autos, metales. Las mujeres leen el tarot.

Desde Alaska hasta Tierra del Fuego, existen unos 4 millones de gitanos. En Europa representan la primera minoría, con 12 millones: el 80% vive en Europa del Este. Diseminados por el planeta, han logrado mantener durante más de 1000 años (desde que dejaron la India) su identidad y su lengua: el romaní.

Es la lengua que aprendió antes que el castellano Jorge Lolya Bernal, argentino y presidente de la Asociación Identidad Cultural Romaní en la Argentina (Aicra). Es un gitano atípico. Trabaja todos los días en una oficina pública, vive en un departamento, habla seis idiomas. Vivió en Estados Unidos y Europa, escribe papers sobre su pueblo. Presentó quejas contra la telenovela Soy gitano ante el Instituto Nacional contra la Discriminación (Inadi) y la Defensoría del Pueblo.

«Nos pintan con los peores estereotipos: mafiosos, ladrones, promiscuos, hechiceros, estafadores, prostitutas, conspiradores, asesinos. La ley gitana, Kris, es clara: prohíbe la portación de armas. Y la comunidad sanciona por medio de sus miembros al que comete un delito.»

Su pueblo ha soportado persecuciones. Más de 500.000 gitanos murieron en el Holocausto. Miles tuvieron que escapar de la Guerra Civil Española. En la Guerra de los Balcanes fueron una de las principales víctimas.

En la Argentina, la discriminación existe. En su casa de Saavedra, Mara Ivanovich cuenta un clásico: cuando camina por la calle, la gente aprieta la mano de sus hijos. «Creen que las gitanas secuestran niños. Mentira. Además los gitanos tenemos muchos hijos, y son ellos los discriminados.» Miguel, uno de los suyos, tiene 11 años. Hizo hasta cuarto grado: «En la escuela los pibitos me decían: Salí de acá, gitano sucio». Su hermana, Sabrina (de 15), agrega: «Hice hasta segundo grado. Los chicos no se querían juntar conmigo». Mara recuerda que le mandaron una asistente social: «Por más que vuelva, ya le dije, a mis hijos no los mando a la escuela». Sin embargo, muchos gitanos argentinos sí los mandan. Este año, Karina Miguel (de 29), una gitana de Neuquén, fue la primera en la Argentina que se recibió de abogada.

De Grecia a Floresta Difícil de creer: en casa de los Papadopulos, todos los días se sirve la mesa para 18 comensales. Entre pechugas de pollo, albóndigas y fideos, Ricardo Papadopulos (de 58) lleva la voz cantante. Sus hijos se mantienen silenciosos en sus camisas impecables. Hablan por celular. «Esa novela está equivocada. Muy mal lo que hacen. Es ciencia ficción. ¿Por qué dicen que son gitanos? ¡¿Mi familia es así?! ¡Nooo!» Se ríen los Papadopulos. Hablan entre ellos en otra lengua. «Somos cristianos. Mis hijos se levantan todas las mañanas para ir a trabajar. Votamos. Y practicamos el Evangelio», enfatiza Ricardo, hijo de griegos y nieto de nómadas. Sus padres llegaron a Brasil en 1928 y después se instalaron en Rosario, donde nació él. Cuando tenía 5 años, su familia juntó todo y se vino al barrio porteño donde Floresta coquetea con Mataderos. Es el pastor pentecostal de la iglesia que convoca a 300 gitanos. Los domingos a la tarde, la vereda es un festín de polleras de colores, ojos preciosos, cabellos recién lavados y bebes regordetes. El pastor Ricardo tiene programa de televisión y de radio, y cada año hace dos viajes internacionales predicando en romaní.

«Somos un pueblo decente. No van a ver una gitana prostituta. Nuestras costumbres son bíblicas. Un estudio dice que descendemos de Abraham y su tercera mujer, Cetura. La raza gitana es de origen israelita», asegura el pastor. Y sigue: «La novela está equivocada. Para verle las piernas a una gitana hay que sufrir».

Antes de ser su esposa, Sonia (de 60) ya formaba parte de la familia de Ricardo. El padre de ella y el abuelo de él eran hermanos. «Esta es para mí», se anticipó el padre de Ricardo cuando Sonia tenía 7 años y él 5. Años después se comprometieron, pero los novios ni siquiera se hablaban. «Antes nos daba vergüenza. Ahora la juventud cuando se compromete ya se habla», acota Sonia, la mujer por la que los Papadopulos pagaron 55 pesos. Los nietos, Princesa (de 16), David (de 17), Michelle (de 14) y Yuliana (de 12) ríen fascinados. La puerta se abre y llega una nuera. La señora está muy triste. Se hace un silencio sepulcral. El hijo del pastor falleció hace pocos meses. Cuando un gitano está enfermo o fallece, todos se acercan para dar consuelo a la familia. El respeto a los muertos es una ley gitana sagrada, como su solidaridad.

En su rueda de la vida, la familia es una institución sagrada. Los ancianos gozan de un status diferente del que la sociedad occidental otorga a los suyos. No hay gitanos en los geriátricos. Los mayores revisten, por sobre todo, sabiduría. Y tienen el rol social de hacer justicia por medio del Consejo de Ancianos de la Kris (ley gitana). Los grandes cuidan a los chicos, que al crecer cuidarán a los grandes. El país gitano no tiene fronteras, pero sí una bandera, mitad celeste cielo, mitad verde pasto y una rueda en medio. Porque el territorio gitano está hecho de tierra, sol, estrellas. Y de familia, la fuerza viva de su identidad, su verdadera patria.

Para saber más
www.geocites.com/elenakali/jorgito-rom-en-argentina.html
www.unionromani.org/union_es.htm

Por María Eugenia Ludueña

Entre mujeres Parecen dóciles, son polvorita. Una charla con gitanas sólo puede transcurrir cuando los hombres están trabajando. A pedido de las interesadas, no se mencionan sus nombres.

-¿Todas las gitanas se casan?

-Sí. Sin excepción. No sé cómo, pero que se casan… se casan.

-¿Y todas vírgenes, como manda la tradición?

-Un ritual es que la novia, después de pasar la primera noche con su prometido, muestre a las mujeres mayores una enagua con una manchita. Ellas le ponen una gota de alcohol y se dice que, si es virgen, en la tela se dibuja una flor. Pero tampoco es que hasta que no te casás no pasa nada… ¿eh? No somos santas…

-¿Y se mantiene la elección del novio de parte de los padres?

-Ya no es tan así. Eso sí: tiene que ser gitano. A los varones se les permite más casarse con criollas. A nosotras no.

-¿Cuánto es hoy una dote?

-Desde 200 hasta 15.000 pesos. A veces se paga en oro.

-¿Y si tu novio no te puede comprar?

-Algunas se escapan a la casa de él. Y después de unos días la unión está reconocida. A veces es un escándalo. Y no hay fiesta.

-¿Les pesa tener que acatar la opinión del marido en todo?

-Es así, y nos gusta. Llevamos el pañuelo en la cabeza (símbolo de casadas) con gran orgullo. Los gitanos somos unidos como pocos.

Ciudadanos del mundo

  • Originarios de la India, se cree que tras la invasión musulmana en el siglo IX, los gitanos debieron emigrar. Pasaron por Persia, Grecia, Armenia, Palestina y el sur de Turquía. Llegaron a Europa en el siglo XIV. Soportaron prohibiciones, castigos y matanzas. Hoy son más de 16 millones en el mundo. En la Argentina viven unos 300.000, de origen ruso, rumano y español.
  • Los gitanos no piden tierras, pero sí que se les reconozca su derecho a la autodeterminación. Que se eliminen las fronteras que frenan su espíritu nómada, las nuevas formas de racismo y discriminación. Lo piden por medio de más de 300 instituciones, como la Unión Romaní, con representación en la ONU y el Parlamento Europeo. En la Argentina los reúne la Asociación Identidad Cultural Romaní.
  • Amaro Glaso (Nuestra Voz) es el único programa de radio sobre la cultura gitana en América latina. Conducido por Jorge Bernal, se emite en español y romaní por Radio del Pueblo (750 AM), y se escucha a través de Internet: http://www.750am.com.ar , los viernes, a las 20.

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